El horror de ver cine de terror

Por: Isaac Avila (@elpinshidiablo)
De entre los subgéneros taquilleros, el terror tiene muchos adeptos por la gama de sentimientos y reacciones que provoca. El enfrentamiento a lo desconocido, a lo prohibido, a lo lastimoso y a lo estúpido (en algunos casos) que puede ser el humano, nos llevan al extremo aunque sólo estemos viéndolo en una proyección.
Son las introyecciones y transferencias lo que hacen de este género un éxito. Enfrentarse o no a los miedos que se guardan en lo profundo del inconsciente; desarrollar a cuenta gotas el potencial para convertirse en uno de estos monstruos de los que a diario leemos o escuchamos. No es miedo a la muerte, sino tal pulsión que nos invita a arrojarnos hacia ella y disfrutarlo.
Imagina el impacto que tuvo Nosferatu en los años 20, que si bien lo comparas ahora con el Drácula de Coppola (1992), puede parecer risible. El contexto tiene un impacto tremendo en cómo se procesa una película. Actualmente encontramos algunas con gran éxito porque las redes sociales juegan un papel importante en la trama (Unfriended, 2014). De ésta, su mismo título sugiere un terror propio del público contemporáneo. Igualmente la tecnología, los medios de transporte, los parques de diversiones, supermercados y otros tantos lugares actuales y comunes de nuestra vida diaria, que sin duda pueden ser un peligro constante (Final Destination, 2000).
Y debido a que los productos culturales permean a las sociedades, y viceversa, no podríamos esperar, por ejemplo, que los vampiros fueran siempre iguales. Aunque no nos guste, se adaptan para ser más atractivos a las futuras generaciones.
Es ahí donde comienza el horror de este subgénero. Resulta lógico que no siempre tendríamos música tétrica, monstruos mitológicos y una trama enredada. Ha sido trabajo de grandes escritores, guionistas, directores y editores el innovar en la enorme gama de filmes terroríficos que hoy podemos admirar.
Cuando ves el Exorcista (1973) te enfrentas a la pulcritud de la composición. Después, ves las otras 1000 películas sobre exorcismos y en ni una hallas un aprovechamiento de las maravillas visuales que ofrecen las nuevas tecnologías. Y en cada uno de esos filmes, todo se percibe igual: los curas, rabinos, espiritistas y científicos. Cada uno poniendo de igual manera su fe para liberar del mal a quienes han tenido el infortunio de ser poseídos, aunque mi favorita siempre será la vieja y confiable sierra de cadena.
Sin embargo, como ya comenté en otros textos, una cosa es el análisis sobre la técnica y la forma de hacer cine, y otra lo que deja en el espectador. Hay elementos que se anclan muy profundamente en los huesos del público. Los mitos fundadores trascienden los discursos y las creencias. El impacto que puede tener un demonio (seas o no creyente), un asesino, la muerte misma, un monstruo espacial, un ente interdimensional o cualquiera contra el que se enfrenta la dicotomía bien-mal, muestra siempre lo profundo que puede caer el juicio humano o lo brillantes que podemos ser para salir avante, son dignos de ser filmados y temidos.
Hay una delgada línea entre el Suspenso, el Terror, el Gore, el Slasher y sus mezclas, entre ellos y con otros subgéneros como el Drama y la Comedia. Sean grandes producciones o Serie B. Todas son innovaciones para mantener activa la película. Lamentablemente, se han sobre utilizado los recursos. ¿Quién no está harto de las aburridísimas películas sobre muñecos, demonios y muñecosdemonios de James Wan? Parece que no muchos si recordamos el éxito y la continuidad de sus sagas, en las cuales James se la pasa rompiendo convenciones que instaura en su universo y todo es repetitivo: saltos de gato, screamers, música con la cual te indica que se avecina algo importante en la trama para luego cortar con un giro de cámara.
En el caso del Slasher, yo sé que es absurdo, pero en eso radicó su éxito. Historias urbanas y populares sobre asesinos en serie que matan a adolescentes que beben, fuman, tienen sexo y se drogan. Todos tienen un punto débil, como ser un muñeco de menos de un metro, el fuego, el agua, el alcohol o cualquier locura que se les ocurra a los directores hacen entrañables estos filmes.
Ahora que vivimos la época del refrito, reviviremos temores del pasado. El culpable de muchas pesadillas vuelve y ojalá que lo haga como es debido. Pennywise viene el próximo año y esperemos que deje tantos traumas como la miniserie de 1990. Esperemos que trascienda y cambie de nuevo el modo de hacer terror en el cine, porque últimamente la producción ha estado floja y muy diluida.
El horror de ver cine de terror, radica en la repetición. En sentarse a disfrutar algo que sólo te hace saltar porque tus sentidos se concentran en lo que está pasando en la sala, no porque tenga una buena trama, buenos personajes y una historia que te conduce a la evolución y al punto sin retorno, donde la muerte es lo único.
“Every great magic trick consists of three parts or acts. The first part is called ‘The Pledge’. The magician shows you something ordinary: a deck of cards, a bird or a man. He shows you this object. Perhaps he asks you to inspect it to see if it is indeed real, unaltered, normal. But of course… it probably isn’t. The second act is called ‘The Turn’. The magician takes the ordinary something and makes it do something extraordinary. Now you’re looking for the secret… but you won’t find it, because of course you’re not really looking. You don’t really want to know. You want to be fooled. But you wouldn’t clap yet. Because making something disappear isn’t enough; you have to bring it back. That’s why every magic trick has a third act, the hardest part, the part we call ‘The Prestige’.” The Prestige (Nolan, 2007)
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