Lamb | Crítica

La ópera prima de Yared Zeleke, nominada a la Cámara de Oro, carece de calidad en diversos elementos y probablemente lo más ausente es un ritmo adecuado y un conflicto sólido. La narrativa presenta a Ephraim (Rediat Amare) un niño etíope que es mandado por su padre a un lugar distante donde viven sus tíos. Ahí teme por la vida de la pequeña oveja que lleva consigo debido a que se avecinan los días sacrosantos. Bajo una supuesta trágica decisión del protagonista para impedir tal situación, el desarrollo no rebasa lo elemental por mucho se repare en los detalles emocionales y sociales.
El director, egresado de la universidad de cine de Nueva York, no ofrece absolutamente nada nuevo. Es una cinta que no necesitaba ser realizada, o más bien un relato que no necesitaba ser contado. La historia de “El gran viaje” de Pie Pequeño es una similitud en el contexto, pero ésta motiva cierto estremecimiento. Lamb es un fútil intento de sensibilizar a la gente mediante los dilemas de un niño: Ephraim se enfrenta a condiciones clichés como la homofobia, la falta de dinero y el hambre, que se desperdician ante un ambiente tan diverso e interesante como el africano, el cual nunca se aprovecha y se ve desperdigado en una trama con un estilo opaco.
Un niño quiere salvar a su acompañante, el Borrego, pero en el sitio de recursos limitados donde se hallan, todos tienen un plan y una necesidad sobre lo que la mascota podría ofrecer. Así, el cordero se reduce a un nutritivo alimento en una fiesta de varios compañeros. Es un relato de inocencia y maldad, al mismo tiempo significativamente minimizado por el trabajo de dirección: es una historia que no incomoda más que en su lentitud, lo que hace la película una especie de documento sobre una vida, que ni emociona, ni altera, ni conmueve y mucho menos impresiona. Lo que sí propició Lamb fueron pestañeos del público, quienes quizá después de un día duro, eran arrollados por el aplazamiento de la acción.
La fotografía repara demasiado. El ofrecer planos largos sin movimiento, aunque sea para contemplar las emociones, es un cuento recurrente que se ha convertido en un vicio. Una cinta que compra su apoyo de créditos y distribución con una cantidad enorme de productores, sólo para llevar a las salas una producto aburrido en todas sus facetas.
Luis Zenil Castro
Productor audiovisual y dibujante.
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