Tetris: algunas mentiras para mejorar la anécdota | Crítica

La verdadera valía de Tetris es cómo se aprovechan todas las oportunidades para engrandecer el espectáculo sin recurrir al dramatismo robusto y denso del biopic oscarizable.
El programador ruso Alexey Pajitnov (Nikita Efremov) codifica un prototipo de Tetris para entretenerse durante los tiempos muertos en su trabajo. Al ver la popularidad, el gobierno confisca el invento y lo mal comercializa fuera del país. En Las Vegas, Henk Rogers (Taron Egerton) queda fascinado con el juego, lo que llevará al emprendedor a adentrarse en la corrupta burocracia soviética para adquirir los derechos, mientras la familia Maxwell (Roger Allam y Anthony Boyle) también pelea por quedarse con la patente.
Desde el estreno de Fargo (1996) hasta la fecha, los cinéfilos hemos aprendido que la leyenda “basado en hechos reales” es mero recurso narrativo y no un pacto de verosimilitud con la audiencia. En Tetris (2023), la “recreación histórica” implica una libre interpretación de la Guerra Fría en los términos del clásico thriller de espías. Similar a Gambito de Dama (Netflix), la estereotipada polarización internacional sirve como catalizador dramático para ensalzar en la ficción una anécdota que quizás no fue tan increíble.
Noah Pink (guionista) sintetizó en pocos diálogos la información sobre el nacimiento de Tetris (omitiendo al cocreador Vladimir Pokhilko) y la batalla entre Nintendo y Atari por los derechos para juegos de consola, centrando el argumento en la “verdad emocional” (sic.) de los protagonistas, donde la atmosfera crepuscular previa a la caída de la Cortina de Hierro es el elemento principal. No obstante, la producción llevó dichas licencias narrativas al extremo, algo confirmado por escenas de Henk Rogers en Moscú durante los créditos, sugiriendo que el viaje igual y no fue tan peligroso como en la ficción.
¿Recuerdan la versión hiperbolizada al final de Chicken Little (2005)? Tetris es algo parecido, pues los verdaderos Pajitnov y Rogers (productores del filme) pasaron por alto ciertas alteraciones históricas, como las improbables persecuciones en auto para escapar de la KGB o el cuestionable whitewashing en el casteo de Taron Egerton. Sin embargo, esos elementos inverosímiles y excesivos diferencian a esta producción del sofocante tono dramático en las películas de origen sobre empresas, marcas o emprendimientos (como Air o BlackBerry, también estrenadas este año), donde los esfuerzos por filmar la nueva Red Social (2010) desaparecen cualquier oportunidad de entretenimiento.
El juego de bloques es sólo gancho nostálgico para desempolvar un género en desuso: el paranoico cine sobre intrigas internacionales. La película arranca como sketch de Drunk History (con mucho gráfico y dato sin importancia) hasta que llegan los interrogatorios en ELORG. A partir de entonces se hace notoria la presencia del director Jon S. Baird, quien da al filme un toque de nauseabunda degradación social, tono que recuerda a Filth (2013), su notable adaptación de la novela Escoria de Irvine Welsh.
Para hacer más práctico el relato, los personajes se dividen en dos arquetipos: los buenos y los malos, sin arcos dramáticos complejos. Al inicio, la película parece replicar viejos prejuicios contra el comunismo, pero poco a poco se convierte en una crítica equidistante sobre los extremismos ideológicos, siendo la ambición capitalista de Robert Maxwell (representando a todos los empresarios multimillonarios del mundo) el verdadero combustible para echar a andar un corrupto sistema político como el soviético.
Por ende, algunos personajes del bando socialista (que en un principio parecen enemigos de Rogers y Pajitnov) se vuelven aliados, para evitar que la codicia destruya los pocos ideales rescatables en ambos órdenes económicos. Dicho tratamiento argumental resulta bastante naif, considerando lo oscuro del contexto histórico, pero esa simpleza le viene bien a una película sobre Tetris, juego que solo exige al usuario nociones básicas de razonamiento abstracto. Por otro lado, el trabajo de Jon S. Baird dota al filme de un encanto muy británico (Moscú fue filmado en Escocia), sofisticando las formas elementales del género.
En conclusión, la buena recepción del filme ha sido un golpe de suerte impulsado por su vínculo al videojuego, reafirmando que las consumer brand movies continúan en tendencia. No obstante, la verdadera valía de Tetris es cómo se aprovechan todas las oportunidades para engrandecer el espectáculo sin recurrir al dramatismo robusto y denso del biopic oscarizable. El filme de Apple TV+ es efectivo y nada apegado a la realidad, pero que fácilmente puedes disfrutar una y otra vez.
Puedes ver Tetris en Apple TV+
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