Los espíritus de la Isla: el regreso de McDonagh a sus inicios

Con la intensidad de una ruptura amorosa, en Los espíritus de la isla McDonagh aborda magistralmente la devastación emocional resultante del desencuentro entre amigos.
En una remota isla irlandesa, Pádraic (Colin Farrell) descubre que Colm (Brendan Gleeson) ya no quiere ser su amigo, porque lo considera aburrido. Confundido por el repentino cambio, Pádraic exige una explicación, pero Colm amenaza con cortarse un dedo cada vez que intente conversar con él. Al mismo tiempo, su hermana Siobhán (Kerry Condon) también podría abandonarlo, pues recibió una propuesta laboral y planea mudarse. En esencia, Los Espíritus de la Isla (The Banshees of Inisherin) es el cierre espiritual a la Trilogía de las islas Aran, completada por las obras teatrales El cojo de Inishmaan (1996) y El teniente de Inishmore (1996).
En la adaptación de El festín de Babette (1987) ocurrió algo interesante cuando Gabriel Axel convirtió la apática vida rural en escenario de bellas epifanías y redenciones. A diferencia de obras contemporáneas, como Pelle el conquistador (1987), la película se alejaba del crudo costumbrismo para crear un universo alternativo con mundanos personajes iluminados sobre su propia existencia, experimentando momentos de éxtasis casi místico.
Los Espíritus de la Isla tiene bastante de ese brillo narrativo, en el que el deseo de trascendencia y los sentimientos adquieren súbita importancia en un recóndito pueblo alejado de la vida continental. La guerra es algo distante y la miseria no tiene importancia; frivolidad que era algo incómoda en Tres anuncios por un crimen (2017) —sobre todo el personaje de Sam Rockwell—, pero la distancia histórica da un toque naif bastante encantador.
Aunque la cinematografía nos llena la vista con paisajes hermosos, el panorama rural representa una prisión que aísla a los personajes del “mundanal ruido”. Teniendo varios paralelismos con La reina de belleza de Leenane (1996), obra cumbre de Martin McDonagh (director), los protagonistas de Los Espíritus de la Isla viven sumidos en una profunda insatisfacción, frustración desbordada que los lleva a arremeter contra la persona más cercana, aun cuando son los únicos responsables de su propia desilusión.
En cierto sentido, el violinista Colm proyecta en Pádraic (insulso, pero la persona más íntegra en la isla) el juicio sobre su propia ignorancia y pequeñez, vulgaridad que solo Siobhán (la única ilustrada del pueblo) es capaz de evidenciar. Colm se preocupa por su legado musical, pero ¿qué sentido tiene el arte si no es compartido o nace desde la misantropía? Con su producción, McDonagh reflexiona sobre el egoísmo perverso de los artistas, contraria a los sublimes principios del arte.
Los Espíritus de la Isla es el filme más cercano al trabajo dramatúrgico del realizador, lleno de personajes melancólicos, un par de manos lastimadas y rencores mal canalizados. Ambientar la historia en una isla permite hiperbolizar las emociones, algo que viene bien al estilo tragicómico del largometraje; incluso, McDonagh incorpora una moira o bruja shakesperiana (Sheila Flitton) para humorizar sobre el inalterable “destino funesto” de la literatura clásica. Dicha teatralidad de los hechos conlleva a la exaltación de ciertos valores éticos y morales en los personajes.
Parecido al pacto de “no traición” en In Bruges (2008), donde es preferible morir que ser desleal o ruin, a la fragmentada amistad entre Pádraic y Colm le sobrevive un alto sentido del honor y el respeto, principios caballerescos que solo perduran en la literatura y el teatro. En otras palabras, aunque los protagonistas se dejen llevar por impulsos, siempre queda un poco de cordura y compasión hacia el enemigo; refinado tratamiento de guion que distancia al “violento” cine de McDonagh de otros grotescos realizadores tarantinescos.
Con la intensidad de una ruptura amorosa, McDonagh aborda magistralmente la devastación emocional resultante del desencuentro entre amigos. Destaca que ningún personaje tenga un lazo romántico, más allá del torpe flirteo de Dominic (Barry Keoghan), pues todos han sustituido el calor humano por instrumentos musicales, libros, animales, chismes o alcohol. Hastiados por el entorno, los protagonistas son incapaces de apreciar cualquier manifestación de afecto, porque los años perdidos y la soledad han pasado factura a su empatía y capacidad de amar.
La obra comulga con un amplio background cinéfilo, el cual incluye el Reino Unido de John Ford, la Irlanda cruel de La hija de Ryan (1970) y hasta con películas de Kelly Reichardt, como First Cow (2019). Martin McDonagh retorna a sus inicios dramatúrgicos para producir una de las películas más hermosas en esta temporada de premios. Los Espíritus de la Isla inicia como fábula ambientada en lugar recóndito, pero termina siendo íntima y cercana, porque todos hemos sido alguna vez Colm o Pádraic, ya sea rompiendo relaciones con la mayor crueldad o sobrellevando de la peor manera una repentina separación.
Los espíritus de la isla se exhibe en cines de México
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