Earwig: la sugestiva ambigüedad de Hadzihalilovic | Crítica

Similar al sórdido sci-fi de Evolution (2015), Earwig (2021) parece desarrollarse bajo la sombra de una siniestra corporación o secta, la cual tiene un plan secreto para la pequeña Mia.
A mediados del siglo XX, en algún lugar de Europa, Albert (Paul Hilton) es tutor de la pequeña Mia (Romane Hemelaers), a quien debe cambiar diariamente los dientes de hielo. Un día, el cuidador recibe la orden de preparar a la niña para un viaje. Paralelo a esto, se desarrolla la historia de Céleste (Romola Garai), una mesera que es cortejada por un adinerado hombre (Alex Lawther), tras ser lastimada accidentalmente por Albert. La película es fiel adaptación de la obra homónima del también escultor Brian Catling.
En pleno boom del Nuevo Extremismo Francés, Inocencia (2004) fue una propuesta desconcertante por la sugerida sexualización del grupo de niñas recluidas en un orfanato. La adaptación reinterpretó el cuento de Frank Wedekind, convirtiendo el entrenamiento sexual en una crítica al “adiestramiento” y sometimiento implícitos en la construcción de cualquier identidad femenina. Para Lucile Hadzihalilovic, directora de Earwig, fue una declaración estética sobre su interés por la perspectiva infantil. Según la realizadora, poner a un niño en el centro narrativo “amplifica las emociones, ya que para el personaje todo está sucediendo por primera vez”.
Similar al sórdido sci-fi de Evolution (2015), Earwig (2021) parece desarrollarse bajo la sombra de una siniestra corporación o secta, la cual tiene un plan secreto para la pequeña Mia. Si bien la realizadora se aferra a la ambigüedad extrema, lo anterior es una constante filmográfica que da bastante claridad sobre la nueva película de Hadzihalilovic. El pausado suspenso se alimenta de la ansiedad provocada por el desconocido mal acechante, una sugestiva atmósfera corrompiendo todo. Ahora, tal slow cinema no resulta tan evocativo como en obras previas de la realizadora, pues lo barroco del material de origen ocasiona el choque de ideas entre sí, resultando un surrealismo malogrado en anodina confusión.
A mitad de metraje, la tensión in crescendo se detiene, debido al contraste entre las dos líneas argumentales: el proyecto dental de Mia (una ensoñación bastante contenida) y la experiencia extracorporal entre Albert y Céleste, irracionalmente sobrenatural. En la obra literaria de Catling puede suceder orgánicamente, pero a nivel cinematográfico es un doble foco dramático sin correlación. La violenta alegoría de los dientes temporales, ya presente en Inocencia, se desvanece entre tantas tomas prolongadas de Albert mirando la cristalería, lo cual no aporta a la psicología de los personajes, pero sí ensancha la duración de un filme que redunda sobre las mismas imágenes.
Descartando la impostada profundidad, la verdadera virtud de Earwig se encuentra en la iluminación y composición de encuadres, que logran la ilusión de universo pictórico. Ya sea consciente o involuntariamente, los interiores tienen una fuerte evocación a la obra de Balthus (referencia frecuente en la filmografía de Hadzihalilovic), pues la extraña relación entre niña y tutor se desarrolla en claustrofóbicos espacios apenas iluminados. Para exteriores, la mayor influencia es el gótico romántico, con la inclusión de ruinas, ciudades vacías y naturaleza como tentadora ruta de escape del cautiverio, parecido al bosque en Inocencia o el mar abierto en Evolution.
Para finalizar, pese a no ofrecer algo realmente perturbador, los cuatro personajes principales están dibujados a partir de una inquietante estética freak. A nivel visual, recursos como el aparato dental o la estigmatofilia son “rarezas” memorables que enriquecen al vacuo surrealismo de vieja escuela, con bucles temporales y un vaquero lynchiano (el misterioso cliente del bar) conduciendo la historia hacia un incierto destino trágico.
Aunque los eventos carezcan de fuerza emotiva, el último acto está repleto de golosinas para la cautiva audiencia de Michael Haneke, Lars von Trier o Gaspar Noé; irracional tremendismo que recurre al horror corporal para rematar un filme de lenta combustión, con shockeante desenlace que pretende hacerte olvidar las dos horas de vacío. Si Earwig es placentera o no, depende directamente del gusto masoquista del espectador.
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Tráiler de Earwig
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