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C’mon C’mon: la extraña sabiduría infantil | Crítica

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Sentado en el cuarto de un hotel, un hombre en prepara el guion para una entrevista con un sujeto desconocido. Sus preguntas, en apariencia simples, abordan desde temas abstractos —como la soledad, la tristeza, la felicidad, el enojo o el miedo—, hasta tópicos más concretos como la naturaleza o la familia.

El hombre se llama Johnny (Joaquin Phoenix), un audio-documentalista cuyo más reciente trabajo radica en una serie de entrevistas a niños y adolescentes de distintas partes de Estados Unidos, las cuales buscan conocer su postura en relación con su vida, sus emociones y su futuro. En medio del proyecto, Johnny se ve obligado a hacerse cargo de su sobrino Jesse (Woody Normann), mientras su hermana Viv (Gaby Hoffmann) viaja a Oakland para ayudar a Paul (Scott McNairy), el padre de Jesse, quien sufre de un grave trastorno de bipolaridad.

Aquellos familiarizados con el cine del estadounidense Mike Mills sabrán que sus películas son trabajos casi ensayísticos que posicionan sus temas por encima de las historias que cuenta; aun con ello, sus tramas siempre resultan tan conmovedoras como interesantes al tomar como punto de partida los acontecimientos y a las personas que marcaron su vida. Para hablar del amor, en Beginners (2010) utilizó la tardía salida de su padre del clóset, además de tocar asuntos como la memoria, el paso del tiempo, la soledad y la muerte. En el caso de Mujeres del Siglo XX (2016), su crecimiento rodeado de mujeres lo llevó a ensayar alrededor del feminismo, la maternidad, la adolescencia y, curiosamente, la masculinidad.

Cmon Cmon Joaquin Phoenix Crítica

En C´mon C´mon (2022) las reflexiones derivadas de su experiencia como padre primerizo le permiten tocar aspectos de la crianza, la niñez y sus similitudes con la vejez, pero más que todo, el valor de la perspectiva infantil sobre la vida cotidiana, haciendo de este el eje central de su cinta. Para los asuntos secundarios, el director (fiel a su formación como documentalista) recurre al uso de material bibliográfico acompañado de imágenes con una gran carga sentimental que manifiestan con precisión sus ideas. Pero respecto al argumento principal, la película discurre entre dos planteamientos paralelos que lo matizan. 

Por un lado, el de las entrevistas, cuya aproximación a los jóvenes es totalmente ajena a Johnny; apenas los conocemos a través de sus opiniones que son ingeniosas y cautivadoras, pero que se perciben un tanto artificiales al situarse en un contexto que los obliga, —de alguna manera— a llegar a ellas. Y por el otro lado, tenemos a nuestro personaje coprotagonista, Jesse, con quien tanto Johnny como los espectadores llegamos a generar un vínculo emocional (o en su defecto, un sutil rechazo) gracias a que espontáneamente le escuchamos hablar sobre cualquier producto de su inquieta imaginación.

Ambas partes representan la base de la problemática bajo la que se rige el filme: los niños como sujetos altamente perceptibles, con una capacidad crítica y analítica sobre lo que sucede a su alrededor. Pero el segundo punto es el que adquiere la contundencia esperada, ya que deriva de una de las características principales de Mills como escritor: su capacidad de crear personajes complejos que generan una inmensa empatía.

Jesse, en apariencia un muchacho malcriado, termina por revelar al público que su actitud no es más que un grito desesperado de auxilio, la traducción de su sentir respecto a la grave situación por la que sus padres atraviesan, sobre la que cavila constantemente y de la que necesita orientación, así como un detonante para expresarlo.

Sobre su relación con Johnny, funciona como bálsamo para las heridas emocionales de ambos, pues su dinámica no se limita a la del adulto que ayuda a una joven alma a navegar por su enorme huracán emocional. Sino que a través de comentarios y preguntas inocentes, que incluso podrían pasar como imprudentes, el niño muestra al adulto su verdad: la de un hombre solitario con un torpe manejo de sus relaciones interpersonales.

Con todo esto, el cineasta logra su objetivo; evita la visión simplista que encasilla a los niños como seres incapaces de razonar con profundidad y toma con seriedad sus apreciaciones en lugar de mirarlas con desdén, confiriéndoles la complejidad que merecen, sin exentarlos de sus defectos y sus flaquezas. C’mon C’mon, al igual que los otros filmes de su director, consigue ser un relato íntimo y enternecedor, en gran medida gracias a sus personajes confeccionados con una sensibilidad que provoca la empatía del espectador. Una historia que exalta los discursos provenientes de la óptica infantil, que nos sugiere tomarlos en cuenta y ceder ante su extraña sabiduría. 

C’mon C’mon ya está disponible en cines.

Tráiler de C’mon C’mon

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