25 grandes representaciones LGBT+ en el cine

Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
¿Es necesaria tanta inclusión de personajes LGBT+ en el cine y la TV? Considerando que durante décadas el tema fue prohibido, criminalizado o convertido en el chiste homófobo de comedia soez, es bastante justo “dominar” la cartelera en la actualidad (algo que está muy lejos de suceder). Aunque el código Hays (vigente de 1934 hasta 1968) sólo fue implementado en Hollywood, significó una influencia importante en la representación de la diversidad como un tabú sexual y en la identidad de miles de personas alrededor del mundo. Cuando la censura se aligeró en los 70, la opresión había distorsionado tanto las formas, que los primeros intentos por hablar abiertamente sobre el tema eran tóxicos o queerbaiting innecesario, como el de Tomates verdes fritos (Jon Avnet, 1991).
Comencemos por la criminalización, parecida a la antropología del siglo XIX. Durante los 70 y 80, era igual de siniestro toparse a un enmascarado armado con motosierra que a un homosexual enamorado. Dejando de lado la representación obvia de Cruising (William Friedkin, 1980) y animaciones de Disney, las subculturas fuera de la heterosexual sufrieron un proceso de “villanización”, originando múltiples variaciones de antagonistas queer. En alguna entrevista, Joseph L. Mankiewicz llegó a afirmar que dirigió a Anne Baxter en Eva al desnudo (1950) “como una lesbiana”, característica visible a pesar de la codificación de la época; años más tarde, tal subtexto inspiró a Rainer Werner Fassbinder para filmar su camp Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972), relajando la villanía de Eve Harrington a simple desamor y rechazo. En otras películas como El asesinato de la hermana George (Robert Aldrich, 1968) o La soga (Alfred Hitchcock, 1948), la estigmatización incluía relaciones destructivas con retorcidas mecánicas de poder.
El arquetipo del homosexual perverso y homicida ingenioso sería una constante en las principales industrias, adaptándose a la idiosincrasia de cada región. En el caso mexicano, durante los 70, Maricruz Olivier protagonizó dos películas importantes para el estudio del estereotipo dominante: El deseo en otoño (Carlos Enrique Taboada, 1970) y Tres mujeres en la hoguera (Luis Alcoriza, 1977). En ambas existe una noción de presa y depredador, donde la “avivada” lesbiana logra “atrapar” a la ingenua mujer hetersexual en su “trampa”, metáfora explícita en Cuando tejen las arañas (Roberto Gavaldón, 1979). Los personajes LGBT+ de ese período debían tener un rol definido entre víctima y victimario, jamás un término medio. En El cumpleaños del perro (Jaime Humberto Hermosillo, 1974), Teatro Follies (Víctor Manuel Castro, 1983) y Un lugar sin límites (Arturo Ripstein, 1978) se ve claramente cómo el asumirse homosexual implicaba un destino trágico inminente.
Cuando Patricia Highsmith publicó El precio de la sal (Carol) en 1952, la falta de desenlace fatalista supuso un momento disruptivo en la narrativa estadounidense, debido a la omisión de la condena al romance lésbico (un elemento riguroso para contar ese tipo de historias). En el cine es más complicado convencer a la audiencia del final feliz en una trama queer; pongamos como ejemplo Su otro amor (Arthur Hiller, 1982). Cuando el melodrama de Hiller llegó a las carteleras, la forma “cordial” de solucionar la infidelidad homosexual del protagonista (con un discurso inclusivo, adelantado para la época) no fue aceptada por el público; tan mal fue su recepción, que la carrera emergente de Harry Hamlin se vio truncada por dicho título. En cambio, hasta inicios del nuevo milenio, los únicos dramas rentables eran aquellos con involuntaria apología a los crímenes de odio; los casos más obvios: Los chicos no lloran (Kimberly Peirce, 1999) y Secreto en la montaña (Ang Lee, 2005).

Si bien el alcance de títulos como Secreto en la montaña permitió evidenciar la discriminación, también reafirmaron la concepción del ambiente LGBT+ como un colectivo aquejado por sufrimiento y remordimientos. La homosexualidad en De la vida de las marionetas (Ingmar Bergman, 1980) es una condición sólo comprensible desde el psicoanálisis de los pensamientos más oscuros del individuo. En esa mirada melancólica de turbiedad mental se suscriben clásicos como Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971) o El conformista (Bernardo Bertolucci, 1970), con personajes que, al reprimir su pulsión sexual, conocen el lado más doloroso de la miseria humana. Sin velo pesimista, Moonlight (Barry Jenkins, 2016) –que imita a Happy Together (Wong Kar-wai, 1997) en forma, mas no en contenido– se suma a tal tradición, haciendo del protagonista un personaje torturado por el rechazo de su madre y un romance juvenil malogrado.
En plena crisis pandémica del VIH, existió un esfuerzo de directores por mostrarse empáticos hacia los problemas de la comunidad; no obstante, el formalismo de Hollywood terminó heteronormando el “mundo gay”. El caso más criticado es Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), pero en bastantes películas del mainstream aparecían secundarios que reafirmaron la versión edulcorada del prototipo homosexual: muy masculino, homoflexible y regido bajo los estándares de belleza occidental. En La boda de mi mejor amigo (P. J. Hogan, 1997) el personaje de Rupert Everett entraba y salía del clóset a voluntad, todo por ayudar a su heterosexual amiga Julia Roberts. Tal idea del “amigo gay” (a quien “no se le nota”) era uno de los tantos clichés de la fantasía hollywoodense que hoy han sido contrarrestados por varias olas de cineastas.
La actual forma del cine LGBT+ inició con el New queer cinema (durante los 90), el cual vino a refrescar las representaciones en pantalla. Como el mismo Todd Haynes lo llegó a expresar, entonces la gente definía al cine gay “únicamente por contenido: si hay personajes gay en él, es una película gay”. Tal movimiento llegó a crear un statement estilístico y temático, no solo interesado por la inclusión de personajes queer en pantalla; el principal objetivo de sus integrantes era dinamitar las normas y estructuras narrativas del heropatriarcado, sustituyéndolas con crudas críticas sociales y festivas sátiras.
El legado de dicha generación se puede respirar en autores como Andrew Haigh. Si bien 45 años (2015) no tiene ningún personaje gay, la reflexión sobre la vacuidad del matrimonio (como institución) se desarrolla dentro de un contexto de libertad afectiva, donde un “fin de semana” puede representar una manifestación amorosa más sublime que un largo y falso matrimonio heterosexual. Entender tales discursos permite evidenciar que películas como La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) o Llámame por tu nombre (Luca Guadagnino, 2017) poco tienen de queer, en tanto se eliminan los elementos de fondo y sólo se potencializan las relaciones sexuales como un factor homoerótico rentable o una plataforma actoral para ganar notoriedad: Mahershala Ali, Jared Leto, Eddie Redmayne, Rami Malek, etc.
Así como existe el test de Bechdel para evaluar la presencia de mujeres en el arte, la prueba de Vito Ruso (desarrollada por la GLAAD) analiza las representaciones LGBT+ dentro del cine. Los criterios son:
- Los personajes son claramente identificables como LGBT, sin ambigüedades.
- No debe definirse única o predominantemente por su orientación sexual o identidad de género.
- El personaje LGBT debe estar vinculado en la trama, de tal manera que su eliminación tenga un efecto significativo.
Aunque el pinkwashing está impulsando la inclusión comercial (considerada por los grupos conservadores como “forzada”), lo cierto es que tal “visibilidad” esta desbalanceada a favor de los nichos más rentables (en específico, el mercado gay). La cuota del resto de letras del acrónimo es inferior y con bastantes lagunas en sus construcciones, las cuales anulan propiedades obvias de la vida queer (como la sexualidad) en aras de producir películas familiares, como sucedió en los heteronormados biopics Bohemian Raphsody y The Imitation Game.
A partir de dicho contexto, construimos un TOP de películas con trasfondo LGBT+, estableciendo un muestrario de momentos significativos en el cine.
LGBT+ en el cine: 25 grandes representaciones
25. El cuarto hombre (Paul Verhoeven, 1983)
“La religión es un estado esquizofrénico”, explicó Verhoeven al ser cuestionado sobre el uso de simbolismos católicos en este suspense erótico, protagonizado por un hombre bisexual protegido por la mismísima virgen María. En un primer visionado, la película parece un despropósito, después ofende (por los estereotipos y el tratamiento), pero al final resulta una fantasía jocosa que reta a toda la audiencia conservadora por el uso de simbolismo sacro, compatible con el homoerotismo religioso más clásico.
Como en la mayoría de sus thrillers, la adaptación de Verhoeven desdibuja la condición moral de su antihéroe, hasta no hacer reconocible si se trata de la víctima o el victimario. De forma retorcida y desconcertante, algunas películas de Verhoeven desarticulan las dinámicas de supremacía masculina y ésta no es la excepción.
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24. Los encuentros después de la medianoche (Yann González, 2013)
Película poética sobre la soledad en la multitud; según el director, inspirada por El club de los cinco (John Hughes, 1985) y El discreto encanto de la burguesía (Luis Buñuel, 1972). La orgía está compuesta por clichés sexuales del cine comercial, fuera de sus contextos y lidiando con los pensamientos más tenebrosos en sus mentes. La narrativa entremezcla realidad y sueños, lo que permite al director crear un collage de postales evocadoras. Cuando la noche termina y el amanecer llega, la fantasía sexual y el brillo festivo desaparecen, dejando a los personajes expuestos al vacío.
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23. Maurice (James Ivory, 1987)
Una de las razones que motivaron el surgimiento del New queer cinema fue Maurice, pues su narrativa desde el privilegio no representaba a nadie en su momento. Durante mucho tiempo fue denostada por la vacuidad del romance; sin embargo, a la distancia y tras el estreno de Llámame por tu nombre (Luca Guadagnino, 2017) –aún más elitista y blanca–, el filme parece tener cierta profundidad social.
El romance entre Alec (Rupert Graves) y Maurice (James Wilby) nos habla de un vínculo afectivo entre dos personas de diferente nivel económico y sin dinámicas de poder tóxicas, como sí sucedía en Ernesto (Salvatore Samperi, 1979), de trama similar. Aunque no rompe demasiados platos, plantea la idea del amor sin prejuicios; además de hacer notorios los (LIMITADOS) derechos ganados, en comparación con la Inglaterra victoriana del filme. Además, el status de Ivory como cineasta gay debe tomarse siempre en consideración.
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22. Los que me quieren tomarán el tren (Patrice Chéreau, 1998)
Chéreau se inspiró en el funeral del crítico Gilles Sandier, las notas de Hervé Guibert sobre la muerte de Michel Foucault y anécdotas aportadas por Danièle Thompson (quien adjudica la frase del título al director François Reichenbach en sus últimas horas de vida).
En el filme, la personalidad del fallecido artista se distingue en todos los asistentes a la despedida y a partir de diálogos fragmentados podemos aproximarnos a su conflictiva existencia. Según el realizador, aborda dos formas de amor: el conyugal y el filial, los cuales conforman un drama coral complejo y caótico. El paisaje creado por Chéreau incluye drogas, peleas en pareja, homosexualidad y VIH, una diversidad de identidades que hablan bastante del talento contenido en la mente del cineasta francés.
21. Los buenos modales (Juliana Rojas y Marco Dutra, 2017)
El cómo estos directores mezclan géneros es alucinante, pues tiene de todo un poco: terror, musical, fantasía y comedia romántica. Si bien el romance lésbico solo forma parte del primer capítulo, es un elemento fundamental para entender la idea global del filme: un cuento de terror sobre ser “diferente” en Brasil. El contraste social entre las dos protagonistas es una forma de incluir al racismo estructural en una “nueva” narrativa, alejada del realismo convencional.
De acuerdo con Juliana Rojas, ambas mujeres (de posiciones económicas y raciales opuestas) se encuentran en la misma condición de marginalidad, borrando las fronteras individuales en ciudades como São Paulo, incluso dentro de sectores vulnerables como el LGBT+. Los directores hacen mucho hincapié en su manejo del erotismo interracial, ya que evitaron la interpretación “fetichista del cuerpo femenino”.
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20. Sueño en otro idioma (Ernesto Contreras, 2017)
La película de Contreras es un suceso particular en el cine mexicano: mezcla fantasía con realismo (sin imitar fórmulas) y el resultado es sorprendente. La conjunción del tema lingüístico con el amor oculto de los protagonistas conforma un hermoso paralelismo sobre las identidades destinadas a la invisibilidad en la sociedad mexicana (llena de prejuicios y problemas ideológicos).
El punto positivo del filme –y otras del mismo periodo, como Carmín tropical (Rigoberto Perezcano, 2014)– es buscar espectros de la comunidad LGBT+ fuera de las representaciones citadinas, ya que la gama es demasiado amplia y podría dar paso a un sinnúmero de narrativas. Para el largometraje, se solicitó al lingüista Francisco Javier Félix Valdez la invención de una lengua llamada zikril, con el objetivo de evitar la apropiación cultural; práctica de consciencia social que deberían imitar todas las producciones nacionales.
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19. But I’m a Cheerleader (Jamie Babbit, 1999)
Joya humorística adelantada a su tiempo. Comparada innecesariamente con el cine de John Waters (Babbit es superior), esta sátira se burla de las clínicas de reconversión y el ideal binario establecido por la sociedad; de hecho, el campamento (True Directions) tiene un nombre similar al centro de rehabilitación que dirigía la madre de la directora (New Directions). El guion de Brian Wayne Peterson no sólo se queda en la superficie de las relaciones afectivas; también incluye acotaciones sobre la identidad, como el personaje de Katrina Phillips (Jan), una chica heterosexual ingresada a la rehabilitación por su aspecto “masculino”.
La producción tuvo problemas en el casting (muchas actrices rechazaron el personaje de Megan) y en la distribución sólo recibió una oferta baja de Fine Line. Si bien las películas pesimistas como Los muchachos no lloran tenían una audiencia aceptable, la comedia colorida de Babbit no contó con el suficiente empuje para tener ventas en el mercado mainstream… recordemos, los finales queer felices no vendían.
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18. El banquete de boda (Ang Lee, 1993)
La comedia surge del odio del director hacia los banquetes de boda, por considerarlos un pretexto para liberar “5 mil años de represión sexual”. Los conflictos entre padres e hijos son el centro temático en la primera etapa fílmica de Ang Lee, en respuesta al progresivo desapego a su tierra natal tras la temprana migración a Estados Unidos.
El banquete de boda presenta un choque entre dos generaciones con identidades culturales opuestas, una liberal y la otra tradicionalista; no obstante, a pesar de su ojo crítico hacia la idiosincrasia taiwanesa, Lee muestra su lado más afable y positivo. Cada uno a su modo, los padres del protagonista se vuelven flexibles hacia la vida “sui generis” del hijo, motivados por el amor de ambos hacia él. Los detractores del filme la catalogan una perspectiva edulcorada y alejada de la realidad; sin embargo, también llevó al cine modelos de “tolerancia” y aceptación familiar poco frecuentes en los contenidos de ese momento.
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17. 120 latidos por minuto (Robin Campillo, 2017)
Si alguien tiene autoridad para hablar sobre la epidemia del SIDA, ese es Robin Campillo, quien fue activista militante de la Act Up francesa. 120 latidos por minuto es dolorosa para todos, incluyendo al mismo Pedro Almodóvar (presidente del jurado de Cannes en 2017), quien quedó conmovido con el filme y la nombró su Palma de Oro personal.
Para la actualidad, el filme reivindica la lucha por los derechos y su visibilidad en el espacio público. El título hace referencia al House, música representativa del momento y que continúa ligada al ambiente gay. Al final se lanza un mensaje contundente contra los detractores del carácter festivo del Pride; pues, tras la crisis del VIH y todos los crímenes de odio contra la comunidad, el continuar con vida es motivo suficiente para celebrar en todo momento.
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16. El duque de Borgoña (Peter Strickland, 2014)
A pesar de la ficción que envuelve al relato, El duque de Borgoña es la aproximación al S&M más sexy y verosímil en la historia del cine, sin dramas y con una hermosa reflexión sobre la imposibilidad de vivir una fantasía 24/7. La película navega en el terreno bergmaniano, donde los roles en las dinámicas de poder se confunden y el sumiso puede terminar sometiendo a su amo. Tras un primer intento de adaptar Les possédées du diable (1974), Strickland decidió inspirarse en el sadomasoquismo lésbico de Jesús Franco para crear una fábula con “emociones realistas” sobre las fantasías no consumadas.
Respetar las reglas del juego se convierte en afecto, porque la simulación y el fetichismo son las chispas que detonan el amor. En el montaje, la referencia a los collage experimentales de Stan Brakhage da una sensación inquietante a dicha experiencia.
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15. Más allá de las colinas (Cristian Mungiu, 2012)
La película está inspirada en el exorcismo del monasterio de Tanacu en 2005, donde un sacerdote ortodoxo practicó un exorcismo a una monja con problemas mentales hasta asesinarla. El caso documentado por la novelista Tatiana Niculescu Bran sirvió de trasfondo para la denuncia de Cristian Mungiu contra las instituciones religiosas y sus anacrónicos métodos de sometimiento y control.
A pesar de suceder en la actualidad, el convento ortodoxo de Iași pareciera vivir en otro siglo, ya que se pretende evidenciar el atraso ideológico ocasionado por la dictadura de Nicolae Ceaușescu: las regiones rurales del país quedaron a su suerte y tal situación motivó el auge de la superstición religiosa. En el largometraje, el proceder de las monjas ni siquiera es denunciado como un acto de maldad o crimen de odio, pues es resultado de la ignorancia y la ideología de un líder intolerante, como suele suceder en cualquier parte del mundo.
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14. Fresa y chocolate (Juan Carlos Tabío y Tomás Gutiérrez Alea, 1993)
Con el actual ambiente político, los diálogos de Fresa y chocolate tienen un lugar importante en la conversación pública. No se ataca o defiende una ideología política, sino el uso por los líderes para someter a los disidentes de sus regímenes. “Titón” (Alea) se inspiró en las purgas académicas contra homosexuales, religiosos y detractores de “la revolución”, de las cuales fue testigo presencial. El protagonista del filme (soberbia la interpretación de Jorge Perugorría) es un artista con firmes convicciones sobre el gremio artístico, el cual no debe estar al servicio del Estado.
Lo anterior convierte al largometraje en un bellísimo tratado sobre el fuerte vínculo entre el arte y la comunidad LGBT+, quienes por siglos han sido curadores, productores y transformadores de la poesía en múltiples disciplinas. Con un precario presupuesto (los actores llegaron a cobrar cerca de 40 dólares), la película supuso un punto de ruptura en la producción cinematográfica y la tardía liberación sexual de Cuba.
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13. El tiempo que queda (François Ozon, 2005)
La idea del filme nació durante el tiempo de espera de Ozon por los resultados de unos estudios médicos. Tras investigar, descubrió que la mayoría de los pacientes de cáncer con pronósticos negativos deciden no tomar los tratamientos. La elección de cáncer como enfermedad, en lugar de SIDA, responde a una intención de borrar el estigma del VIH como sinónimo de muerte; pues, para entonces, los avances médicos habían logrado reducir al mínimo la mortalidad de pacientes detectados: “es posible que un gay muera por algo más que el SIDA”, mencionaba el realizador.
Durante los últimos días del protagonista vemos la faceta más poética del autor francés, incluidas una dolorosa ruptura forzada, la despedida de familiares y la ingeniosa trama de la camarera, con el ménage à trois más hermoso en la historia del cine.
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12. Thelma (Joachim Trier, 2017)
Los críticos aún debaten si se trata de una película de superhéroes o terror puro. Lo cierto es que Thelma fue un triunfo en el género donde bastantes habían intentado y fracasado (como Kornél Mundruczó), debido a la preciosista mitología alrededor de la protagonista, la cual mezcla elementos salvajes y místicos.
Hay un aire de Stephen King, pero el rumbo de la trama es diferente, pues lo sobrenatural es un pretexto para hablar sobre el amor, la liberación y el autocontrol. Trier elimina los escenarios clásicos de sometimiento y castigo femenino para sustituirlos por una versión contemporánea de la fantasía y el suspenso con perspectiva de género (el desenlace esperanzador es prueba de ello). Según el realizador, la mayoría de las historias LGBT+ en el cine escandinavo son masculinas (gay); por tal motivo, Thelma se desarrolló a partir de un romance lésbico, con el fin de dar proyección a más relatos de este tipo.
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11. El amor es extraño (Ira Sachs, 2014)
El filme de Ira Sachs es una carta de amor a la longeva generación de artistas homosexuales neoyorquinos que sobrevivieron a la epidemia del VIH, dándoles visibilidad en una industria que pocas veces los reconoce. A diferencia de su filmografía previa, la película se distingue por una ligereza festiva, resultante de la actual libertad que gozan las comunidades LGBT+ en las principales ciudades del mundo; según el realizador, si la hubiera filmado cinco años antes no habría sido una “película gay feliz”.
El largometraje muestra las “dinámicas comunales” del colectivo, donde puede haber diferencias (en este caso, generacionales), pero siempre existirá un apoyo entre los miembros de “la misma letra”; imagen de fraternidad desdibujada con los años. Como sucede también en Little Men (2016) con el asunto inmobiliario, El amor es extraño tiene un trasfondo de denuncia social contra la falta de seguridad social en todos los sectores de Estados Unidos; dicho problema llevará a los protagonistas a situaciones precarias que contradicen el estereotipo en cine y TV del homosexual con bienestar asegurado.
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10. Bound (Lana Wachowski y Lilly Wachowski, 1996)
Si Ridley Scott no se hubiera quedado tibio en Thelma y Louise (1991), se habría adelantado algunos años a esta tremenda obra del suspenso criminal. Las hermanas Wachowski entraron al cine por la puerta grande, con un noir inspirado en la filmografía de Billy Wilder y promocionado como thriller erótico post-Tarantino. El proyecto tuvo problemas de financiación, pues las productoras insistían en cambiar a Corky por un hombre.
De acuerdo con varios textos, los múltiples planos cenitales son una metáfora del “clóset”, haciendo alusión a que “todos vivimos en grandes cajas”, ocultando nuestras verdaderas personalidades. A pesar del fracaso en taquilla, lograron llevar al mainstream una película de género protagonizada por dos mujeres enamoradas en la cual los “dilemas” por sus orientaciones sexuales no son un elemento central. El posterior éxito de Matrix (1999) obligó a la audiencia a “revisionar” la ópera prima de las Wachowski como el germen de una gran trayectoria.
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9. La ley del más fuerte (Rainer Werner Fassbinder, 1975)
No sólo es un melodrama, también es un ensayo crudo sobre el desnivel de clases y la decadencia del amor como institución. La película se produjo durante la época más prolífica del realizador, y podría considerarse su obra más personal, debido a su participación actoral y la primera aproximación al ambiente cabaretil de su futura ‘Trilogía de la posguerra’.
Durante el estreno en Cannes del 75, la película fue calificada como una representación negativa de la comunidad gay. Fassbinder declaró que el largometraje no distaba de sus trabajos anteriores (romances heterosexuales con tóxicas dinámicas de poder), pues su objetivo era evidenciar las diferencias sociales como problema universal. En los 70, la RFA se encontraba en una crisis económica, por lo que el despilfarro del “villano” era una crítica a la desigualdad imperante en el país.
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8. Tangerine (Sean Baker, 2015)
En Tangerine no hay ningún discurso reivindicativo entre líneas sobre las protagonistas, sólo es una divertida aventura de celos, mentiras piadosas y secretos. El desparpajo de los diálogos y tono “ligero” no eran parte del proyecto en preproducción (Baker y Chris Bergoch planeaban un filme serio); fue hasta después de conocer a las dos actrices principales que el director decidió virar hacia la “comedia”.
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Cuando se estrenó se sentía el inicio de un nuevo realismo social, alejado del pesimismo y la seriedad del cine de denuncia. Sin embargo, tampoco es el trashy irracional de Korine o Clark, pues los personajes tienen una dimensión psicológica de gran complejidad, especialmente Sin‑Dee (Kitana Kiki Rodriguez); aparentemente está cegada por los celos, pero termina con un excelente arco dramático que demuestra a la audiencia la importancia de la sororidad y la amistad por encima del amor. En Tangerine no hay filtros de corrección política ni miedo a equivocarse, sólo honestidad… como debería ser en todo el cine.
7. Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017)
El director afirmó que el personaje de Daniela Vega es una versión contemporánea de Jeanne Moreau en Ascensor para el cadalso (Louis Malle, 1958), referencia que no está muy distante de la realidad, ya que el trabajo de la actriz es una de las mejores interpretaciones femeninas en el cine latinoamericano.
Dentro del actual imaginario queer, “Marina Vidal” es una de las representaciones más positivas, porque (a diferencia de la cantante de Tangerine, sin visibilidad para su talento) Lelio nos muestra a una mujer trans integrada en la sociedad citadina y ejerciendo su profesión artística, con las obvias adversidades laborales). Sí se expone la discriminación, pero no se realiza una apología de la misma. También, castear a una actriz transgénero para este personaje es ir en contra del actual anacronismo de Hollywood, donde actores cis insisten en ser considerados para roles que podrían desempeñar intérpretes trans.
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6. Fucking Åmål (Lukas Moodysson, 1998)
La película de Moodysson fue un éxito internacional que aún preserva su estatus de culto; no por el romance coming of age lésbico (de una belleza inalcanzable para Hollywood), sino por la representación exacta del momento (los noventas tardíos), la cual constituye un fósil nostálgico para los millennials en la treintena.
Una chica suicida y otra en búsqueda de emociones fuertes representaban a cualquier adolescente del mundo; no obstante, el plus de Fucking Åmål era el escenario esperanzador para todo joven que deseara salir del clóset y disfrutar abiertamente los mejores años de su vida. Dejando de lado el descubrimiento sexual, las protagonistas también se encuentran en una encrucijada sobre su porvenir, porque ambas se niegan a reproducir los patrones de vida de sus padres. Crecer, reproducirse y morir en Åmål no es parte de sus planes… ellas buscan más.
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5. Carol (Todd Haynes, 2015)
Indiscutible obra maestra del cine queer. Como se mencionó en la introducción, la novela de Highsmith fue un hito para la comunidad LGBT+ y su adaptación no pudo tener mejor director. Aunque en la superficie parezca un trabajo formal, el filme está a tope de detalles que evocan (como pocas películas) el esplendor del pasado. En ese marco de preciosista dirección de arte, el encuentro de las dos protagonistas constituye el romance lésbico que el cine clásico nos negó; de hecho, la estructura narrativa del filme es un homenaje directo a Breve encuentro (David Lean, 1945).
El principal objetivo del magistral guion de Phyllis Nagy era remarcar las vulnerabilidades que surgen de un amor prohibido, construyendo diálogos que remarcan la inseguridad de no saberse correspondido. También se destaca que el mundo neoyorquino de Carol es enteramente femenino (en sentido feminista), ya que (cuenta el director) las principales influencias para la estética fueron las fotógrafas Ruth Orkin, Esther Bubley, Helen Levitt y Vivian Maier.
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4. Laurence Anyways (Xavier Dolan, 2012)
Entre las películas de Dolan, Laurence Anyways es la nota más alta en su sello autoral, no por estilo, sino por la compleja y emotiva forma de narrar un romance destinado al desencuentro. La película explora los límites del afecto. ¿Amamos el cuerpo o el alma de la otra persona? Al terminar el metraje se responde a la pregunta: el placer corporal es una parte imprescindible del amor. Desde el despertar sexual de Laurence, los protagonistas vivirán una década evadiendo la cruda verdad y convenciéndose a sí mismos de que el amor sobrevivirá a cualquier dificultad. Hermosa y colorida pieza cinematográfica que nos muestra los alcances del hijo de pop más plástico.
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3. La ley del deseo (Pedro Almodóvar, 1987)
Dentro de la filmografía de Almodóvar, este filme posee una fuerza que radica en el inusual homoerotismo salvaje y desenfadado; para algunos, su última película 100% queer antes de la popularidad entre el mainstream. Este filme deconstruye el thriller policiaco en un melodrama ingenioso que mezcla celos, sensualidad y mucha estética popular.
Como más tarde lo haría Alain Guiraudie o François Ozon, el crimen no es un castigo o signo de maldad, sino la metáfora erótica del atractivo peligro del sexo libre. El personaje de Antonio Banderas (heteronormado y en el clóset) se obsesiona con el miedo a compartir el corazón de su amante con otros hombres, situación que lo lleva a perder la razón y desencadenar el más alocado noir en la historia del cine.
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2. Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019)
El cine de Céline Sciamma se ha preocupado por reflejar en la ficción una gama diversa de identidades. Sin embargo, Retrato de una mujer en llamas es su apuesta más poética y personal sobre el amor entre mujeres. La directora parte de la relación entre artista y “musa”, donde las segundas nunca tuvieron una contribución pasiva en la creación del discurso poético de una obra; no sólo se trata de una mujer sentada frente a un pintor simulando la realidad, en dicha interacción hay algo más. Según la realizadora, la película está compuesta de interacciones y diálogos horizontales, pues creador y modelo se encuentran en la misma condición. A un año de su estreno en Cannes, este universo compuesto por mujeres es un statement que busca contribuir en el redescubrimiento de muchas mujeres artistas borradas de la historia del arte.
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1. Juego de lágrimas (Neil Jordan, 1992)
El simbolismo queer es central en la filmografía de Neil Jordan, ya sea explícito en el contenido o sugerente en las formas. Al margen de la incómoda representación del IRA, Juego de lágrimas ofrece uno de los dramas más hermosos, protagonizado por un exterrorista en búsqueda de redención y una cantante de taberna. Tomando en cuenta que durante los noventa la presencia LGBT+ iba del romance gay heteronormado al drama pesimista, la relación entre los dos personajes planteaba una trasgresión a las convenciones del cine mainstream.
La audiencia no estaba preparada para dicha conversación y Juego de lágrimas se redujo a un plot twist tremendista, generando cierto rechazo por algunos sectores del colectivo. No obstante, a la distancia temporal, el filme puede tener lecturas más progresistas, como el hecho de que (por primera vez) la fantasía romántica del héroe y la damisela no era para una audiencia cisgénero.
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