Saltar al contenido

La chica salvaje: el problema de las adaptaciones genéricas | Crítica

La chica salvaje crítica

Por: Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

Kya Clark (Daisy Edgar-Jones), llamada en el pueblo “la chica salvaje”, es detenida y enjuiciada por el asesinato de la estrella local de futbol (Harris Dickinson), con quien mantenía una tóxica relación secreta. Durante el juicio, la protagonista narra su historia, desde el abandono familiar en las recónditas marismas sureñas hasta su éxito editorial como ilustradora. 

Una queja recurrente entre cinéfilos es que “las adaptaciones literarias no son fieles a los libros”. La revisión clínica del texto jamás asegurará un buen producto cinematográfico, incluso puede traer problemas serios. El jilguero (2019) o La verdad sobre el caso Harry Quebert (2018) se ahogaron en el pretencioso respeto al material de origen, mermando el prestigio artístico de sus respectivas novelas, debido a la deficiente traducción del subtexto literario al lenguaje cinematográfico. 

Te puede interesar: Tres malas decisiones en la adaptación de El Jilguero

En términos generales, la falta de identidad visual también ocasiona que la experiencia fílmica no sea satisfactoria. Es ahí donde las adaptaciones de Stephen King (por poner un ejemplo) han resultado exitosas entre la audiencia, porque directores como Stanley Kubrick, Brian De Palma, Frank Darabont o Mike Flanagan han sustituido y alterado los recursos literarios por propios, enriqueciendo (hasta la sobrevaloración) el universo fantástico del autor de best sellers

Lo mismo sucede con La chica salvaje (2022) al ser extremadamente literal en el traspaso de un medio a otro. El elemento atractivo de la novela homónima de Delia Owens es un misterioso homicidio impune, ya que sugiere el alegato sobre la legítima defensa como recurso jurídico exclusivo para sectores privilegiados; tal defensa del homicidio “justificado” cobra mayor importancia por el caso de un presunto cazador furtivo asesinado en Zambia, donde la autora está involucrada. 

En el filme, toda esa disertación moral se pierde, debido al malogrado filtro narrativo de la guionista Lucy Alibar (Bestias del sur salvaje), quien da prioridad a los asuntos del corazón. Toda posible lectura de “extremismo feminista” es sofocada con Edgar-Jones siendo una bellísima persona (exageradamente bucólica); como si Promising Young Woman (2020) fuera 85% romance y un 15% final de venganza y reflexión sobre el abuso sexual… no vaya a pensar el público que es pura misandria. 

La chica salvaje crítica

En el libro funciona el recorrido cronológico a través de los años, pero cinematográficamente se convierte en la densa prolongación de un culebrón mal resumido en dos horas, postergando el tratamiento sobre la violencia de género (tema central) hasta el último tercio de metraje. Incluso, el paralelismo entre Kya y su madre (motivo fundamental en el actuar de la heroína) apenas y se menciona en una línea de diálogo y dos escenas al inicio y al final del metraje. En el esfuerzo por hacer un filme rentable y comercial, guionista y directora vuelven aún más unidimensionales a personajes que ya eran formales clichés en el libro.

Y ni hablemos del juicio. Lo que podría ser una versión #MeToo de Matar a un Ruiseñor (1962), se reduce a ocasionales  apariciones del defensor David Strathairn en un absurdo proceso con PELUSA DE GORRO como única prueba incriminatoria. Se habla bastante del ostracismo contra la protagonista, pero poco vemos de dicho acoso social, pues predominan los aspectos rosas del depurado melodrama, comenzando por la nula caracterización de Daisy Edgar-Jones, en un hillbilly británico muy “aesthetic”. Existe exceso de pulcritud para lo que debería ser un retrato del empobrecido y continuista Viejo Sur, oscilante entre el conservadurismo y el progresismo. 

La mitad del pasado de Kya pudo suprimirse en beneficio de un mejor arco dramático, principalmente el sobrado romance con Tate (Taylor John Smith), pretexto para momentos tan excesivos como un beso envuelto con hojarasca creada por CGI. Lo anterior, aminora el potente mensaje del duelo por el abandono y la aceptación de la soledad, entendiendo su historia como otra vida animal en la naturaleza, una cría expulsada de su manada y obligada a defenderse de los depredadores sin ayuda. 

En entrevistas, la directora (de Nueva Jersey) habla sobre su percepción de Misisipi como un lugar “místico y folclórico” (sic), visión ingenua tangible en La chica salvaje. Los peligros latentes, como los trabajadores sociales o las empresas constructoras, son percances sin importancia mientras exista mucha perseverancia y buena voluntad. Al final dices: “oye, la vida está genial en las zonas marginales y pantanosas de Estados Unidos”. 

El fallido intento por “romantizar” el gótico sureño ignora importantes elementos del género, como el racismo, fanatismo religioso o cualquier manifestación de la comunidad intolerante. Igualmente, se desaprovecha el arte y conocimientos enciclopedistas de Kya, los cuales pudieron enriquecer (a manera de metáforas) muchas líneas argumentales, similar a las analogías con la vida silvestre del libro. De forma muy burda se hace referencia a la mantis religiosa o algunas aves silvestres, pero la investigación de la guionista no dio para más. El libro de Delia Owens, repleto de vicioso estilo naif, es el perfecto vehículo para lograr algo trascendente, pero La chica salvaje se queda en un Dogville (2003) dirigido por Lasse Hallström, con altas vibras de Safe Haven (2013).

Tráiler de La chica salvaje 

Categorías

Crítica

Etiquetas

Deja un comentario