Dos caras de la fe en el cine: ‘Secret Sunshine’ y ‘Breaking the waves’

Cuando la suerte o las coincidencias terribles quiebran la comodidad de nuestra vida cotidiana, perdemos el rumbo y comenzamos a buscar las razones para nuestro sufrimiento, la cura para nuestro desconsuelo. En su ensayo La fe como ilusión (2002), Mijail Malishev menciona: “El sentimiento de incertidumbre provoca vacíos y, para llenarlos, hacemos todo lo posible por alcanzar alguna certeza, y poco nos importa si ésta es real o ficticia”. No comprendemos de dónde ha venido el golpe no por qué, y es entonces cuando quizá miramos hacia arriba para encontrar respuestas. “Golpes como del odio de dios”, decía el poeta César Vallejo. Ahí es a donde se dirigen las súplicas finales cuando se está al borde de la tristeza.
Secret Sunshine (2007) y Breaking the waves (1996) giran en torno a este conflicto sobre la fe y la religión. Lee Chang-dong y Lars von Trier centran sus narrativas en el vínculo conflictivo de sus protagonistas con Dios, a quien dirigen no sólo la súplica y el lamento, sino la disputa, el reclamo. Shin-ae y Bess son dos mujeres que acuden a la fe cuando son golpeadas por la fatalidad. En el caso de Shin-ae, el secuestro y asesinato de su hijo pequeño, Jun; en el de Bess, el accidente que desata el estado paralítico de su reciente esposo, Jan. Ambas entablan un diálogo distinto con Dios: Shin-ae se convierte en creyente, pero después se siente traicionada por la voluntad divina, en cambio, Bess tiene una conexión íntima y una respuesta directa del cielo desde el inicio.
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Dos contextos
Antes de ahondar en la comunicación establecida entre Dios y ambas protagonistas es importante distinguir la dimensión social en la que se desenvuelven como personajes. Shin-ae es una mujer viuda que se ha mudado a Miryang, pueblo natal de su esposo; es independiente y busca iniciar su nueva vida junto a Jun, sin embargo, también es la extraña del lugar, a quien se dirigen todas las miradas de expectación e, incluso, recelo. Se destaca como una persona libre, fuerte, resiliente, a quien las dudas sobre Dios no interesaban hasta que la invitan a la iglesia.
Por otro lado, Bess está inmersa en una comunidad religiosa opresiva y expresamente machista, y aunque su opinión no es escuchada, es firme en sus decisiones. En apariencia, es una mujer ingenua, anclada a un sentimentalismo adolescente que exaspera a amigos y familiares; sin embargo, también guarda un poder inesperado del que todo el mundo es incrédulo. En el curso de la historia esta condición precaria se endurece porque después también será “la puta”, a quien debe repudiarse por sus faltas.
Aunque Shin-ae puede moverse más libremente en su entorno a diferencia de Bess, quien es más sometida por las reglas de su comunidad, ambas son objeto de atención y crítica de los demás. Shin-ae es la mujer citadina, presumida, quien expone sus riquezas al compartir sus intenciones de comprar un terreno en Miryang. Bess es la pecadora, perdida en la depravación.
En cada uno de sus contextos, las dos deben afrontar la desgracia y buscar la calma o el milagro a través de la fe.

El dolor imprevisto
Bess guarda un lazo muy íntimo con Dios. Habla y Él responde a través de su propia voz. Pide y Él otorga a cambio del martirio. Pero no se trata de un Dios afable; es sarcástico, autoritario, inquisitivo. Aún con ello, la mujer se entrega a esa línea directa cuando el infortunio la hiere: su esposo Jan queda paralítico a causa de un accidente en la plataforma petrolera en la que trabaja. Bess ya sabe qué hacer, a quién acudir. Más adelante le dice al médico de Jan que Dios da a todas las personas un talento. “¿Cuál es tu talento?”, le pregunta él. “Yo puedo creer”, responde ella.
Al contrario de Bess, Shin-ae es escéptica hasta que la desesperanza por la muerte de su hijo la orilla a intentar creer. Desde antes Shin-ae era asediada por las invitaciones a la fe que, en su caso, se enmascaran con la medicina. No es casualidad que la encargada de la farmacia frente a su escuela de piano sea el personaje que la invita a obtener esa cura espiritual, no sólo la física. Muerte y fe se encadenan para llevarla al placebo que alivia momentáneamente su dolor. Esto se ve claramente cuando Shin-ae asiste a una oficina de gobierno a registrar la defunción de Jun. No resiste su pena y se altera frente a las personas del lugar. Sale a la calle y, justo a un lado, encuentra lo que parece irremediable: la iglesia, que está esperándola.
Dice Malishev: “La fuente de la fe religiosa radica en el sentimiento de dependencia de las fuerzas naturales y sociales que están por encima de la voluntad y la razón del ser humano”. Este es el caso de Shin-ae y Bess, cuyo curso habitual de la vida se ve truncado por la adversidad. La tragedia agrava el fanatismo de Bess, y la confirmación de su fe a través del milagro provoca el descuido de su propia vida en favor de la salvación de Jan. En cambio, el dolor imprevisto de Shin-ae es lo que detona su acercamiento a la religión, aunque nunca obtiene el consuelo esperado.
Entregarse a la fe
Bess no tiene duda acerca de la omnipotencia de Dios, y pronto sabe que sus plegarias son escuchadas y tienen resultado en la realidad. Entonces su entrega es total y acepta el reto planteado por la voz divina respecto a Jan: “Pruébame que lo amas y entonces lo dejaré vivir”. Así es como actúa de acuerdo a su fe personal más allá del fundamentalismo al que está sujeta por la iglesia a la que pertenece. Por su parte, este sacrificio supone su parentesco con la figura de María Egipciaca —como bien señala Martínez (2019)—, mujer asceta que alcanza la santidad a través de la vileza del pecado. Bess vuelve a subir al barco para sufrir las vejaciones corporales que terminan con su vida y, al mismo tiempo, cumplen el milagro de salvar a Jan.
Para Shin-ae, en cambio, la fe es una novedad, aquello que ha aparecido de pronto como una oportunidad para mitigar su aflicción. Sin embargo, para ella no hay milagro a pesar de su entrega a la voluntad de Dios. A diferencia de Bess, quien sostiene un diálogo a solas con Dios, para Shin-ae la experiencia religiosa es colectiva a través de los grupos de oración y la comunidad devota. Pero nada de esto es suficiente para ella cuando visita al asesino de su hijo y le confiesa que él mismo se ha acercado a Dios e, incluso, ya le ha perdonado. Ella es incapaz de aceptarlo y ahí empieza su reclamo. Queda a la deriva, la voluntad divina le traicionó y su salida es la perversión, la búsqueda de la transgresión moral a toda costa. Esa es su manera de rebelarse contra el Dios que la engañó.
En Secret Sunshine hay una discusión sobre nuestro papel de víctimas en el perdón. Shin-ae reclama: “Yo soy la víctima, yo otorgo el perdón, yo merezco ese derecho, yo soy quien sufre”. En Breaking the waves son Jan y Dodo quienes confrontan la decisión patriarcal de los sacerdotes al designar quién va al cielo y quién al infierno. Cuestionan las normas de la iglesia en favor de la inocencia de Bess, de su inmolación y de su papel final como mártir. En ambas películas se pone en cuestión todo aquello que esperamos o dejamos de esperar al entregarnos cabalmente a la fe.

El sacrificio y el agua
“Es difícil vivir siguiendo la palabra de Dios”, comenta casi irónicamente el diácono de la iglesia cuando Shin-ae llega a su clímax en el intento de suicidio, acto que también es protesta por la traición de Dios. Shin-ae mira desafiante al cielo mientras corta su muñeca con un cuchillo, parece retar a su omnipotencia. Ella debate justamente el dogma del amor divino cuando la farmacéutica le insiste sobre asistir a la iglesia: “Digamos que Dios existe y su amor es grande. ¿Entonces cómo pudo dejar que Jun muriera tan cruelmente? Era un niño inocente”. Los argumentos sobre la voluntad absoluta de Dios ya no importan a Shin-ae y entiende que su consuelo no llegará con postrarse y orar.
Al contrario, el sacrificio de Bess confirma su fe, la realidad del milagro y la omnipotencia de Dios. Shin-ae quisiera ser Bess, pero no puede. La mujer de Secret Sunshine está anclada a la tierra (y a la razón) porque le parece imposible consentir las maneras en que Dios se manifiesta. Bess es mártir de su propia fe y del amor por Jan. Su muerte trasciende cuando Jan arroja su cuerpo al mar y aparecen en el cielo las campanas que reafirman el milagro. Shin-ae vive a pesar del dolor e intenta un nuevo comienzo al cortarse el cabello; pero la burla de Dios vuelve: encuentra casualmente a la hija del asesino en el salón de belleza. Shin-ae mira al cielo con el rencor de quien ha sido humillada.
Finalmente, ambas historias terminan con dos miradas opuestas. Breaking the waves mira al cielo, al milagro realizado; Secret Sunshine mira a la tierra, al pequeño charco que recuerda al río donde yacía el cuerpo de Jun, cuya agua no refleja nada. Al hablar de su película, Lee Chang-dong describe a las dos:
“La película trata realmente sobre una mujer vulnerable luchando contra Dios. No es una película sobre Dios sino sobre seres humanos y sus creencias acerca de la religión y las vidas humanas que están colmadas de sufrimiento y lo que tenemos que hacer para superar ese sufrimiento” (BFI, 2018, 36m10s).
Las vidas de Shin-ae y Bess, sus tragedias, muestran dos caras distintas de la fe y de la manera en que acudimos al dogma para encontrar un bálsamo en las circunstancias más terribles que exceden a nuestro entendimiento.
Fuentes
Screen Talk – Lee Chang-Dong | BFI London Film Festival 2018.
Malishev, Mijail (2002). La fe como ilusión. Contribuciones desde Coatepec, (3),0, 15-25.
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Édgar Rodríguez López Ver todo
Édgar Rodríguez López (Chihuahua, 1997). Ha publicado cuento y ensayo en revistas digitales como Marabunta, La Colmena, Tintero Blanco y Tenso Diagonal. Admirador de lo fantástico y las historias de la infancia.
Instagram: @edgaryep