Cortos de salud en México: el pasado que también luchaba contra los virus

Por: Carlos Carrizales
Las campañas de vacunación contra el coronavirus han tenido un lugar importante en la discusión pública de México y el mundo. En los aprendizajes que asoman entre los debates sobre su eficacia o la desconfianza alentada por teorías conspirativas y otras fake news, suele olvidarse que la humanidad ha lidiado antes con otros problemas de salud y con similares innovaciones tecnológicas; lo que hoy vivimos, en cierta medida, no es tan nuevo.
En general, la narrativa mediática sobre el virus ha estado plagada de una diversidad de enfoques; desde los institucionales hasta los relatos, ficcionales o documentales, contextualizados en la pandemia. El panorama audiovisual moderno, con múltiples vías de exposición, ha generado varios productos que permiten reflexionar sobre los cruces entre la salud y, en este caso, el cine.
La coyuntura es precisa para rescatar la memoria histórica sobre las campañas de salud en México durante el siglo XX, que suscitaron interesantes encuentros con el cine. El séptimo arte se convirtió en una herramienta de educación higiénica institucional entre 1927 y 1960 con cortometrajes como La tifoidea (1947) y La viruela (1948), ambos de Jack Chertok; La defensa (Adolfo Garnica, 1953) o Cruzada heroica (Francisco del Villar, 1960), rescatados por la Filmoteca UNAM y disponibles gratuitamente en su sitio web.
Los cortometrajes son vistazos interesantes que muestran las luchas de antaño contra los virus y la narrativa sobre salud de la época. El contexto de su producción involucró una campaña estadounidense de educación higiénica, representaciones del Estado como adalid de la modernidad y hasta la participación de Walt Disney.
Salud para las Américas: influencia estadounidense
En 1940 se creó la Oficina de Asuntos Interamericanos (OIAA) dirigida por Nelson Rockefeller, orientada a detener el avance de propaganda Nazi y a discusiones estratégicas del continente. La organización realizaba encuentros periódicos con distintos actores relevantes de América Latina al verla como una región vulnerable a la que había que observar continuamente en una actitud política paternalista.
Tras un par de encuentros en 1942 (la tercera Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores y la XI Conferencia Sanitaria Panamericana), se implementó la campaña Salud para las Américas, orientada a “educar higiénicamente” a las poblaciones rurales y extender el modelo sanitario estadounidense. En el libro Educación Higiénica y Cine de Salud en México (Rosa María Gudiño) se detalla que la estrategia ordenó 13 cortometrajes de promoción de hábitos higiénicos, alimenticios y de prevención. El encargado sería Walt Disney, que gozaba de una sólida reputación creativa por el éxito de Blancanieves (1933) y Fantasía (1940).
El realizador viajó por América Latina y llegó a México en 1942 en calidad de “embajador de buena voluntad” para familiarizarse visualmente con los entornos rurales. Acompañado de 12 asistentes, capturó fiestas, costumbres, vestimentas y lugares; con las referencias produjo, entre 1943 y 1945, los 13 cortos de la campaña, además de Los tres caballeros (1943).
Paralelamente, al productor Jack Chertok se le encomendó filmar “condiciones insalubres”. Tras una gira en diversos países, arribó a México en 1946 para crear los documentales La tifoidea y La viruela, cortos donde los protagonistas se enferman por la ignorancia y la suciedad: en el primero, la cocinera María transmite la enfermedad al contaminar la comida de sus vecinos; en el segundo, el desafortunado Juan queda ciego por la viruela, debido a la ignorancia de su madre.
Se puede intuir un tono estereotipado y desdeñoso: “palabras como precaución, no corras riesgos, culpa, amplían un lenguaje que de persuasivo se torna acusatorio. Señala a quienes por ignorancia provocaron el contagio”, escribe Gudiño en su tesis doctoral Campañas de salud y educación higiénica en México. La visión norteamericana reprodujo estereotipos en la representación de los entornos rurales y sus habitantes: los enfermos, atrasados e incultos, se contraponían con el personal de salud, modernos, limpios, felices.
Salud para las Américas funcionó en México desde 1943 hasta 1948, a través del Programa Cooperativo de Salubridad y Saneamiento, que mandó copias de las películas al Departamento de Salubridad Pública, a la SEP y a la UNAM, como se afirma en el artículo La salud de los mexicanos, un tema de película de los años sesenta, también de la doctora Gudiño. Los cortos se proyectaron en comunidades rurales, gestionados por el ejército y con charlas médicas antes de las funciones.
La experiencia mexicana: modernización y nacionalismo en el discurso
En México, el cine fue usado como herramienta de educación higiénica desde 1925, fecha de la que datan proyecciones itinerantes en la capital y en comunidades con campañas de salud para contrarrestar los contagios de paludismo, sífilis o viruela.
Desde la Sección de Educación Higiénica y Propaganda, perteneciente al Departamento de Salubridad Pública (luego Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA), se produjeron una serie de materiales destinados a impulsar la asimilación de una cultura de prevención que tropezaba con la desconfianza de las comunidades hacia las brigadas de salud. Carteles, folletos, exposiciones, conferencias y películas, fueron los instrumentos educativos utilizados desde la institucionalidad.
En el libro Cien Años de prevención y promoción de la Salud Pública en México se señala que, luego de la influencia de Salud para las Américas, en la década de los 50 se creó una industria de materiales audiovisuales de higiene con el apoyo de la SSA y la Lotería Nacional. En las producciones es notoria la herencia del paternalismo estadounidense en el imaginario del contagio, pero se sumó un discurso modernizador y nacionalista de auto-elogio estatal, en el que la intención propagandística “encargaba a la buena salud de los mexicanos, la responsabilidad del progreso del país”, escribe Rosa Gudiño en La salud de los mexicanos.
En esta industria participaron realizadores como Francisco del Villar, director de Cruzada heroica y otros documentales institucionales para la SSA, Ferrocarriles de México y PEMEX, o Adolfo Garnica, realizador de La Defensa con una amplia trayectoria que incluyó una colaboración con Juan Rulfo en 1955 y premios internacionales por su corto Río Arriba (1960).
En este periodo se notaba el interés propagandístico. Resaltaba la perspectiva de un gobierno capaz de hacer frente a las enfermedades, preocupado por la formación de expertos, organizado y eficiente. No obstante, con la llegada de la televisión en los 60, estos contenidos se desplazaron a secciones de noticieros o programas como Decisión, de Televicentro.
Rescatar la memoria
¿Qué fue de aquellos cortos? Eso se preguntó la especialista del tema, María Rosa Gudiño, al percatarse del olvido al que fueron condenados en la literatura especializada histórica. Al verlos mencionados en boletines de la época, el interés por su existencia la llevó al Archivo Histórico de la Secretaria de Salud, donde encontró 150 películas de 16 y 35mm enlatadas, con etiquetas numéricas sin datos sobre el contenido, pero en las que descubrió un extenso cuerpo de cortos de salud, producidos desde la década de 1940 y hasta inicios de los 80.
Los filmes fueron trasladados en 2006 a la Filmoteca de la UNAM, donde inició un extenso trabajo de catalogación y restauración que se detalla en los artículos Un recorrido por el acervo filmográfico de la Secretaría de Salud de México y Mexican public health history through film. A la par, se identificaron personalidades vinculadas a la producción, las líneas temáticas, la ruta histórica de las campañas y evidencias de la colaboración en la difusión de campañas de educación higiénica con otros países como Brasil, Colombia y Francia.
Gracias a esos esfuerzos, los cortometrajes de Garnica, Chertok y del Villar, testimonios de la historia salubre en México, están disponibles y en línea, en el contexto de una pandemia que ha desatado narrativas que ven nuestra relación con el virus como una lucha, la inmunización como discurso modernizador o visiones que culpabilizan a las personas de tener el virus. La historia de estos materiales es valiosa, pues permite mirar atrás y ver cómo se relató el bienestar, en un pasado que también hizo frente a los desafíos de la enfermedad.
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