‘Tony Manero’ de Pablo Larraín: retrato de una obsesión

Por: Miguel Sandoval
Es 1978 y Raúl corre por las calles de Chile sin que nada lo detenga, excepto los ruidos de la dictadura de Pinochet acercándose; va en camino al cine, pues verá Fiebre de sábado por la noche como es su costumbre, para admirar a John Travolta y repetir los diálogos de la película. A sus 52 años, el protagonista de este filme no es un espectador común, sino un hombre obsesionado con Tony Manero y sus pasos de baile.
Encarnado por Alfredo Castro, el personaje vive en el segundo piso de un restaurante junto a otros bailarines amateur, con quienes monta un espectáculo nocturno; su relación con ellos va de la indiferencia a la envidia y hasta el placer sexual fallido, ya que sufre de disfunción eréctil. Lo peor para Raúl no es el horror militarizado que azota a su país, más bien envejecer y perder una contienda televisiva donde buscan al mejor imitador de su ídolo.
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Matar, robar o manchar con excremento el vestuario de su competencia son sólo algunas de las fechorías que Raúl comete; en este contexto, deambula sin culpa, al ritmo de You Should Be Dancing, canción de los Bee Gees que adquiere un aire sombrío entre los huesos del histrión. Al igual que el Joker de Todd Phillips, este protagonista existe plenamente sólo cuando mueve su cuerpo en danza.
Por otro lado, El rey de la comedia (Martin Scorsese, 1982) parece una influencia evidente de Pablo Larraín para crear esta cinta, ya que su personaje principal anhela también el reflector; si Rupert Pupkin se atrevió a secuestrar al conductor de su programa televisivo favorito para atraer la atención, Raúl es capaz de abandonar a su familia postiza (el grupo de bailarines) frente a los emisarios de la dictadura con tal de ganar el premio.
Uno diría prematuramente que escapa para esconderse, sin embargo, lo vemos competir en el programa, recibir los aplausos del público y quedar en segundo lugar; el protagonista del relato observa cómo el triunfador definitivo sube al transporte público con su esposa, suceso que invita a pensar si volverá a matar. Cabe decir en este punto, que ni siquiera con el brillo del escenario Raúl pierde el patetismo, debido a que el presentador se burla alusivamente de su edad.
A pesar de lo mencionado, los movimientos de Alfredo Castro resultan siempre hipnotizantes, ya sea por el semblante abstraído del intérprete o por un componente femenino en sus danzas; durante una charla para MUBI con Benjamín Naishtat, el histrión dijo que aborda la actuación con una sexualidad líquida, la cual trasciende el binarismo, por lo que no extraña dicho matiz afeminado. Asimismo, reveló que Tony Manero fue su primer proyecto de cine (tras una larga trayectoria en teatro), ayudado por Pablo Larraín para adaptar su presencia ante la cámara.
En un tema distinto, coincidió con Naishtat cuando expresó que es más fascinante identificarse con las miserias humanas en las películas que les gustan, que con las virtudes. La presente cinta, a tono con dicha aseveración, exhibe no solamente la ruina chilena de algunos barrios frente a una zona acomodada, sino que además muestras las acciones de un hombre perdido, quien no encaja con la realidad y que porta una condescendencia extraordinaria por la existencia de los otros.
Tony Manero (2008) es el segundo largometraje de Pablo Larraín, presentado en el Festival Internacional de Cine de Cannes y el Festival de Cine de Rotterdam, por nombrar un par; actualmente, el realizador es conocido por estrenar la biopic de Jacqueline Kennedy (Jackie) y próximamente la de Lady Diana (Spencer). La historia de Raúl, estelarizada también por Amparo Noguera, Elsa Poblete y Marcelo Alonso se encuentra disponible en Netflix.
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