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Cosas imposibles: optimismo sin condescendencia | Crítica

Cosas imposibles | Ernesto Contreras

Por: Carlos Carrizales

El cine mexicano aún es tímido produciendo historias agradables donde los protagonistas encuentren solaz descanso tras las turbulencias de vida que les aquejan. No obstante, el director Ernesto Contreras ofrece en su quinto trabajo como director, Cosas imposibles (2021), una historia en la que se materializan los deseos de movimiento de los personajes; donde las cosas imposibles, de pronto suceden.

Matilde (Nora Velázquez), es una mujer solitaria que continuamente tiene visiones de su fallecido esposo maltratador (Porfirio, interpretado por Salvador Garcini), quien minó su confianza y autoestima en prácticamente todos los aspectos de su vida. Su condición económica es precaria, pues ella nunca trabajó y su esposo era su sostén. Paralelamente, un muchacho del barrio, Miguel (Benny Emmanuel), quien vende tenis en un tianguis y sobrevive como puede, se percata de la soledad de Matilde y de sus problemas económicos. Una invitación a comer será el punto de partida para que entre ambos surja una amistad atípica pero honesta, en la que
encontrarán un bálsamo de reposo y la posibilidad de hallar soluciones personales en compañía.

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El trabajo de Contreras se sostiene y gira en torno a las frustraciones de sus personajes y en cómo la compañía de alguien que trae una nueva dinámica es un incentivo para superarlas. Haciendo honor a su explícito título, la película transcurre en el retrato de relaciones que, por diversos motivos, efectivamente parecen ser imposibles. Ya sea por el cinismo, los prejuicios sexistas, la represión sexual, la violencia, la soledad o la falta de confianza. Tanto en la psicología de los personajes como en el entorno en el que viven, se descubren, uno tras uno, nuevos impedimentos que se interponen entre Matilde y Miguel, y sus oportunidades de tener otra vida: precariedad económica, relaciones frustrantes que destruyeron la confianza, charlatanes que lucran con la necesidad, desconfianzas que surgen de prejuicios, entre otros.

El gran giro que propone Cosas imposibles (y que puede no ser tan novedoso, pero que en nuestro cine no suele ser el resultado en historias con toques dramáticos), es que lo imposible resulta tener alguna solución. La tragedia es punto de partida, pero no es el destino; hay forma de que la vida no resulte un círculo de tristezas. En un primer momento, la “cosa imposible” es la mera relación de amistad entre una mujer de casi setenta años y un joven en sus veintitantos. La brecha generacional parece insalvable, según los prejuicios sociales que suelen movilizarse. No obstante, pronto esa tesis se descarta para mostrar cómo los componentes afectivos y las necesidades de conexión son mucho más importantes que la edad.

Cosas imposibles

También, ilustra el director, hay imposibles en cuestiones amorosas que salen de lo hegemónico. La representación de identidades de la diversidad sexual no es nueva en el cine de Ernesto Contreras (el conflicto principal de su anterior trabajo, Sueño en otro idioma, gira sobre una relación homosexual no resuelta), y en este trabajo regresa sobre este tema para enseñarnos cómo, en una sociedad patriarcal y heteronormada, los afectos y pulsiones diversos son marginalizados, escondidos, frustrados. Pero también les reconoce la posibilidad de consumarse, alejándolos así de la pura insatisfacción.

Pronto, se establece que la verdadera cosa imposible es sacudirse los miedos, llegar a vivir una vida distinta. Puede haber cambios que se van sumando, pero cuando ciertos traumas anclan en la personalidad y asignaturas no resueltas enquistan en el ánimo, solo un gran cambio de panorama puede movilizar hacia nuevos horizontes. Y aquí es donde el filme sugiere salidas hacia esa dirección, en
un comentario que se vuelve relevante por su optimismo en medio de un panorama fílmico que a menudo retrata desgracias, pero no las resuelve ni les ofrece transformación o posible resolución.

La relevancia de las decisiones narrativas de Contreras yacen justamente en su no resignación a dejar a sus personajes en lugares sombríos. Analiza sus debilidades y contextos, reconociendo que las situaciones en que se desenvuelven no son las óptimas y que los anteceden (y superan) en escala en muchas ocasiones, pero dejando resquicios de sanación y resiliencia.

A esto contribuye el trabajo de fotografía de César Gutiérrez, quien retrata la unidad habitacional donde viven los personajes de una manera que muta conforme avanza la narración. Primero es un entorno sórdido, visto en cenitales, resaltando lo plano, el desarme de dimensiones. En otros momentos, es opresivo, pequeño, inseguro. En los momentos luminosos, departamentos hogareños en donde la vida, a pesar de todo, se desenvuelve con vaivenes. Lo mismo sucede con las calzadas que transitan; espacios largos y alienados con rincones oscuros y maltratados que se anulan y ceden el paso a lugares abiertos, luminosos, con gente.

Con todo, no hay en el optimismo del director una lectura condescendiente que asuma que las penas solo se esfuman para no volver. Por el contrario, eleva la posición de quien aprende a poner en orden sus fantasmas. El recurso de la visión del esposo fallecido de Matilde es, en este sentido, una herramienta quizás no novedosa pero muy útil para resaltar esta idea.

La apuesta de Cosas imposibles es una manufactura sencilla, pero con estilo y competente ejecución, un guion (escrito por Fanie Soto) sin pretensiones rebuscadas y actuaciones sólidas en una historia estimulante, conmovedora y sin artificios (quizás, tampoco, sin una renovación trascendental de estructuras o temáticas, pero no cada obra debe ser una revolución), donde las playas y los soles soñados, brillan sobre los protagonistas y las cosas imposibles resultan no serlo tanto.

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