Nadie sabe que estoy aquí: una crítica a la carnívora industrial musical

Por: María Isamar Cabrera Ríos
El talento puede estar en cualquier lado, pero no siempre en la persona indicada según los estándares de la industria musical. Esta es la premisa de Nadie sabe que estoy aquí, ópera prima del director chileno Gaspar Antillo, ganador de la presea Best New Narrative Director en el Festival Tribeca 2020 por este largometraje.
La película aborda una crítica a la voraz industria musical y a su afán por explotar el talento y convertirlo en un efímero producto consumible y masivo, pero no lo hace desde el interior de la industria, sino desde una mirada intimista a una de las víctimas de este sistema.
Nadie sabe que estoy aquí cuenta la historia de Memo, un excantante que no cumple con los estándares de belleza y quien, tras una experiencia traumática en su niñez, se aísla de la sociedad para evitar que el público conozca su verdadera historia. Sin embargo, su vida está a punto de cambiar cuando Martha aparece en su vida y hace volver ese doloroso pasado de nuestro protagonista.
Memo es un hombre robusto y extremadamente introvertido que vive en la granja de su tío curtiendo pieles de oveja, envuelto en una vida monótona que lo convierte en prisionero de su propio pasado. Desterrado de la mirada pública, tiene la afición de inmiscuirse en casas ajenas mientras los dueños están ausentes y tiene la fantasía de estar sobre un escenario mostrando su prodigiosa voz, talento que le fue robado junto con una carrera en ascenso.
El conflicto interior de Memo, su introversión, su depresión y su mutismo se ven reflejados en una atmósfera fría y en un ritmo lento de acontecimientos. Esto se hace palpable gracias a la fotografía de Sergio Armstrong que nos regala paisajes boscosos y nublados para exteriorizar el alma solitaria de Memo y su camuflaje con el paisaje para pasar desapercibido. Pero, conforme avanza la trama, el cambio de tonalidades se hace evidente y van contrastando con la atmósfera inicial en una especie de escapes oníricos.
Mediante flashbacks, nos irá revelando la verdadera historia del excantante infantil y las causas de su destierro: una voz talentosa que no tiene el físico necesario para convertirse en una estrella pop, todo lo contrario a Angelo, puro físico y cero talento.
Esta pérdida de identidad, estar oculto y tras bambalinas, no poder ser él mismo, se convierte en una afición por allanar casas y ocupar un espacio que no es suyo, trata de vivir la vida de otros como hicieron con él; estar y no estar, como el fantasma detrás del escenario que fue en su niñez.
La vida de Memo da un giro con la aparición de nuestro personaje pivote, Martha, que provocará el estallido de la trama principal y, por tanto, el arco de transformación del protagonista. A lo largo de 90 minutos, Gaspar Antillo nos cuenta la historia de un hombre que merece ser descubierto y cómo supera sus traumas y complejos con un inesperado acto de justicia poética.
Es evidente la influencia de Pablo Larraín (quien funge como productor de la cinta de su discípulo Gaspar) al retratar personajes aislados y atmósferas frías como en El Club (2015) y ofrecer una lectura crítica a la corrupción y al abuso de poder de los grandes sistemas que rigen una sociedad consumista —como la industria musical— o un sistema cultural basado en la fe, como en El Club.
También es evidente la elección de Jorge García, conocido por ser el carismático Hurley en la serie Lost (2004-2010), derivado de su origen chileno. Se nota su experiencia en producciones hollywoodenses; sin embargo, contrasta con las interpretaciones del reparto restante, sobre todo por el extraño acento chileno, lo cual el guionista resuelve dándole a Memo las mínimas líneas de diálogo y la débil justificación de haber vivido en Miami.
Nadie sabe que estoy aquí, filme reflexivo con un estilo visual que le hace justicia al personaje principal, es una decente propuesta independiente del 2020. Su estreno por Netflix durante la pandemia por COVID-19 hizo que el público latinoamericano pueda acceder a un catálogo que no está presente en la mayoría de las salas de cine.
La cinta está dirigida a un público que guste de los dramas psicológicos y de los conflictos interiores. Gaspar Antillo nos demuestra, a través de la mirada de sus personajes y sus conflictos, que el cine es un medio de expresión crítica a la sociedad consumista actual.
Esta crítica es resultado del Taller de redacción y periodismo cinematográfico, impartido por Zoom F7.
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