Gloria Mundi: la sociedad que sigue luchando

Sic transit gloria mundi
“Así pasa la gloria del mundo”
El aroma que desprende el cine de Robert Guédiguian es el de la lucha social, esencia impregnada en los diálogos vociferados con fuerza por sus personajes, y que para el espectador resultan una bofetada emocional. Es un entendido en retratar melodramas familiares a lo largo de toda su filmografía, desarrollados desde distintos ángulos, pero siempre con la óptica de crear entre líneas un llamado en contra de la injusticia social.
La reciente película del director francés comienza con el nacimiento de la pequeña Gloria, hija única del matrimonio de Mathilda y Nicolas. Evento que sirve como punto de encuentro para reunir a toda la familia, incluso a Daniel, el padre biológico de la reciente madre, quien luego de pasar largo tiempo preso debido a un crimen ocasionado en defensa propia, vuelve a pisar las calles de Marsella para reencontrase con los seres queridos que abandonó. Así descubre que durante los años de ausencia, la ciudad donde creció tuvo cambios ocasionados por el desarrollo de los sistemas capitalistas que se aprovechan de la clase obrera.
A diferencia de su anterior cinta, La casa frente al mar (2017) donde el autor puso de fondo el maravilloso paisaje que la ciudad portuaria ofrece a la vista, en esta ocasión dirige su lente hacia la metrópoli un poco menos luminosa; decorada con edificios cada vez más altos y una atmósfera grisácea que acompaña a los infortunios del relato coral. Elementos que sirven para acentuar más los señalamientos hacía los problemas que enfrentan no sólo los países europeos actualmente, sino también todo el planeta: falta de empleo, precariedad laboral, sueldos bajos, un sistema de justicia fallido, y múltiples más.
Ofrece un ominoso panorama donde cada uno de sus protagonistas, interpretados por su elenco actoral ya reconocido de sus primeras películas, representa alguno de los conflictos antes mencionados. Desde los viejos hasta los más jóvenes tendrán que sufrir la carencia económica, y aunque Guédiguian concentre su mirada por más tiempo del necesario en crear conflictos que peligrosamente se encontrarían en la línea de la pornomiseria– caso rarísimo cuando hablamos de un cineasta preocupado genuinamente por las clases bajas– lo interesante de su relato se encuentra en las consecuencias que dichas carencias pueden acarrear a una sociedad que se ha cansado de luchar en conjunto: la hostilidad.
Mientras la matriarca de la familia (Ariane Ascariade) ayuda a su hija con los gastos y cuidados de la recién nacida. Su media hermana, Aurore, quien mantiene un casa de empeño exitosa junto a su ambicioso novio, Bruno, se niega rotundamente a brindarle algún tipo de ayuda, aludiendo que a Mathilda “siempre le dieron todo”. El discurso tal vez sea dicho desde la envidia, a causa de una infancia vacía y con carencias afectivas, pero las acciones realizadas a partir de aquel reclamo serán vistas desde la perspectiva del expresidiario, interpretado por Gérard Meylan, quien identifica la falta de empatía de la chica– no sólo con su familia sino con todos los clientes a quienes trata de “perdedores”– como una actitud generada por una sociedad dominada por el consumo y la obtención de capital a costa de lo que sea.
Es a través de los ojos de Meylan que el cineasta se acerca a nosotros para mostrarnos que efectivamente la sociedad ha avanzado, pero el progreso sigue siendo un sueño por el que luchar.
Hacia su desenlace, la estructura narrativa cíclica termina de la forma que inició aunque esta vez en lugar de nacimiento asistimos a una despedida. Los viejos sistemas mueren, se marchitan, pero afortunadamente surge la esperanza de un futuro social, moral, y político mejor. Gloria es la representación de la pelea que debe seguir existiendo.
La filmografía del realizador de Mi padre es ingeniero (2004) recae en la fuerza de su discurso sociopolítico, y no tanto en su forma. La cámara no pretende hablar a través de su lenguaje y quizá sea una de los inconvenientes que más se evidencian en su última producción, sin embargo, algo queda de manifiesto en el espíritu de sus largometrajes: su amor por Marsella y por una sociedad revolucionaria.
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