Tres memorables representaciones de la muerte en el cine

“Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello,
se hizo silencio en el cielo como por media hora”.
Apocalipsis 8:1
En este mundo sólo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos. La anterior sentencia, adjudicada popularmente a Benjamin Franklin, no sólo ironiza la tan obligada recaudación tributaria sino que también redunda un hecho que todo ser humano conoce a la perfección: la muerte es inevitable.
La fascinación por la muerte es tal, que desde que somos conscientes de nuestra mortalidad hemos tratado de encontrar respuestas para entenderla y también imaginado distintas posibilidades de seguir viviendo más allá de esta realidad. Muchas religiones y creencias nos brindan el consuelo de que la muerte no es el final de nuestra existencia sino el inicio de una nueva etapa.
Al ser un animal creativo, el ser humano ha explorado el tema de la muerte en todo tipo de obras de arte, desde la pintura hasta la escritura, y el cine no es la excepción. Géneros dramáticos como la tragedia y la tragicomedia se basan en el constante acecho de la muerte al protagonista y también ésta puede formar parte importante del conflicto o ser determinante en el desenlace. La muerte puede ser el premio o el castigo para el protagonista o el antagonista, dependiendo la historia.
Sin embargo, la muerte ocasionalmente deja de ser un elemento más de la narrativa y se vuelve una figura determinante en la trama. Aunque hay muchos ejemplos en los que hace acto de presencia en ¿carne? y hueso, nos enfocaremos en tres películas fundamentales de la historia del cine en las que es un personaje principal que además mantiene un conflicto directo con el protagonista.
El amor
La primera representación importante de la muerte como un ser antropomorfo ocurre en la película La muerte cansada o Las tres luces (Fritz Lang, 1921), una película silente del cine expresionista alemán basada en una canción de seis estrofas. En ella, una pareja de enamorados llega a un poblado recóndito y en el camino se encuentran con un hombre misterioso, quien resulta ser la muerte. Al detenerse en una posada para descansar, el novio desaparece y la mujer lo busca por todos lados hasta que se da cuenta que se lo ha llevado la muerte. Ella decide visitarlo y le implora por su amado, pero la muerte le dice que le devolverá a su pareja sólo si logra salvar al menos una de tres vidas, las cuales están representadas por unas velas que están a punto de apagarse.
La muerte cansada es una película brillante que destaca por tres puntos esenciales. El primero es su estructura narrativa; el director Fritz Lang cuenta una historia lineal que además aprovecha un flashback y otro tipo de saltos temporales para presentar más información de los personajes o de sus acciones sin afectar el ritmo o la historia, además de contar las subtramas de cada vela (ubicadas en diferentes lugares y espacios temporales), las cuales son autoconclusivas y pueden funcionar de manera independiente al relato principal. Otro elemento importante es el uso de los efectos especiales, importantísimos para mostrar los elementos sobrenaturales de la historia y que se logran por medio de fundidos y exposiciones múltiples. Finalmente, es de destacar el trabajo de fotografía, encargada de darle vida a lo lúgubre y macabro de la historia principal, así como a las subtramas.
En cuanto a la muerte, el relato presenta a un ser solitario y cansado de su propio trabajo, el cual ha ejecutado perfectamente desde siempre. Esto motiva en parte a escuchar las súplicas de la mujer pero también le muestra que es inevitable y ni siquiera el poder del amor puede hacer frente a la muerte. No es casualidad que en las historias de las tres velas el amor sea otro elemento recurrente.
La duda
Inspirada en un pasaje del libro del Apocalipsis, El Séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957) es una película que explora los pensamientos e inquietudes religiosas y filosóficas del director sueco. Ambientada en la Europa de la Edad Media y en un periodo de peste negra, la cinta aborda el regreso a su tierra natal del caballero cruzado Antonius Block (Max Von Sydow) y su intención de retrasar el final de su vida, ya que ha sido reclamada por la muerte en persona (Bengt Ekerot). Para evitarlo, Block reta a la muerte en una partida de ajedrez; si él le gana, no tendrá que irse con ella.
La importancia y relevancia de El séptimo sello se encuentra en las conversaciones que Block y la muerte entablan a raíz de su enfrentamiento. Ambos platicarán sobre la existencia de Dios y el silencio de éste con la humanidad, además del sentido de la vida o de la existencia, temas que le preocupan bastante al cansado Antonious Block.
Dichos temas se complementan con las percepciones de algunos personajes secundarios como su fiel escudero Jöns, los actores Jof y Mía o de Albertus Pictor, un pintor medieval quien en una determinada escena dialoga con el escudero mientras pinta el mural que inspiró a la película y a la escena inicial (la muerte jugando una partida de ajedrez).
Tanto El Séptimo sello como el personaje de la muerte han sido homenajeados y referenciados en una enorme cantidad de películas y otros productos culturales, lo que remarca su importancia en la historia del cine y de la cultura pop. Más allá de su aspecto físico y vestimenta, la muerte es una entidad de rostro pálido y actitud determinada que seguirá al caballero Antonious hasta que éste ya no pueda alargar más su periodo de vida. Este seguimiento no es gratuito: la muerte sabe que nadie puede escapar de su cruel destino. Aún así seguirá observando a Block de cerca para poder dialogar con el caballero, quien se encuentra angustiado por no tener certezas de la existencia real de Dios o que esta vida carezca completamente de cualquier sentido.
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El hambre
Macario (Roberto Gavaldón, 1960) es la historia de un leñador que vive en la pobreza extrema y cuya mayor ambición en la vida es comerse un pavo entero él solo. Consciente de esto, su esposa logra conseguir un guajolote y se lo prepara. Macario se lleva el manjar al bosque para no compartirlo con nadie y justo allí será visitado por el Diablo, Dios y la Muerte, quienes le pedirán un pedazo del ave. Macario compartirá su comida sólo con la Muerte y ésta en agradecimiento le regalaría un agua milagrosa que le ayudaría a cambiar su vida.
La película mexicana, adaptada del libro homónimo de B. Traven, fue fotografiada por el legendario Gabriel Figueroa y cuenta con las actuaciones de Ignacio López Tarso, Pina Pellicer y Enrique Lucero, en los papeles de Macario, Felipa (la esposa de Macario) y la Muerte, respectivamente. Macario compitió por la Palma de Oro en el Festival de Cannes y también fue la primera cinta mexicana de la historia en ser nominada a en los Premios Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera.
A diferencia de los conflictos de La muerte cansada y El séptimo sello, motivados por emociones e inquietudes específicas, en Macario una necesidad obliga al protagonista a convidar de su pavo al famélico intruso: el hambre. Al ser su única oportunidad de cumplir con su mayor deseo, Macario le ofrece la mitad de su pavo a la muerte; de esta forma él podrá comérselo al mismo tiempo que su invitado y así ganar minutos extras de vida.
La representación de la muerte retoma algunos elementos de las películas anteriores e incorpora unos nuevos, más apegados al contexto latinoamericano. La cinta manifiesta a la muerte como un campesino flaco y hambriento (evocándonos tal vez al pueblo, el cual sufre frecuentemente el acecho de ésta), aunque psicológicamente es una entidad menos severa, filosófica y más abierta al sentido del humor. Esta versión de la muerte se complementa mucho con la visión de la película sobre la situación de las clases menos favorecidas, un mundo donde pobres y ricos mueren por igual pero al menos los ricos viven bastante bien.
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