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Ambulante en línea: ¿el mejor camino para el festival de documentales?

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Al inicio yo era uno de los escépticos del impacto que tendría esta pandemia y, de entrada, no creía que fuera para tanto. No pensé que tantos eventos de la industria del entretenimiento optaran por posponerse, usar la vía digital o, de plano, cancelarse. Desde el Festival de Cannes –uno de los últimos bastiones que le quedan al festival de cine como figura de prestigio casi incuestionable– al concierto de tu banda no tan favorita en un recinto pequeño. Todos hemos sufrido de alguna u otra manera una modificación en nuestro consumo.

El más “modesto”, Ambulante –agrego comillas porque es un acontecimiento con ahora 15 ediciones y una gira que recorre todo el país–, también se vio afectado. Las fechas cayeron justo en plena cuarentena, así que se decidió dejar la itinerancia de lado e ir a la virtualidad. Además de su gran oferta de 67 documentales, se contemplaron sesiones de preguntas y respuestas sobre cada título y algunos eventos referentes en torno a los temas de éstos. Un documental por día del 29 de abril al 28 de mayo. 30 días de un festival cuya interacción en redes sociales no solía traducirse en asistencia a los eventos, ni siquiera a los de entrada libre. 

Gratuidad, disponibilidad garantizada –de forma relativa, pues recordemos que no hay acceso para todos los mexicanos al internet– y una respuesta favorable en plataformas sociales. Todo estaba del lado de una muestra de documentales que si bien no es la única en México, sí es la que que genera más ruido y posee un prestigio considerable.

Las películas se liberarían en la página oficial, disponibles para todo el país en punto de las 00:00 horas. La inaugural: Silencio Radio (Juliana Fanjul, 2020), alrededor la periodista Carmen Aristegui (voz importante en años recientes en el periodismo mexicano) y lo que sucedió tras la publicación del famoso reportaje ‘La casa blanca de Peña Nieto’.

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Las interacciones digitales sugerían que el arranque del evento sería muy favorable… ¡y así fue! No sólo se agotaron rápidamente las 1,000 visualizaciones reglamentarias, también muchas personas reclamaron que no pudieron ver el documental, forzando a los organizadores a liberarla por un periodo adicional. Podía esperarse que se acabaran los visionados, pero fue sorprendente el barullo que armó en las redes sociales. 

Silencio Radio desató una imprevista discusión alrededor de la corrupción que permea en las altas esferas de gobierno y que fue estandarte de la administración de Enrique Peña Nieto, así como del periodismo como contrapeso necesario en cualquier democracia. Destaco el compromiso de la directora con su historia –algo fundamental en el oficio del documentalista– al seguir por cuatro años a Aristegui. Sin embargo, el ejercicio se desvirtúa en la excesiva admiración que captura a la comunicadora como una suerte de salvadora. Hay nulo contraste en la narrativa, lo que entorpece el desarrollo. En mi opinión esta es la primera muestra inobjetable del cine de la Cuarta Transformación.

Sería complicado igualar el fuerte comienzo, aún si el siguiente documental era uno de enorme valor y virtud: Ningún vietnamita me ha llamado negro (David Loeb Weiss, 1968), registro histórico de una de las primeras manifestaciones importantes por el Movimiento de los Derechos Civiles.

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Otra entrega a destacar es ¿Qué le pasó a las abejas? (Adriana Otero Puerto y Robin Canul Suárez, 2020), uno de los mejores documentales estrenados en esta edición. Como denuncia, revela la indiferencia del gobierno ante la tala inmoderada producto de la avaricia de ciertos grupos que plantan soya transgénica de Monsanto, lo cual deviene en una desaparición gradual de las abejas de la zona maya de Campeche. No solamente es una muestra de pertinencia en las historias documentales, es igualmente una exhibición de virtud estructural, expresada en la variedad de planos, en la construcción argumental que refuerza la urgencia del asunto y en la inesperada confrontación de puntos de vista. En la forma yace la diferencia primordial entre un documental con visión cinematográfica y un reportaje cualquiera.

Casi todas las publicaciones que promovían la función del día contaban con interacciones que no siempre se convirtieron en clics a reproducciones. De los 30 largometrajes presentados, sólo siete –contando el polémico Silencio Radio–alcanzaron el tope de reproducciones, lo que dice muchísimo del consumo del género en este país. Un evento gratuito, en línea y cuya difusión lucía lo suficientemente eficiente como para conseguir 1,000 espectadores; ni siquiera el largometraje de clausura logró “llenar el aforo”. Y aquí hay otro punto importante. Que sea ley (Juan Diego Solanas, 2019), película que recapitula el movimiento de la Marea Verde en Argentina, fue la última proyección. Por su tema de la despenalización del aborto, asunto unido indisolublemente a la oleada feminista actual, se esperaba su éxito e incluso que podría requerir un periodo extra de exhibición, pero no.

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El fracaso del cierre puede atribuirse al simple desinterés del público o, quizá, a una especie de boicot contra el ejercicio de Solanas. Desde el día anterior al evento comenzaron a circular publicaciones acusando una “ocupación de espacios” pues se alegaba que como hombre, el director no debería tratar temas concernientes solamente a mujeres. Otras letras cuestionaban a la organización por no escoger un proyecto encabezado por una directora. Es imposible predecir el comportamiento de las interacciones en internet, pero este eco de controversia, (aun si no se percibía potente) puede que haya sido definitivo para tumbar lo que pretendía ser un gran final.

No es secreto que el documental no es una categoría muy explorada por la audiencia nacional, pues atrae muy pocos espectadores a las salas a pesar de los destacados títulos estrenados en los últimos años, pero es de llamar la atención que incluso en condiciones aparentemente idóneas para tener una convocatoria (virtual) enorme, el ruido se limite a likes y comentarios.

Es de reconocerse el esfuerzo del equipo por mantener el festival en un entorno adverso. Siempre hay que apoyar a quienes traten de llevar cultura –cine, en este caso– a quien no pueda acceder tan fácilmente a ella por equis razón. Comprendo que la itinerancia forma parte de la identidad de Ambulante, pero creo que el soporte digital es un camino más idóneo. No quiero ser pesimista, pero si con la gente en casa no hubo 1,000 interesados/posibilitados en 24 horas semilibres, ¿los ha habido/habrá cuando implique gasto y traslado? Salvo funciones especiales (inauguración, clausura y una que otra por ahí), ¿por qué no mejorar y mantener la presentación de los documentales en el sitio oficial? Esta es una de las pocas entidades que dan reflectores al maltratado género que originó el cine como tal, pero tal vez es momento de considerar un cambio de enfoque.

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