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La verdad: Hirokazu Koreeda y sus lecciones al cine francés

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Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

Lumir (Juliette Binoche) viaja con su pequeña hija y esposo (Ethan Hawke) hasta París con el objetivo de felicitar a su madre Fabienne Dangeville (Catherine Deneuve), gran diva de la actuación, por la publicación de sus memorias. Tras leer el libro, la hija se percata de varias mentiras y omisiones acerca de Sarah Mondavan, una fallecida colega de profesión. Paralelo a esa confrontación familiar, Fabienne comienza a sentir celos de su coprotagonista de filmación, una joven actriz nombrada por la prensa como “la nueva Sarah”.

Mientras en Hollywood el edadismo es un vicio asimilado en el gremio (con un reducido círculo de actrices mayores de 50 protagonizando grandes producciones), las industrias europeas tienen una ventana (más o menos amplia) en la cual podemos ver a Isabelle Huppert, Charlotte Rampling, Helen Mirren o Judi Dench liderando repartos. Por tal motivo, el director Hirokazu Kore-eda decidió situar esta película en París; un lugar donde sería posible que una actriz lleve en su espalda el peso de referente generacional (el “ADN” de la actuación). En La verdad, Catherine Deneuve representa una visión idealizada de las grandes damas de la actuación –como Isabelle Adjani o Victoria Abril–, cuya altivez y narcisismo son respaldados (y tolerados) por su legado fílmico.

Kore-eda humoriza el estereotipo de diva, mas no se burla de él, todo lo contrario, dulcifica y enternece las imprudencias egocentristas de Fabienne Dangeville. En ese sentido, La verdad nos ofrece la mejor actualización posible de la Margo Channing de Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950): una diva desubicada sobre el estado real de las cosas y rodeada por seres queridos que contribuyen a mantener la ilusión de éxito tardío. A diferencia de Las nubes de María (Olivier Assayas, 2014) –y otros filmes que van por el mismo camino–, el realizador omite la clásica y pesimista crítica a la obsesión de carne fresca en la industria del cine, sustituyéndola por un mensaje de positiva sororidad entre colegas. Dentro de la trama, Manon Lenoir (la joven símil de Eve Harrington) no representa una amenaza para Fabianne, sino la personificación de la culpa por su traición del pasado a Sarah Mondavan. El desenlace de esa trama nos muestra una alianza entre generaciones, donde las estrellas consagradas apoyan a las celebridades nacientes y el joven talento promete preservar el legado de sus precursoras.

Si bien la película es mera ficción, Deneuve recibe un homenaje cinematográfico como pocas actrices lo han obtenido: se bromea sobre su participación en Bailando en la oscuridad (Lars von Trier, 2000), reacciona despectivamente a la mención de Brigitte Bardot y el icónico Saint Laurent negro de Bella de día (Luis Buñuel, 1967) tiene una relevancia importante en la historia. Aunque ella no se sienta identificada con el personaje (según Kore-eda, lo consideró “cruel”), el filme captura la imagen conservadora que las nuevas generaciones podrían tener de la actriz, posterior a la defensa de Polanski y al polémico “derecho a importunar”. La película es comprensiva con la personalidad quisquillosa de la intérprete e intenta ser empática con su desconexión del progresismo contemporáneo; para ello tenemos al personaje de  Juliette Binoche, la otra golosina del festín y el puente “cool” con la audiencia “joven” (sí, quienes solo la han visto de secundaria en algunas “películas de Robert Pattinson”).  

La parte más autoral del filme, aquella relacionada con los vínculos familiares, se encarga de reflexionar sobre la complicada interacción entre los padres boomers (aislados de la actualidad) y sus hijos de la generación X (ahora convertidos en la nueva imagen de autoridad). Kore-eda menciona que en la cultura japonesa es muy común evadir las confrontaciones, sustituidas por treguas silenciosas. En La verdad, el director muestra su faceta más desinhibida en la construcción de diálogos; aunque los personajes sueltan terribles verdades e hirientes declaraciones, las reconciliaciones son resueltas con un nutrido contenido emotivo. De hecho, el título del filme va encaminado a entender las “mentiras piadosas” como un hermoso juego para demostrar amor y aprecio. Según la filmografía del realizador, todas las familias (felices y en conflicto) están llenas de heridas abiertas, las cuales no representan un aspecto negativo o un motivo de trauma sino un camino espinoso necesario que fortalece los lazos afectivos. A pesar de no ser su mejor obra, La verdad es un aceptable “lost in translation”; Francia le viene de maravilla a Kore-eda y muy pocas propiedades de su cine se pierden en el cambio de producción.

Para el realizador, su mayor temor es convertirse en el viejo director aislado en sus propios pensamientos y limitaciones culturales. La exploración de nuevos tópicos nos dio la oportunidad de conocer la cara más desenfadada del japonés, con un humor jocoso bastante fresco. Ver a Deneuve preguntar por actrices para saber si “ya murieron” o Binoche poniendo post-its al libro de su madre son el tipo de detalles que hacen verosímil la metaficción. Al final, otro extranjero volvió a darle lecciones a los franceses de cómo sacar el lado más atractivo a sus estrellas nacionales, sin relegarlas a secundarios mediocres y encumbrando sus extraordinarias trayectorias.

La verdad está disponible en HBO Max 

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Crítica

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