Swallow: la solitaria vida de los ricos | Crítica

Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Hunter (Haley Bennett) es la perfecta esposa de Richie (Austin Stowell), pero algo en el ostentoso estilo de vida no la satisface. Buscando ampliar sus horizontes sensoriales, comienza a sentir apetito de cosas: canicas, alfileres o cualquier objeto que se vuelve coleccionable después de ser evacuado. Cuando el marido lo descubre, Hunter es obligada a seguir un régimen que incluye vigilancia las 24 horas del día y asistencia psicológica. Sin embargo, el desorden alimenticio sólo es una fachada que oculta una personalidad perturbada por las exigencias de su adinerado esposo y un secreto del pasado.
Como experiencia gourmet, la lista de películas sobre comida es interminable; no obstante, la ingesta puede ser el punto de partida para repulsivas narrativas que desentrañan el lado menos placentero, siendo La gran comilona (Marco Ferreri, 1973) el ejemplo más icónico. Swallow está en ese extremo tenebroso del cine gastronómico, haciendo del síndrome de Pica (alotrofagia) el centro de algo potente. Mas Carlo Mirabella-Davis (director) no se conforma con el simple viaje de autodescubrimiento de una “pasión oculta”: agrega un contexto de violencia conyugal en las clases altas, muy ad hoc con el reciente terror psicológico de El hombre invisible (Leigh Whannell, 2020).
La trama de Swallow surge a partir de una anécdota familiar. De joven, la abuela del director desarrolló TOC (Trastorno Obsesivo-Compulsivo) de limpieza, en consecuencia de la violencia dentro del matrimonio. Contra su voluntad, el esposo la ingresó en una institución mental, donde fue víctima de terapias de choque y una lobotomía. En tono semifantástico, Mirabella-Davis convierte la historia de su abuela en cuento de soft horror sobre una “mujer florero” atrapada en jaula de oro; una involuntaria reinterpretación de El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), que cambia la secta satánica por la alta burguesía. A medida que la opresión y el cautiverio aumentan, más se aproxima la historia al terror corporal.
Si bien la Pica es el gancho narrativo, Swallow habla más sobre la soledad y la paradoja de la riqueza: ¿para qué ser rico si eso no asegura el placer? Con relación a eso, el director crea un discurso “profeminista” (en palabras suyas) sobre la relación del poder monetario y los mecanismos de control del heteropatriarcado (principalmente, la violencia económica). Replicando viejos discurso de misoginia interiorizada, la suegra le dice a Hunter: “finge hasta que lo consigas”, a manera de consejo para sobrevivir a los volátiles caprichos de sus poderosos maridos. En contra de la recomendación, la protagonista decide tomar su propia solución, ocasionando represalias por la “osadía”. Aunque la batalla “mujer vs esposo rico psicópata” ya ha sido contada en demasiadas ocasiones (siendo Durmiendo con el enemigo un referente básico), el elemento diferenciador es la perspectiva queer del cineasta; libre de morbo y del voyerista placer sádico de otros directores tremendistas.
Distanciado del prejuicioso drama realista, la Pica no es un trastorno sino la puerta hacia la libertad. La preciosa fotografía remarca la belleza de los rituales en cada ingesta, permitiendo al espectador compartir la satisfactoria experiencia gastronómica de Hunter. Para evitar la frivolización, la producción recurrió a consultores sobre el tema, en un intento por encontrar el punto más empático de la alotrofagia. Por tal motivo, el estilo de esta obra parece la versión pulcra del universo fetichista de David Cronenberg, donde los objetos y locaciones son extensiones orgánicas de los protagonistas.
Por lo antes mencionado, es importante entender la relevancia de Luay (Laith Nakli). Inmersa en un entorno de sofisticación y limpieza extrema, la presencia del vigilante sirio es un recordatorio para Hunter sobre la vida antes del matrimonio, ocasionando la inminente repulsión (otro elemento polanskinesco) hacia el empleado. El momento de “la cama” y la participación de Luay en el desenlace son catalizadores del urgente regreso a su entorno natural, sin el opresivo control del esposo (el precio a pagar por los privilegios).
[INICIA SPOILER]
Por otro lado, el mayor riesgo en el guion se encuentra en la aparición del padre (Denis O’Hare). Como se descubre a mitad del metraje, Hunter fue concebida por una violación y su madre no la abortó por pertenecer a una familia conservadora. Tal revelación podría suponer la simple justificación de la Pica, pero el director lo convierte en el momento catártico del final. Cuando ella confronta al padre, entendemos que la prolija vida sólo servía para ocultar el “vergonzoso” pasado. Tras la escena, vemos a Hunter interrumpir su propio embarazo (he ahí el máximo sentido feminista de la película), en una forma metafórica de destruir la falsa identidad de esposa feliz, dando a la película un cierre esperanzador.
[TERMINA SPOILER]
Filmar la ociosidad en espacios pulcros y elegantes es fácil, basta con alargar tomas y dejar que los momentos shockeantes hagan su trabajo (resultante de la fascinación indie por la tradición contemplativa europea); pero Mirabella-Davis se aventura a construir un lenguaje visual basado en coloridos detalles y un montaje soberbiamente musicalizado (cortesía de Nathan Halpern). Swallow es una imperdible ópera prima que anticipa la interesante filmografía de un loco artista sui géneris.
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