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Vigilando a Jean Seberg: Stewart salvando una película (otra vez)

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Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

En un vuelo aéreo de París a Los Ángeles, Jean Seberg (Kristen Stewart) conoce a Hakim Jamal (Anthony Mackie), activista del movimiento Black Power y primo de Malcolm X. El romance ocasionará una investigación exhaustiva del FBI para desacreditar la carrera de la actriz, principal benefactora de las Panteras Negras. Jack Solomon (Jack O’Connell), técnico de sonido en el departamento de espionaje, es testigo de las malas prácticas policiacas y comienza a sentir compasión por Seberg.

Las primeras noticias de la producción de Vigilando a Jean Seberg (2019) elevaron las expectativas. Con tantos elementos (Hollywood, Panteras Negras, FBI) se esperaba un thriller paranoico sobre la “cacería de brujas” contra Seberg y otros  simpatizantes de la lucha por la igualdad racial. Para decepción de muchos, la propuesta era más convencional y todo se debe a la visión benévola y gratuita del FBI. El guion de Anna Waterhouse y Joe Shrapnel (escritores de mediano talento) divide la trama en dos tajantes puntos de acción: la vida privada de Seberg y la investigación policial de Solomon. Con dos personajes sin interacción, cada uno peleando el protagonismo, el conflicto de interés para la audiencia (el acoso gubernamental) se desdibuja hasta convertirse en un drama del montón; una pena, porque el trabajo de Kristen Stewart es extraordinario y su participación es reducida al 50% del filme.

Después de títulos como Selma (Ava DuVernay, 2014), la revisión histórica del movimiento Black Power se encuentra en otro nivel, reflexionando sobre temas que intentan dilucidar cómo ese momento se conecta con la actualidad conservadora e intolerante del país. Vigilando a Jean Seberg pasa de largo y sólo se limita a la llana recreación de la época, obviando la conversación que permita entender la importancia del activismo de Seberg (apenas acotado con un par de diálogos). Tal vacío de aspectos relevantes en la ideología de la actriz es sustituido por una sobrada matización del FBI, en plan “no todos eran malos”.

Al terminar la película, no queda tan claro el alcance de los siniestros métodos de acoso y desacreditación en las agencias de investigación estadounidenses (apenas y se sugiere). El ficticio personaje de Jack O’Connell anula la posibilidad de sentir el peligro de acecho, ya que nos anticipa la redención final a favor de la víctima; es como si en Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1977) hubieran incluido a un personaje carismático y honesto investigando a los periodistas. También, lo inconsistente del personaje se debe al pobre desarrollo psicológico. Teniendo una tradición clásica del ingeniero de audio oculto –que va desde La Conversación (Francis Ford Coppola, 1974) hasta La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) –, se desperdician muchos escenarios  más estimulantes acerca del voyerismo y el vínculo emocional experimentado por el espía.

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También abundan las burdas metáforas visuales, como la relación entre la hoguera de Saint Joan (Otto Preminger, 1957) y la desacreditación mediática de la intérprete. Frente a otros biopics contemporáneos, la cámara no se adentra en la mente de la protagonista y la observa muy a la distancia. La mano de Benedict Andrews apenas y se nota, tomando en cuenta la característica puesta en escena que inyectó a sus sensuales reinterpretaciones de Tennessee Williams en el Young Vic; de hecho, un poco de esas masculinidades sureñas en crisis se puede ver en el personaje de Jack O’Connell, aficionado a los comics y superhéroes, furioso consigo por pertenecer a una malévola organización. No obstante, tal complejidad en Jack Solomon no es la misma para Jean Seberg (con tantas aristas desaprovechadas).

Ahora, la película tampoco es el bodrio anticipado por la crítica. Tiene un punto a favor: la producción se centra, exclusivamente, en la investigación a Seberg. Comparándola con otros biopics más rentables, el filme no ficciona demasiado a la celebridad, inventando guiños melodramáticos (poco creíbles, pero efectivos) para rellenar el vacío emotivo de un guion soso y poco creativo, como sí sucede en las melosas Mi semana con Marilyn (Simon Curtis, 2012) o Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018). La trama sólo se conforma por los eventos conocidos y no más. Quizás, ese sea el motivo de la mala  recepción del filme.

Regreso al favorecedor fichaje de Stewart. La actriz da en el exacto tono requerido; un halo de espontaneidad que es afín con la personalidad de Jean Seberg en entrevistas de YouTube (muy diferente a la imagen retratada en el cine). La producción hizo muy bien en relajar el concepto de ícono hollywoodense para dar paso a la activista fuerte con alma vulnerable (y en eso, Stewart cumple de sobra). Sin embargo, el excelente trabajo de un intérprete no es suficiente para armar una buena película y Vigilando a Jean Seberg es el perfecto ejemplo. Benedict Andrews se pierde en el intento de ocultar su vena dramatúrgica para incursionar en el lenguaje cinematográfico “más puro”, pues el resultado final es bastante frío. Tal vez, recurrir a un tono más teatral, como en Una (2016),  habría sido la mejor opción.

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Crítica

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