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En guerra: fragmentos de la irónica lucha obrera

en guerre stephane brize

pleca mauricio

La situación laboral en la mayor parte del mundo es precaria. Me refiero, por supuesto, a las tareas que desempeñan los obreros comunes, los asalariados regulares que perciben una cantidad determinada por mantener un mecanismo más grande en funcionamiento; los pequeños engranes. Entre prácticas ilegales —en varios países— como el outsourcing, la falta de respeto a los contratos y acuerdos firmados, los ceses por traslados a naciones cuya legislación permite tener mano de obra más barata (siempre hay un lugar menos costoso) y demás jugarretas, los trabajadores lucen desamparados. 

Alrededor de esta lucha centenaria gira En guerra (2018), octavo largometraje del francés Stéphane Brizé. Tras la adquisición por parte de un gran conglomerado alemán, a los 1100 empleados de una fábrica francesa se les promete que mantendrán sus posiciones. Sin embargo, dos años después la empresa toma la decisión de cerrar operaciones trasladarse a Rumania, dejando a dichos trabajadores a la deriva. La película entonces se centra en su organización y pugna física, legal y emocional para mantener su trabajo.

Desde el inicio se percibe el discurso de un corresponsal de guerra, tal cual. Se omite cualquier signo formal de realización y la cámara siempre está en movimiento, como si se tratara del trabajo de un reportero en una cobertura caótica: es el mismo meneo en un alboroto afuera de los edificios del gobierno que en una reunión del sindicato. Usualmente vemos un cuerpo que se mete en la toma, como suele suceder en esos eventos, pero sin perder detalle de las acciones. También se utilizan los golpes de zoom o los paneos repentinos para efectos dramáticos. 

El relato permite observar matices de la sociedad en la que está inserto. En una parte está la fraternidad obrera, la unidad, saberse del mismo lado y todos empujando para conseguir un objetivo que, en primer lugar, ni siquiera se debería estar peleando. Se refleja una unión, aunque no necesariamente se conozca quien está a un lado. En la otra parte aparece el resquebrajamiento común, quizás inevitable, de cualquier movimiento social: las negociaciones con el enemigo, la fragmentación del grupo, las peleas y traiciones, el linchamiento mediático a los participantes, la sobrevisibilización de un líder que puede también perseguir de más los reflectores. En este sentido, se ofrece un panorama “completo” sobre el estado actual de la valoración del trabajo, la cual se está perdiendo. ¿Por qué el entrecomillado? El argumento se ubica en Francia, un país desarrollado. No digo que es obligación del director dar imagen de la amplitud del concepto y circunstancias del empleo ni mucho menos, pero cabe la pregunta: ¿qué es/será de territorios como Latinoamérica?

Una de las diferencias primordiales entre Europa y cualquier país latinoamericano es la perspectiva que existe de los sindicatos. Desde ahí hay un margen abismal. Allá, la organización de los trabajadores es un derecho; acá, también —en teoría—, pero en realidad es una consecuencia, una tradición que se ha tornado en un ente de naturaleza política-electoral, una malaria a ojos de los patrones (e incluso algunos empleados y parte de la sociedad civil) o bien, un claroscuro privilegio. Y ni qué decir sobre legislación en esa materia o salarios.

En guerra es una potente mirada al yugo que sufre casi cualquier trabajador ordinario: el de ser, a fin de cuentas, uno más. Quien puede ser despedido sin consideraciones y sin una retribución adecuada, expuesto a perder su sitio de trabajo por una fría decisión ejecutiva y que puede ser traicionado por el egoísmo de un compañero… este es un filme que deja ver que toda lucha obrera es legítima, difícil y válida para, irónicamente, mantenerse como uno más. Aun si el propósito es conservar ese estado de explotación porque no queda más. Y bueno, ahí le paro para que no me tilden de rojo… o sí.

La película está disponible en Casa Canibal y también forma parte de la cartelera de la Cineteca Nacional.

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Crítica

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