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Matthias y Maxime: Xavier Dolan regresa a sus inicios

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 Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

Matthias (Gabriel D’Almeida Freitas) pierde una apuesta y es obligado a besar a Maxime (Xavier Dolan) durante la filmación de un cortometraje. Tras la escena, Matthias comienza a tener dudas sobre su sexualidad, lo cual repercute en su trabajo como abogado. Mientras tanto, Maxime intenta solucionar algunos problemas con su violenta madre (Anne Dorval) antes de un largo viaje a Australia.

Xavier Dolan salió del radar crítico gracias a The Death and Life of John F. Donovan (2018), esa desastrosa incursión en el mainstream de habla inglesa. Es bien sabido que el joven cineasta se toma bastante mal las críticas negativas, por lo que Matthias y Maxime es un retorno al laureado estilo del pasado (aunque él lo niegue en entrevistas): conflictos millennials, matriarcas conflictivas y slangs determinados por las clases sociales. ¿El retroceso artístico funcionó? Más o menos. La película es fresca en el tratamiento (sin la histeria melodramática de las dos anteriores), pero llega tarde a una industria queer muy diferente a la del 2010. El romance de los protagonistas recuerda a Weekend (Andrew Haigh, 2011) con un forzado homenaje al formato sitcom de Friends (Dolan es un orgulloso hijo de los 90 y eso le causa problemas de estilo).  

La trama es tirada por dos carros en direcciones opuestas, distrayendo del punto central: la relación entre amigos. Sabemos que son cercanos pero jamás se siente esa proximidad particular, además de darse demasiado espacio al cansino cliché en el cine de Dolan: el propio Dolan. La trama de su personaje es muy densa, mermando el impacto dramático del conflicto sexual de Matthias. Los momentos de Maxime peleando con la madre o la marca en el rostro sólo son pretextos para el lucimiento actoral de Dolan (según él, su prioridad artística en este momento), elementos tan salidos de tono por la sobrecarga de victimismo a lo Precious. Eso es una lástima, porque el desconcierto de Matthias por salir del clóset a los 30 merecía un desarrollo más amplio (y mejor).

El conflicto del personaje de D’Almeida Freitas es parte de una crisis generacional —poco tratada en el cine gay—, absurda sensación de temprana decadencia ocasionada por las exigencias laborales y familiares de una sociedad heteronormada. Matthias ansía enamorarse de su amigo, pero sus prejuicios no se lo permiten. Por tal motivo es interesante este personaje, ya que “el problema” sólo está en su cabeza. Madre, novia y amigos intuyen el afecto hacia Maxime y se muestran comprensivos, mientras él es más hostil cuando el contacto se vuelve inevitable. La negación de Matthias a asumirse bisexual es una continuación directa a la fachada homofóbica de Francis en Tom en la granja (2013), un par de remanentes de masculinidad tóxica que aún persisten en el mundo LGBT.

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Otro punto importante son las marcadas diferencias de clase, característica ausente desde Mommy (2014). La distancia entre los protagonistas también se debe a la marginalidad de uno y el privilegio del otro. La presencia de ambas madres (Dorval y Micheline Bernard) y la adinerada familia de Rivette no es gratuita: sirve para mostrar la diversidad de capas sociales que conviven en un mismo círculo de conocidos y cómo el mismo problema (salir del clóset) se vive de forma diferente en todos los sectores.

Para contar este drama de autodescubrimiento, Dolan se modera y no satura al filme de personajes; ya sea Suzanne Clément, Marion Cotillard o Jessica Chastain, sus proyectos siempre tienen a un actor de sobra que sólo aporta paja a la historia (y generalmente, causan problemas en el ritmo de la trama). En Matthias y Maxime los secundarios son transitorios y bien dosificados. De igual forma, los diálogos superpuestos tienen una ligera mejoría, en comparación con películas previas; las reuniones no se saturan de interlocutores y toda conversación banal llega a un punto.

La sobriedad también alcanza a la banda sonora. En el largometraje no hay videoclips intrusivos al ritmo de Adele, Oasis o Lana del Rey. Dolan selecciona mejor su soundtrack y lo adecúa a las escenas; de hecho, predomina el uso de piano (a cargo de Jean-Michel Blais) sobre las canciones pop, logrando un ameno viaje emotivo de principio a fin. También reduce el uso de otro recurso predilecto: la relación de aspecto, sólo empleada en un momento importante y no cada 30 minutos.

En general, es la mejor obra desde Mommy, pero no alcanza la inexplicable maestría de Laurence Anyways (2012). Se asemeja más a la atmósfera cool de Yo maté a mi madre (2009), una película más introspectiva sin tanto glamour ni ornamentos innecesarios. Matthias y Maxime es Xavier Dolan en su forma más primitiva y honesta. 

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