Ema: disección de la feminidad al compás del reguetón

Pablo Larraín es uno de los mayores exponentes del cine latinoamericano actual. La tesitura política de su trabajo le dio notoriedad en su natal Chile y su depurada estilística le abrió puertas para dirigir en Hollywood; así se convirtió en el encargado de dirigir Jackie (2016), ambicioso proyecto enfocado en la viuda de John F. Kennedy después del asesinato del mandatario y en cómo ella maneja el shock de saberse en el reflector. Aquí notamos que no es ajeno a las representaciones femeninas en el cine, mucho menos al manejo de variedades socioemocionales.
Ema, octavo largometraje de Larraín, se centra en una bailarina de reguetón, quien tras una serie de eventos catastróficos que incluyen problemas en su matrimonio y con su hijo adoptado, emprende un arranque de autoliberación violenta con ella misma y en su entorno. Esta descripción ambigua de la trama es, de hecho, bastante precisa para abordar la película en su conjunto; si bien no se abandona por completo un hilo conductor, el enfoque en realidad se encuentra en la descripción gráfica de las emociones enredadas de la chica: el amor profundo e incomprensible por el niño, la confusión generada por la interacción con el marido, la inestabilidad laboral y la motivación dada por su oficio y convicciones.
Esto se elabora a través de varias secuencias introspectivas que adjetivan el caótico sentir de la chica, las cuales lucen sin aparente conexión argumental, pero que conforme avanzan los minutos, se amalgaman y hacen todo el sentido. La catarsis física y emocional que le provoca el baile con sus amigas, un lento recorrido que oscila entre lo interno y externo de su momentánea felicidad por su nueva “relación” con su abogada o una descarga erótica incontrolable producto del enojo con su aún esposo. Todos son fragmentos psicoemocionales estupendamente ejecutados que suman muchísimo a una trama, en apariencia, vaga. Además, estas escenas también proyectan el discurso político de la cinta.
Con los temas alrededor de las mujeres y el género en voga, han surgido muchos productos que utilizan este fondo en sus historias. Cada uno lo hace con más o menos profundidad y de distintas maneras. En este caso, la protagonista y sus amigas/compañeras son figuras con una consciencia y certidumbre política clara y expresa. Por ejemplo, tal como se muestra, no temen hacer pleno goce de su sexualidad. Los momentos sexuales, aparte de ser expuestos con gran capacidad para lograr transmitir tanto la pasión como la efimeridad del contacto, son parte de este discurso completo alrededor de la mujer como sujeto.
Aunado a esto, ellas hacen daño. Ema (inestable Mariana Di Girolamo) logra conseguir lo que necesita de los hombres al seducirlos, los manipula, descarga sus deseos sexuales sin mayor remordimiento, siente ira y no suele ser racional. De hecho, su dinámica relacional es dañina. La comprensión y exposición de que el sexo no forza a alguien a ser “buena” y/o congruente es fundamental para el desarrollo. Esta normalización de la mujer y su humanidad con virtudes y defectos, sin dicotomías morales, es el punto subtextual más alto de la película.
El personaje masculino igualmente tiene una faceta interesante. Gastón (extraño Gael García Bernal) es un coreógrafo anticuado e inestable que, en un vínculo totalmente volátil, ha caído enamorado de Ema. No solamente lucen como personas incompatibles, sino que su unión se basa únicamente en dañar al otro y mantenerse unidos en la esperanza de volver a ver a su hijo (no adelantaré nada). Fuera de esta forzada atadura, lleva con su pareja un vaivén de demostraciones de poder, pero él es mayormente vulnerable ante ella. Se sabe débil y así se demuestra. Esta degradación del macho al sometido complementa el esquema de las mentalidades de los personajes.
Otro aspecto llamativo es la inclusión del reguetón como matiz narrativo. En uno de los mejores intercambios, una de las amigas bailarinas de Ema le explica a Gastón lo que el reguetón es para ella, pues él insiste que es basura. “En algún momento alguien sintió un orgasmo y ahora podemos bailar ese orgasmo”, le dice con más o menos palabras. Fuera de que sea parte de la dimensión social de las figuras, se recalca a este género musical como parte de su identidad personal y latinoamericana, con lo cual Larraín hace de Ema un título pionero en su uso y logra insertarlo con soltura.
Ema es una excelente disección de la feminidad y sus complejidades que entrevera conversaciones pertinentes. Dentro de su -quizá muy elaborada- estructura cinematográfica, hay una gran competencia en la dirección, la cual consiguió una película que construye su argumento con solvencia y sus núcleos agregados con una potencia extraordinaria.
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