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Malasaña 32: entre susto y susto, el mal cine se asoma

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Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

En búsqueda de mejores oportunidades, Candela (Bea Segura) y Manolo (Iván Marcos) cambian su residencia a la ciudad y se instalan en un piso barato de Madrid. Amparo (Begoña Vargas), la hija del matrimonio, descubre que en el departamento habita un ente maligno, el cual quiere llevarse a Rafael (el menor de sus hermanos). Cuando el pequeño desaparece, la chica se esfuerza por convencer a sus padres sobre la existencia del “espíritu malvado roba niños”.  

Como teoría conspirativa, se rumora que Stranger Things fue el resultado de un riguroso análisis SEO a la plataforma de Netflix, para diseñar un producto rentable y afín a los gustos de la mayoría de los suscriptores. Los creadores de Malasaña 32 hicieron “más o menos” lo mismo: se vieron todas las series y películas del momento y las fusionaron en una alocada historia “de espantos”. La producción no se preocupó por disimular las referencias al teléfono de los hermanos Duffer, la habitación roja de Hill House o la diabólica anciana de Marianne.

No obstante, los peores fallos en Malasaña 32 (Albert Pintó, 2020) son la falta de subtexto y el mal desarrollo de las relaciones entre los miembros de la familia. Por el incongruente rap final, sabemos que el éxodo rural era (en teoría) el tema social de fondo; sin embargo, la trama tiene pocos elementos para anudar ese conflicto con el terror paranormal. Existen diálogos que insinúan un escándalo en el pueblo (como la discusión de la madre en la tienda departamental), pero sólo sirven de trampantojo para simular un complejo drama familiar a lo Hereditary (Ari Aster, 2018). El extravagante personaje de Concha Velasco explica algo acerca del miedo y la familia, pero es una obvia divagación críptica inspirada en el cine de Mike Flanagan.

Lo burdo del guion sólo da para salidas fáciles en la historia. Por ejemplo, cuando el niño es llevado al “upside down”, a la mañana siguiente, el padre decide irse a trabajar y consolar a la madre con un “bueno, pues ya aparecerá”. Esa poca destreza para solucionar el melodrama paralelo al terror es síntoma de la poca creatividad en el equipo de guionistas. La trama es una cadena de jumpscares (de mediana calidad), sin reglas que rijan el concepto de Albert Pintó sobre el más allá. Cual “Cuervo de tres ojos”, el abuelo (José Luis de Madariaga) y Lola (María Ballesteros) son los médiums poseídos más ridículos del cine reciente y jamás se explican los alcances del espíritu con quien interactúan. No existe una “mitología” concreta que resuma las facultades de “Clara”, haciendo que todas sus manifestaciones (el espectro de las uñas, la anciana en la TV, la niña del tendedero) no tengan relación entre sí y parezcan un compilado de monstruos diferentes (a la usanza de James Wan).

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La decisión de construir a “Clara” como el espíritu de un hombre frustrado por habérsele negado la transición de género y la ilusión de ser madre también es un problema bastante grave, en especial, por la lucha de colectivos para cambiar la representación de la comunidad gay en los medios de comunicación. Algunos críticos argumentan que es una reflexión sobre la opresión franquista, pero dejan de lado la naturaleza “malvada” del ente, pues “Clara” continúa igual de “mala leche” después del discurso (casi consejería) de Begoña Vargas. La perspectiva homofóbica de Malasaña 32 es un retroceso a los años de El deseo en otoño (Carlos Enrique Taboada, 1970) o Cruising (William Friedkin, 1981), cuando los personajes LGBT eran los favoritos para encarnar a criminales y villanos (sin redención final).

Exceso tras exceso, la película va perdiendo la verosimilitud  hasta provocar una risa colectiva con la gratuita “escena del balcón” (ojo, protagonizada por el padre despreocupado por la desaparición del hijo). Hay demasiadas situaciones grotescas y elementos creepys sin motivo: las apariciones de Javier Botet (versión española del Anthony Perkins de los 80), la paranoia desubicada de Amparo o ese plano final con “Clara” invadiendo la pantalla. Según el director, la intención era producir una película “humana”. ¿Lo logró? No. Malasaña 32 es un proyecto comercial incompleto, atascado con tendencias del género (mal ejecutadas), obra merecedora del olvido por parte de la audiencia. 

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