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Mantarraya: el prometedor inicio de un cineasta tailandés

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miguel portal 

La surreal jornada de un tailandés con cabellera teñida consiste en escuchar la tierra del bosque para buscar gemas, mismas que agita en el mar mientras silba para supuestamente atraer a las mantarrayas gigantes de alas negras. Vive en una humilde cabaña en la costa y se gana la vida en un pequeño barco de pesca, cuyo capitán también le reserva ocasionales trabajos nocturnos que involucran enterrar cuerpos. A la rutina de este pescador se suma un hombre moribundo, a quien halla entre el fango y una red de raíces en el bosque; le brinda un lugar en su hogar, lo llama como al cantante Thongchai -aunque irónicamente el hombre no emite palabra alguna- y le apoya para curarse de una herida en el pecho, a la altura del corazón.

Con intercambios de miradas profundas y cariñosas, el pescador y Thongchai forjan una amistad que se muestra tan sincera e íntima que parece coquetear con el enamoramiento. Sin embargo, su relación también recuerda a la de un par de niños pequeños que así sin más, disfrutan explorar los detalles de su mundo. El pescador le enseña todos sus conocimientos y le revela en un onírico soliloquio el duelo sufrido desde que su mujer lo abandonó por un soldado. Thongchai aprende activamente de su nuevo anfitrión y por su parte el dolor, aunque no dialogado es evidente, pues su herida de cicatriz permanente es poco comparada a las desgarradoras exhalaciones que consigue emitir.

Es imposible de ignorar los particulares rasgos físicos de Thongchai que lo distinguen del resto de personajes, así como su personalidad inadaptada que nos deja con dudas respecto a su origen. Únicamente podemos intuir que él y los otros cadáveres del bosque son parte de los Rohinyá, pues el director Phunttinphong Aroonpheng dedica este, su primer largometraje, al pueblo musulmán que huye del genocida ejército birmano y busca refugio en otros países, entre ellos, Tailandia. Mantarraya los espíritus ausentes (2018) consiste en una exploración sensorial de la relación entre los perseguidos y los habitantes de los países a los que emigran, habitantes que pueden verlos como nuevos amigos o como usurpadores a los que hay que cazar.   

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La sensibilidad fotográfica de Aroonpheng, vista en El funeral de la isla (Pimpaka Towira, 2015), es legada a Nawarophaat Rungphiboonsophit. Hace de las sombras difusas el terreno donde se indaga en las curiosidades de los personajes en frecuentes planos cerrados. Pero indudablemente serán más recordadas las escenas en las cuales la iluminación artificial azul y pequeñas luces multicolores resplandecen en planos frontales y subjetivos que inevitablemente nos hacen participes cuando el reconocimiento y cierto cariño se entrelazan. Luces multicolores que carecen de un significado homogéneo, pues también envuelven y acompañan las escenas de amenazante incertidumbre.

El diseño sonoro es el apartado que mejor amalgama la historia y la fotografía, pues lleva los sonidos ambientales del mar o el bosque a la interiorización emocional de lo que viven sus personajes. El canto de las aves e insectos, así como los diálogos o lamentos, se diluyen en la atmósfera musical de  Mathieu Gabry y Christine Ott, dueto acreditado como Snowdrops. Sus composiciones oscilan entre el misterio y la melancolía, transforman los cantos intradiegéticos en conciertos dignos de apreciarse fuera de la pantalla grande.

Sin duda alguna, Mantarraya es un más que prometedor punto de partida para Aroonpheng en su carrera como director de largometrajes. Pese a tratarse de una obra política, resulta arriesgado aventurarse a darle significados racionales y tajantes, como buena obra surrealista saca a flote diversas sensaciones que toma por sorpresa tanto a artistas como a espectadores.

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