Dolittle: una película perfecta… para niños de 1960

Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Tras la muerte de su amada, el doctor John Dolittle (Robert Downey Jr.), dotado de un talento para hablar con los animales, se enclaustra en una reserva habitada por un montón de especies. La calma es interrumpida por Lady Rose (Carmel Laniado), quien solicita la ayuda del doctor para salvar a la reina Victoria (Jessie Buckley) de una rara y mortal enfermedad. Para aliviar a la regente, Dolittle decide salir en búsqueda del árbol del Edén, cuyo fruto es capaz de curar cualquier malestar.
Qué caprichosa es la industria, una década diriges Syriana (2005) y a la siguiente Dolittle (2020). Muchos directores indie surgidos en los 2000 (Reitman, Payne, Faris & Dayton) van siendo olvidados, mientras intentan (desesperadamente) sobrevivir con el recuerdo de aquella película que los lanzó a la fama. Ese es el caso de Stephen Gaghan, oscarizado realizador caído en desgracia por el remake de Dolittle, largometraje con bastante ruido negativo y números rojos para Universal (apenas recuperándose del harakiri jelical).
En octubre, un supuesto colaborador de efectos visuales publicó en Twitter algunas quejas sobre el realizador, afirmando que filmó escenas sin planificar la posproducción de los animales. Esto nos recuerda a Cats y El Irlandés, otras películas con terribles problemas en CGI, ocasionados por la negativa a usar mocap (motion capture) durante la producción. En Dolittle, el director –ya sea Gagham o Jonathan Liebesman, encargado de los reshoots– montó innecesarias secuencias con alta complejidad, que hacen aún más notorios los errores en las texturas y los movimientos de personajes animados –como sucede en la persecución de una jirafa, con la calidad robotizada de Las aventuras de Tintín (Steven Spielberg, 2011) –.
La solución fácil fue asemejar los efectos visuales a un “dibujo animado”; por ejemplo, un “ratón” mojado se esponja después de sacudirse, como en los sketchs de La Pantera Rosa (humor PG muy sesentero y poco verosímil). La mezcla de tonos cómicos no es orgánica: a la usanza de la vieja escuela Disney, alterna entre la farsa exagerada y la dramedia relamida. De hecho, si la película hubiera sido una animación íntegra (con el estilo visual de su prólogo) tendría una mejor recepción entre los adultos. Con un diseño de producción aceptable, Dolittle transita en la línea barroca de Nanny McPhee (Kirk Jones, 2005), sin llegar al siniestro mal gusto de El Gato (Bo Welch, 2003) o Alicia en el país de las maravillas (Tim Burton, 2010).
Otro motivo de la mala reputación de la película es Robert Downey Jr., de quien se esperaba su nuevo Sherlock Holmes o Iron Man y sólo logró una Mary Poppins sumida en las drogas y la depresión. Él intenta crear un Jack Sparrow (con lenguaje estrambótico y tics marcados), pero el personaje se le escapa de las manos. La personalidad del doctor deprimido por la muerte de su chica pierde constancia, hasta convertirse en otra narcisista actuación de Robert Downey Jr. interpretando a Robert Downey Jr. (con su habitual gracia motherfucker).
El resto de actores no se queda atrás: Michael Sheen sintiéndose Hugh Grant en Paddington 2 (sin lograrlo), Jim Broadbent apenas manteniéndose en pie y dos protagonistas adolescentes (Harry Collett y Carmel Laniado) demasiado sosos. Todo esto se habría salvado con una narración emotiva, la cual no existe. La trama final parece un deforme gólem construido con parches del concepto de Gaghan y las regrabaciones. El naufragio de Lily Dolittle es contado dos veces (¿?) y en ninguna se consigue el nivel melodramático necesario (tomando en cuenta su relevancia en el viaje). A esto le sumamos absurdos momentos como la ridícula indigestión del dragón, una estúpida conspiración monárquica y la comunicación tarzanesca con los animales (no esperamos Gorilas en la niebla, pero investigar antes de escribir un guión no caería mal).
De acuerdo con rumores del crew, el corte final pudo ser mucho peor. Existen defensores de esta película, justificando el target infantil; no obstante, teniendo en cuenta la alta calidad temática y creativa de Pixar y su reducida competencia (con títulos llenando las salas), validar el largometraje como un título “bueno” para niños es pasarse de condescendiente (aunque tampoco es el despropósito anunciado por la crítica). Dolittle está destinada a ser ruido blanco de TV o programada en pantallas de camiones (no más).
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