El silencio es bienvenido: la violencia irremediable

La aparente tranquilidad de una familia de clase media se ve interrumpida por una de las problemáticas que más heridas ha causado en la sociedad mexicana en los últimos años: la desaparición.
Menciono ‘aparente’ ya que uno de los pilares de El silencio es bienvenido son las tensiones entre los miembros de una familia, las cuales se acumulan hasta crear un ambiente tedioso, justo en las vacaciones, el momento que debería definirse como uno de los más relajantes y agradables. En este punto, la película dialoga con la también mexicana Tiempo compartido; ambas exhiben dilemas familiares que en casa se rehúsan a ser enfrentados.

La rebeldía propia de la adolescencia, la inocencia de la niñez y un matrimonio que se sostiene por la nostalgia y la costumbre, se enfrentan en el centro de la película dirigida por Gabriela García Rivas; todo en un marco que se presenta como inevitable: la violencia.
Si bien se reconoce la sutileza con la que desde el principio se presenta tal contexto social y luego se dirige el conflicto hacia esta esfera, lanzando una crítica al actuar del ejército mexicano y su relación con la sociedad, la película peca de largas escenas repetitivas sobre los roces entre cada uno de los miembros de la familia. Cobra su valor en el último acto y entrega un final desgarrador (y con una variedad de posibles respuestas), en el cual destaca la actuación de la madre, interpretada por Eileen Yáñez.
El silencio es bienvenido pudo ser un cortometraje: las formas a las que recurre en la mayoría de las secuencias en su segundo acto, diluyen toda oportunidad de explotar su planteamiento familiar y su virtuosa crítica al tema de seguridad.
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