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La mujer que sabía leer: la sexualidad en un lugar sin hombres

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Desde el apartado visual con un formato 4:3, Marine Francen hace de los elementos contenidos sus mejores aliados; ahí, en ese encuadre que atrapa por una espléndida fotografía, el espectador se encara con personajes que se limitan a concebirse como seres reproductivos, quienes silencian tanto el deseo como la angustia. Esto empata con un límite territorial que nos sitúa en un diminuto poblado francés, donde pronto comienzan a descubrirse y nos hacen repensar la supervivencia, la maternidad, el enamoramiento y las dinámicas sexuales.

La mujer que sabía leer (Le semeur, 2019), el largometraje debut de Marine Francen como directora, se desarrolla en un pueblo del sur Francia en 1851, cuando las fuerzas del rey Napoleón III se llevan a todos los hombres como represalia por su posición política. Es entonces cuando nos centramos en un grupo de mujeres que poco a poco resuelve los cuidados de la aldea y las arduas labores que vienen con la cosecha.

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Con la ausencia de hombres deriva una preocupación ante la reproducción y la superviviencia del lugar, lo cual despunta la trama que se concentra en Violette, quien a la llegada de un misterioso Jean -quien al ser el único hombre desata conflictos en el grupo femenino- descubre sentimientos como el enamoramiento y se encuentra más allá de un cuerpo que está para tener hijos. ¿Cómo lidiará Violette con la voragine alimentada por la pasión y el amor? Es la cuestión que Francen desenvuelve a partir de un guion basado en el libro El hombre semen de Violette Ailhaud. 

La película resulta una disyuntiva de la relación mujer-hombre, del cómo se ven el uno al otro y de lo que representaban ambas figuras hace dos siglos. Pero no se queda en el plano de la exposición; al retomar las características de una época pasada, siembra cuestiones sobre las actuales relaciones de poder y dinámicas casi mecánicas. Es interesante cómo la cineasta coloca un dilema que otros directores, como Yorgos Lanthimos, han tratado en escenarios totalmente contrarios, en futuros distópicos como en La langosta

Marine Francen cuenta con una amplia experiencia como asistente de dirección, puesto en el que se ha desempeñado con cineastas como Haneke en Amour y con otros franceses como Olivier Assayas. En este primer ejercicio como directora destaca una realización cuidada en prácticamente todos los departamentos; los dota de funcionalidad, incluso desde el guion cada una de las piezas (personajes, diálogos, tópicos como la lectura y la cosecha) están conectados y siempre derivan en algo sustancial.

Pero tal característica también es un punto que resulta en contra. La directora conoce el porqué de cada uno de los elementos cinematográficos pero no se atreve a explotarlos hasta entregarnos un gran comienzo y a regalarnos más momentos como aquella escena en donde la protagonista, con el sólo acto de nadar, nos demuestra lo abrumada que se siente al estar en un entorno que desde la llegada de Jean ya no representa hermandad, sino desconfianza. El movimiento de cámara, el plano y la corporalidad no sólo nos dicen todo, sino nos lo hacen sentir.

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Aunque deja una sensación de que pudo haber desnudado más a sus personajes, y aprovechado aun más temas como la lectura, La mujer que sabía leer es una valiosa mirada sobre la guerra de Francia y Argelia. Es un acercamiento muy particular a cómo la llegada de Napoleón III impactó en un lugar muy pequeño. 

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