Game of Thrones: los cuatro elementos para perder el rumbo

Por: Carlos Zenil
A dos semanas del final de Game of Thrones la sensación de resaca continúa merodeando. No es para menos, el cierre de la serie más galardonada en la historia de los Emmys fue visualmente espectacular, con una producción envidiable y una audiencia que difícilmente pronto será superada. Pero sobre todo con mucha polémica y grandes fallos narrativos, debido en parte por los siempre apabullantes intereses comerciales.
Game of Thrones ostenta credibilidad desde sus inicios, gran parte por ser una producción de genuina calidad que recolectó a grandes directores y guionistas, quienes crearon un paralelismo con Canción de Hielo y Fuego digno de sus orígenes. Sin embargo el problema vino cuando la serie se quedó sin los hilos literarios de George R. R. Martin. Los diagnósticos erróneos y la poquísima autocrítica de la producción derivaron en varios atropellos. Y no me refiero al arco de Daenerys (algo que veo bien justificado en la serie) ante el cual hubo una indignación masiva, pero sí a las incongruencias en conclusiones fundamentales.
A continuación los que considero los talones de aquiles de la producción de David Benioff y D.B. Weiss.
1.- El príncipe que ya no importó si fue prometido o no
Probablemente esta sea la trama más profunda de toda la historia y también la peor tratada. Y el verdadero problema fue cuando tomaron una frase sin ningún tipo de trascendencia salvo la obvia, (Cerrarás ojos cafés, azules y verdes) porque hacer alusión a la simple y sencilla visión de que Arya se convertiría en una asesina tan letal, ¡nada más! Para intentar justificar que Arya Stark entraría justo en medio de este arco, sorprendiendo de la forma más barata, respecto al guion se refiere. Hay que aclarar, Arya es genial, su aparición y forma de vencer al Rey de la noche nos encantó a todos gracias a lo espectacular de la secuencia, visualmente inaudita. Pero seamos honestos, rompió por completo un arco que difícilmente será tratado de esa manera en los libros.
2.- Aegon Targaryen; el intrascendente legítimo heredero al trono
El gran misterio del verdadero origen de Jon Snow se pone sobre la mesa desde muy al principio y respecto a los libros del viejo George la serie cumple cabalmente esa primera parte. Desarrollando ya en las últimas temporadas la atención total a este tema y dándole una importancia vital y trascendental para el hilo de la saga. Y como bien ya sabemos, eso al final importa poco sino es que nada. No es que hubiéramos esperado que Jon fuera indultado por haber asesinado a Daenerys, y que de la nada se sentará en el trono. El exilio de Jon al muro para su aparente ida con los salvajes me resultó ideal, aunque creo que en los libros eso será un autoexilio del bastardo. El problema es que el verdadero origen de Jon juega un papel ridículo en los últimos acontecimientos, los cuervos de Varys desaparecen del guion convenientemente y deja un vacío que hace evidente las prisas inconmensurables de la producción por cerrar una trama, aunque eso conlleve romperla en el camino.
3.- La Larga Noche y la manera equivocada de hacer un Macguffin
Ya habíamos desglosado el efecto que causó cerrar el hilo de los caminantes blancos tres capítulos antes del final. Pero no está de más recordar cómo se intentaron tapar las incoherencias narrativas con los grandes efectos especiales y la comunicación casi propagandística de que veríamos la batalla más grande y sofisticada en la historia del cine y la televisión. Y sin duda fue grandiosa, aun con esas pequeñas lagunas en estrategia militar. Sin embargo se omite lo que en el relato original es evidente: Los Otros (caminantes blancos en la serie) son la real y verdadera amenaza. Y el problema es que en la serie nos intrigan con lo mismo durante las siete temporadas, para que al final resulte que el verdadero Macguffin nunca fue el trono de hierro, sino el arco del Rey de la noche, otro hilo que sin duda será muy diferente en los libros.
4.- Bran ya no es Bran, pero es el Rey
Polémica final, donde finalmente recae la trama. No le veo tanto problema a la conclusión, sino a la sensación de gran escepticismo, derivado del cómo llegamos ahí. Vale mucho la pena leer la última entrevista en la que Isaac Hempstead-Wright (Bran Stark) menciona que la producción le hizo ver que el mismísimo George R. R. Martín tenía pensado que él sería el rey. El conflicto no es ver al pequeño Stark en esa posición, ni la unificación de todo alrededor del menos sediento de poder. El problema fue llevarlo ahí en los 25 minutos peores contados en la historia de la serie.
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Del final de Game Of Thrones nos quedan las exquisitas interpretaciones de Peter Dinklage, Lena Headey e inclusive de Emilia Clarke, quien hace lo propio en su camino a la tiranía. Queda el descubrimiento de Miguel Sapochnik y su exquisito plano secuencia, así como Bryan Cogman y sus guiones, que por algo lo llevarán a encabezar el proyecto del Señor de los Anillos con Amazon. La dirección de arte, o la misma fotografía, son aciertos espectaculares de sus creadores.
La serie se topó con un hecho insólito: concluir una historia antes que su base. Quedan guiños, como aquella planta creciendo más allá del muro, que sin duda es un pequeño coqueteo a Sueño de Primavera y es que da la impresión que la serie termina justo donde acaba Vientos de Invierno, por lo tanto es posible que nos quede todo un libro para unificar desenlaces. Vale la pena darse una vuelta por las últimas declaraciones de George, donde menciona que su final será igual y no y sí, y no y sí, y no, al de la serie.
Finamente, a pesar del velo de exigencia que nos rige respecto a la octava temporada, el camino hasta acá ha valido la pena: buena fortuna en las batallas por venir, aunque esta guardia ya haya terminado…
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