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Green room: una virtuosa mezcla de punk y suspenso

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leonardo

Una banda de hardcore punk se encuentra en medio de una gira de bajo presupuesto por Estados Unidos.  Las circunstancias los llevan a tocar en un bar repleto de neonazis, donde la tensión los irrumpirá tras el descubrimiento de un asesinato. La trama corresponde a Green room (2016) una de las diversas producciones dirigidas por el joven cineasta Jeremy Saulnier, quien previamente realizó Blue rain (2013) y posteriormente Hold the dark (2018).

Blue rain fue un proyecto decisivo en su carrera. Después de participar en otras producciones de grandes compañías, decidió que era hora de, junto a su esposa, autofinanciar este proyecto: $180,000 dólares provinieron de una tarjeta de crédito y $38,000 de Kickstarter. La película fue un éxito y Saulnier recibió propuestas de grandes proyectos, los que rechazó para seguir en el camino de los thrillers de bajo presupuesto. Esto lo llevó a la creación de su siguiente película, Green Room, inspirándose en la escena punk underground estadounidense de los años 80. 

La producción logra un fuerte acercamiento a la escena musical underground del punk, teniendo elementos característicos de épocas de los 80 y los 2000. Se nota la influencia de la subcultura surgida en el Reino Unido en los años 60, vemos a los skinhead y elementos típicos como la cabeza rapada, chamarras negras, botas de obrero, chalecos con parches, etc. Normalmente el imaginario de esta subcultura está arraigado a ideologías racistas, además de una íntima relación con la música y la cultura del hardcore punk. Estas características se ven representadas en la película y funcionan como una conexión entre los personajes y la situación que los llevará al lugar donde se desarrollará la trama. 

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El principal punto a favor del largometraje es el suspenso. El director supo construir acertadamente la tensión a lo largo de la película; las situaciones decisivas se generan en los momentos adecuados y destaca un ritmo preciso todo el tiempo, el cual mantiene una sensación de intriga hasta el final.

Sobresale una estética adaptada al argumento; es una película que utiliza todos sus recursos visuales para transmitir al público sensaciones de misterio, desesperación, ira y encierro. Busca generar incomodidad y lo logra. Una muestra clara es la paleta de colores basada en el negro y verde, tonos que refuerzan la frialdad y la desolación. La fotografía también apoya atinadamente al argumento. Por ejemplo, las tomas aéreas del principio, que transmiten tranquilidad y calma; o la escena del mosh pit en cámara lenta, ayudan a contrastar con lo violento del filme.

El uso del gore aporta elementos impactantes, ocasionando una sensación de fragilidad en los personajes principales. Cada escena de acción se percibe brutal, particularmente aquella en la que uno de ellos saca su brazo por una puerta sin saber que las personas del otro lado tenían intensiones de hacerle daño.

Los protagonistas se encuentran frecuentemente en situaciones críticas que los llevan a la total angustia, lo que permite a los actores explotar sus capacidades. Se siente como una bomba de tiempo que conserva el sentimiento de clímax un amplio lapso.

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La música es indispensable; al principio está muy presente y manifiesta lo visceral que puede ser la escena hardcore punk y la película en sí; pero a medida que avanza la historia, pasa a un segundo plano y se termina desaprovechando un ingrediente que pudo dotar de mayor autenticidad a la realización.

Un recurso que también es poco explotado es el antagonista principal (Patrick Stewart), quien sí proyecta misterio e intriga, pero no termina por ser tan impactante o generar desagrado. Sucede lo mismo con los antagonistas ultraconservadores, quienes cobran poca relevancia aunque constantemente se les recuerda como una agrupación neonazi, esto mediante la repetida aparición de símbolos referentes a esta ideología. 

A pesar de las fallas, Green room es un ejemplo del eficaz ejercicio del suspenso y de cómo debe ser un thriller: angustiante.

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