Clímax: del júbilo a la locura

De la belleza de los cuerpos danzando y la armonía del movimiento se desprende la puesta en cámara de Gaspar Noé. Las herramientas utilizadas por el realizador, no solo en Clímax sino en la mayoría de su filmografía, están íntimamente enlazadas. Su cine cien por ciento kinestésico busca la acción a partir de un hilo conductor, en Irreversible (2002) es el tiempo, en Enter the void (2009): el limbo, en Love (2015): el erotismo, pero en esta última realización Noé pone de manifiesto un elemento tangible que sirve además como el pilar narrativo de la cinta: el cuerpo humano.
Te puede interesar: Enter the void, un palpitante viaje psicodélico
De la primera escena se desprende una introducción de los personajes, una especie de casting para formar parte de un grupo de baile, en el que conocemos sus ambiciones y deseos y lo que significa éste para ellos. Pero este primer retrato de los bailarines, que incluso resulta un tanto inocente al inicio, se desdibuja conforme avanza la trama.
Un largo plano secuencia sigue las formas oscilantes de lo que parece ser un estudio de baile, la cámara acompaña el movimiento de los artistas y estos van al ritmo de la envolvente música electrónica. La coreografía termina, pero la música permanece para dar paso a la verdadera celebración; entre aplausos y felicitaciones el grupo de bailarines se olvida del profesionalismo de sus movimientos: simplemente se dejan llevar para disfrutar entre botanas, alcohol y música. Los celos y la envidia, así como la misoginia y el narcisismo, comienzan a revelar a los personajes.
Los cuerpos bailando se apoderan del escenario que los verá tocar la gloria y luego descender, al fondo del lugar, los tres colores de una gigantesca bandera francesa serán testigos de la tragedia; aunque estáticos a diferencia de los cuerpos en frenéticos movimientos, auguran tres momentos clave en la película: la euforia, el descontrol y el irremediable descenso a la realidad.
Te puede interesar: Gaspar Noé, las claves para entender su estilo
Un recorrido por las entrañas del complejo usando de nueva cuenta un largo plano secuencia, muestra los pasillos laberínticos como reflejo de la perdición en la que están a punto de caer los bailarines, el punto de no retorno, el descontrol a causa de la involuntaria ingesta de estupefacientes, la paranoia y el sinsentido transforman la fiesta en una pesadilla sensorial.
Este escenario ahora caótico acompañado de música electrónica (uno de los tantos elementos que Noé suele repetir en sus realizaciones) los lleva del júbilo a la locura, del estado más feliz al más catastrófico, a la tragedia, a la violencia. Se convierte en un acid house party interminable; el descontrol de los cuerpos contaminados por una droga de dudosa procedencia que obliga a los bailarines a culparse entre ellos a la menor provocación, y que genera convulsiones en cada rincón de la pantalla.
La psicología retratada con violentos movimientos de cámara, como en Irreversible, perturban a la audiencia y el predominante uso del color rojo y luces parpadeantes elevan la tensión. Su recorrido por los diferentes pasillos de este complejo va liberando la parte más vil de cada personaje.
Sofia Boutella demuestra un perfecto control corporal. Su danza guía la acción y gracias a una perfecta coreografía orquestada no sólo por los actores, sino también por todo el equipo técnico, podemos comprender y ser parte de la acción dentro de la pantalla.
El ritmo ascendente en el montaje va a la par de la música y los colores, la puesta en escena, la fotografía y el diseño de producción son el mejor engranaje en la maquinaria del cine del director franco argentino.
Si duda la controversia es la insignia de Gaspar Noé. El cineasta ha perfilado un sello fácilmente reconocible, su interés por retratar lo más oscuro del ser humano ha dejado ejercicios tanto interesantes como repulsivos. Su cine es más que sólo visual, es sensitivo y visceral y por lo mismo no es fácil de digerir para todas las audiencias. Su objetivo es provocar al público, es incómodo e irritante. Una vez más lo ha logrado.
Fan Valdés
Pedagoga de formación pero cineasta por convicción, artista plástica en el tiempo libre.
Categorías