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El virus de la vida

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Por: Citlalli Vargas Contreras (@rimbaudienne_)

Recuerdo mucho que cuando iba a la secundaria, la profesora de educación sexual (quien era una monja), solía hacernos énfasis en que la adolescencia dolía, porque incluso tenía en el interior de la palabra la dolencia contenida y, siendo sinceros, ¿para quién fue fácil esa etapa tan llena de extrañezas y contradicciones? A veces lo cotidiano es lo más raro.

La idea de Virus Tropical comenzó cuando Paola Gaviria, mejor conocida como Powerpaola, ilustradora ecuatoriana, vivía en Argentina y alimentaba un blog con una serie de dibujos que luego se convirtieron en una novela gráfica con tintes de autobiografía. Este microcosmos de trazos fue abrazado por el cineasta Sebastián Caicedo, la productora Carolina Barrera, el guionista Enrique Lozano y la música de Adriana García, quienes le dieron vida a los dibujos de Paola.

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Todo inicia a mediados de los setenta, cuando una pareja un tanto contradictoria (tan contradictoria como suele ser la vida) conformada por un sacerdote y una médium, conciben, sin estar muy conscientes de ello, a su tercera hija. Lidiando con estereotipos, apariencias y situaciones, la chica va descubriendo el mundo y, al mismo tiempo, definiéndose a sí misma; todo con la ciudad de Cali de fondo. Pero son las pequeñas crisis y no el paso del tiempo lo que en verdad la hacen crecer y moldear a su espíritu.

A ratos podría parecer un relato que hemos leído y visto muchas veces en diversos productos culturales dirigidos a adolescentes. Y sin embargo no podemos evitar volver a conectarnos con lo habitual de esto. La vida podría parecer tan sencilla como los dibujos de Powerpaola pero es tan complicada como una enfermedad extraña, casi incurable… un virus tropical.

Al mismo tiempo, el contexto también aporta sensaciones cercanas incluso al realismo mágico. No sólo es la historia de Paola, sino la de toda su familia viviendo en una caótica ciudad dentro de un microcaos propio que es prácticamente femenino (Paola creció con su madre y sus dos hermanas) y que se va abriendo paso de distintas maneras a la insoportable pero casi ligera pesadez de la cotidianeidad de existir en un mundo masculino. Un núcleo lleno de referencias que de nuevo contrastan de una forma tan natural y que van desde pósters de Kiss hasta tratados psicoanalíticos.

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A todo esto, sumemos que la trama se desarrolla meramente en un marco latinoamericano. Porque a final de cuentas, por muchas veces que hayamos visto cintas como Persépolis o leído novelas gráficas como Scott Pilgrim, y nos hayamos sentido identificados, nada será como la calidez de Latinoamérica, con sus lluvias y sus días soleados tan particulares.

La cinta misma ya hecho su viaje de transición por diferentes pantallas, desde el Southwest Film Festival, en Austin, Texas, donde se llevó el premio de la Audiencia; pasando por el Festival de Cine de Berlín, siendo el único largometraje colombiano y formando parte de la selección Generation; y llegando hasta el Festival de Cine de Cartagena de Indias, FICCI.

Al ser una adaptación sumamente fiel de la novela gráfica, en ocasiones es un tanto extraño que los cuadros parezcan un poco estáticos, casi como viñetas de cómic, lo cual podría aportar a un ritmo un tanto lento. No obstante, el guión logra contagiar el virus y mantener al espectador, si no al filo de su asiento, sí interesado en esas extrañas etapas por las que a veces nos preguntamos cómo demonios sobrevivimos.

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Ésta es, sin duda, el relato sincero de una mujer que ha sabido extraer la rareza de lo común, que aunque Mecano diga que los recuerdos son mentiras que inundan la razón, también son una constante afirmación de lo que fuimos, somos y seremos, de que la esencia, a pesar de tantos cambios, permanece. 

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