Tiempo compartido: Pesadilla de folleto

Por: Omar Sánchez (@SanchezGarcia_O)
—¿Te gusta?
—Es perfecta.
La perfección prometida de los mundos que vemos en los folletos de los grandes centros vacacionales es tan falsa como deber ser. Sin embargo, quién no se imagina a sí mismo tomando una piña colada de un vaso que está protegido por una diminuta sombrilla, o secándose, luego de un reconfortante baño caliente, con una encantadora escultura venida a toalla.
Está claro que un vaso no necesita nada para protegerse del sol, ni la tolla seca mejor si es doblada en forma de cisne o flamenco. Incluso es probable que el placer que esto puede dar, ni siquiera se compare con la sensación de simplemente verlo en un folleto y tener la ilusión de poder convertirlo en realidad. La satisfacción de la obtención de algo puede resultar efímera, en cambio la aspiración, la necia y necesaria aspiración, siempre quiere más.
Tiempo compartido es eso: la historia de una sostenida, desorientada y bizarra búsqueda de la perfección. Desde su secuencia inicial, la película dirigida por Sebastián Hofmann y coescrita con Julio Chavezmontes, nos presenta un mundo donde sin importar el dolor y la oscuridad que habite dentro de nosotros, debemos salir a brillar y tener una sonrisa de revista, porque eso se espera de nosotros y es lo que esperamos de los otros. Es por ello que cuando Pedro (Luis Gerardo Méndez) le pregunta a su esposa Eva (Cassandra Ciangherotti), si la villa en donde se están hospedando le gusta, la respuesta tiene que ser la que tiene que ser. Tiene que ser perfecta.
¿Y cuál es el punto de gastar todos los ahorros del año en ir a pasar nuestros únicos seis días de vacaciones a un hotel de ensueño, si no es para que todo sea absolutamente perfecto?
Para Pedro, este sueño forzado se empieza a romper cuando su intento de seducir a Eva resulta fallido porque ella le había prometido despertar a su hijo para que se metiera a la alberca. De cualquier modo, es probable que aquello hubiera sido interrumpido cuando un grupo de trabajadores del hotel, con atuendos de marinos, llegaron junto con la familia de Abel (Andrés Almeida) para notificarle a Pedro y Eva que aquella villa también estaba reservada para Abel y su familia.
Así, la aventura de Pedro apenas inicia, y ya va descompuesta. Y es que hay ocasiones en las cuales apenas empezamos a dormir y ya sabemos que nuestro sueño no va por el camino correcto. Sin embargo, nos quedamos ahí, aunque sepamos que algo va e irá mal. La cuestión es que despertar ya no es opción. Una vez arrancado el sueño, no podremos salir hasta que todo termine. Así que no queda más que abrochar temerosos los cinturones.
Abel y su familia son todo lo que Pedro desearía ser pero no cómo lo quisiera: una familia feliz y unida y totalmente despreocupada de sí misma, pero que es grotesca y angustiante. Más preocupante aun resulta para Pedro que tanto Eva como su hijo parezcan sentirse en paz y felices.
La creciente sensación de inquietud de la película se encuentra ahí en la historia de Pedro y en esa música que inicia disfrazándose con sonidos sutiles pero termina siendo incómoda y penetrante. Sin embargo, el hueco en el estómago de la cinta está en Andrés (Miguel Rodarte) y Gloria (Montserrat Marañón), dos trabajadores del hotel que son usados como ejemplo entre sus compañeros por la manera en la que se han superado y han salido adelante a pesar de sus problemas, a pesar de su dolor y su oscuridad. Un matrimonio que ante los golpes más duros parece mostrarse fuerte, pero ante la aparente calma se desquebraja tan lento como la desesperanza se los permite.
En Tiempo compartido, el consumismo y el capitalismo hipnotizan y saborean de poco en poco a sus personajes. Pero es la aspiración rota, recogida y otra vez destrozada, la que se los traga.
El estilo fotográfico de la película nos remite a ese folleto donde todo es falso pero tan perfecto. La luz del sol sobre los sueños de los vacacionistas nos engaña y cuando nos damos cuenta resulta que la gran mayoría de la cinta la vimos más bien en la noche, en las sombras y en la oscuridad.
Pedro lleva sobre sí el sueño que se convierte en esa pesadilla de folleto: llena de luz, de risas plastificadas y de una macabra perfección. Por su parte, Andrés carga con esa otra pesadilla, la que viene de las entrañas más sórdidas y sombrías, tales como los pasillos de servicio que día tras día camina. Sea cual sea, ambas llevan hacia el mismo camino: son aterradoras.
Omar Sánchez estudió Comunicación y Medios Digitales en el ITESM CEM. Es articulista en ZoomF7 y tiene un videoblog sobre cine mexicano en Sector Cine.
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