Baby Driver | Crítica

En la tradición del cine estadounidense los antihéroes siempre han tenido especial atención del público, desde la pareja de bandidos Bonnie y Clyde, pasando por otros personajes como Travis Bickle de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), inclusive podemos nombrar al propio “Conductor Sin Nombre” de Drive (Nicolas Winding Refn, 2011).
Baby Driver (Edgar Wright, 2017) no se aleja de este tipo de personajes. La película nos lleva a las calles de Atlanta, donde un joven que tiene una deuda con un señor del hampa tiene que conducir para un puñado de delincuentes quienes deben hacer el trabajo sucio; Baby solo tiene que manejar y que el plan salga al pie de la letra.
Baby tiene un problema en el oído que lo hace escuchar un zumbido perenne. Para mitigar esta molestia, todo el tiempo escucha música, por lo que cuenta con una colección de iPods para cada tipo de ánimo en el que se encuentre.
Un trabajo más y logrará zafarse de esa deuda para dedicarse a lo que más le gusta, hacer música, la cual crea a partir de grabaciones derivadas de la gente para la que trabaja.
Alejándome del afán de arruinarles la película contando todo, voy al punto: Baby Driver es sin lugar a dudas entretenida, divertida y con un montaje rítmico pocas veces visto en la actualidad, y a la par del gran soundtrack, logra que el espectador esté alerta ante cada escena donde sucede la acción, que al puro estilo hay balaceras, y persecuciones, sí, muy gabacho.
Destaca la actuación del joven Ansel Elgort, conocido por sus papeles en Divergente (Neil Burger) y Bajo la misma estrella (Josh Boone), ambas de 2014. También resalta un personaje misterioso y meticuloso interpretado por Kevin Spacey, líder de los golpes que se realizan, además de las actuaciones de Jon Hamm, Eiza Gonzalez (sí, la actriz mexicana), Jamie Foxx y Lily James, quien interpreta a Debora, el amor de Baby.
En el aspecto de dirección, Edgar Wright, responsable de las adaptaciones cinematográficas de Scott Pilgrim Vs. The World (2010) y Ant Man (2015) nos muestra un filme dinámico en sentido de montaje, música y dirección. Se nota la planeación de las escenas y el ritmo que deben llevar. Por ello, en los momentos más emocionantes lleva al público a una sensación casi de vértigo con su respectivo descanso. Lo cual es un acierto interesante de este cineasta.
Como se menciona, el soundtrack es una elección magnífica, alcanza su objetivo con el uso de canciones no tan conocidas en la actualidad, con la creación de mixes y la conjunción creada con un aparato que ya se antoja obsoleto: el iPod.
Otros aspectos técnicos a destacar son la fotografía, que con la la elección de tiros y el diseño sonoro, nos mete en la cabeza de Baby y su necesidad de la música.
El punto en donde el filme cojea es en el final, llevando un ritmo al que fácilmente se acostumbra. Aun con todas las personas que ven el lado bueno que tiene Baby, este pasa un par de años tras las rejas. Pienso que dicha parte pudo ser ahorrada. En general es un buen filme, a lo que el director nos tiene acostumbrados.
Sebastián Ortiz
Comunicólogo que habala mucho y escribe (mal) sobre cine, música y ciencia ficción.
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