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La tortuga Roja: un poema visual

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Con todas las grandes producciones occidentales invadiendo nuestras salas y dejando espacios mínimos para aquel cine al que el espectador “no está acostumbrado a ver”, me pregunto si el séptimo arte en toda su complejidad ha evolucionado. Pero no hablo de los aparatos tecnológicos que se requieren para llevarlo a cabo, los cuales evidentemente ha avanzado.

Sin embargo, conforme veo estrenos y películas plagadas de efectos visuales, CGI y planos impresionantes, me cuestiono si es suficiente para contar grandes historias; claro, estoy consciente que no es el único cine disponible, pero sí es el más cercano y al que todos tienen acceso. La respuesta la encontré en La tortuga Roja, que inmediatamente me llevó al largometraje francés igual de igual calidad: L’illusionniste (2010) de Sylvain Chomat; ambos son animación y no tienen diálogos, pero lo que sí tienen son maravillosos sucesos que contar.

La tortuga roja proviene de los legendarios estudios Ghibli, que bien han sabido explorar historias fantásticas de una manera sin igual.  Michaël Dudok de Wit, el director holandés llamó la atención de nada más y nada menos que el maestro Miyazaki  y lo invitó a coproducir una cinta con libertad creativa después de ver su cortometraje Father and  Daughter (2001).

La tortuga roja

Al igual que en todas las películas de los estudios Ghibli, el tema de la naturaleza tiene una gran relevancia. La humanidad sumergida en un entorno amenazado por los propios seres humanos son elementos presentes en las cintas, los conflictos resaltan por su complejidad y los personajes conectan al instante con el público.

Después de naufragar y luchar contra las violentas olas en medio de la nada, un hombre despierta en una isla solitaria. Enseguida de explorarla, reúne hojas y ramas para construir una lancha que le permitirá salir del lugar desconocido. Una vez emprendido el viaje y con la esperanza de encontrar una salida, su lancha es destruida por algo o alguien debajo del mar y tras varios intentos fallidos se encuentra frente a frente con la gigante tortuga roja, la responsable de sabotear su huida.

El anfibio llega a la misma isla que el hombre, quien en un acto de venganza por estropear su escape, daña a la tortuga- Pero ésta le tiene una extraña y grata sorpresa que lo acompañará por el resto de sus días. El naufrago ahora forma una familia, pero la naturaleza reclamará lo que le pertenece.

La relación entre humanidad y naturaleza representa el punto central del filme, las formas de convivencia y adaptación a un entorno hostil y los lazos creados son evidentes cuando se encuentra todo lo que se necesita en un lugar remoto. La familia y su importancia también representan un elemento de gran peso en la historia.

La animación es fabulosa, y junto con la música va de la mano creando las atmósferas necesarias, dándole vida a cada escena; en algunas un tanto tranquila, en otras llenas de peligro y tensión. Así, aunque lo que miramos son dibujos animados, es imposible no sacar uno que otro suspiro y en otras veces un salto al corazón cuando el espectador ve al protagonista amenazado. Sus movimientos corporales sumamente naturales ayudan para darle realismo. Y en un esfuerzo que sin duda se agradece, la falta de diálogos aporta, la historia se cuenta usando un lenguaje universal.

La realización minimalista no le pide nada a ninguna de los blockbusters estrenados en las salas, es grande y no necesita de ninguna pretensión.

Fan Valdés

Pedagoga de formación pero cineasta por convicción, artista plástica en el tiempo libre.

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