Tenemos la carne… podrida

Tenemos la trama: un hombre vive en solitario en un apartamento descuidado y mugroso. El aislamiento lo conduce a la típica conducta cliché del personaje cinematográfico que está solo, ejecuta sus acciones con rimbombancia y locura. Al cabo de unos días una pareja de hermanos lo encuentra, a partir de ahí la película y sus protagonistas son puro bacanal.
Tenemos la técnica virtuosa en la fotografía, el diseño de producción y el sonido que confirma la frase de cierto director extranjero naturalizado mexicano cuya identidad prefiero guardar: El cineasta mexicano sabe usar los fierros, pero no sabe contar historias.
Tenemos la actuación de Noé Hernández quien con su elocuencia opaca a la debutante pareja cuya parquedad impide cualquier identificación con los personajes. El histrión en ocasiones y como dijeran en el argot futbolero, llega sobrado, se come el papel, lo regurgita y entrega una interpretación lo mismo maravillosa que teatral.
Tenemos la ¿provocación? que busca el cineasta novel. Frustrada por su propio anhelo de abarcar mucho pero apretar poco.
Tenemos la pretensión estereotípica del director que escribe, dirige y entiende su propia película, orientada por una necesidad onanista de introducir en un mismo diálogo la filosofía de Nietzsche con la palabra “chaqueta” y que termina por sucumbir como el antihéroe Macbeth ante la propia ambición.
Tenemos la copia del estilo de un director único: Gaspar Noé, a quien le plagian con descaro en el uso de imágenes que se nutren del francoargentino, pero tropicalizadas. A diferencia del maestro el alumno es impotente a la hora de trasladar las representaciones sexuales. A Gaspar se le da muy bien potenciar dichos planos con algo de lo que carece Rocha Minter: contenido.
Tenemos la colección de las filias predilectas del guionista, que llegan por arte de magia en una serie de situaciones sacadas de la manga sólo por el simple placerdevercoger a los actores. Haciendo gala de imágenes perfectamente cuidadas, con una cámara que se traslada entre el sudor, los fluidos y la vagina de la protagonista.
Tenemos la herencia del performance que se adapta al séptimo arte con resultados paupérrimos, los personajes bailan, se encueran, se besan y se trenzan a la usanza de dicho arte menor, la puesta en cámara es lo de menos, lo importante es mirar el supuesto goce de la carne.
Tenemos la crítica gratuita, fortuita y marchita típica del cineasta mexicano que entra con calzador en un filme que de por sí carece de contexto, sentido o premisa. Un señalamiento al ejército mexicano –himno nacional incluido– estéril y soso. ¿Cuándo aprenderá el realizador nacional una manera más eficiente de plantarse ante el México Bárbaro?
Tenemos la lana del EFICINE cuyo criterio de financiamiento contradice toda lógica. En donde quiénsabequién elige los proyectos y lo más importante: en el contexto nacional y como dijera un sabio de la canción -Q.E.P.D- ¿pero qué necesidad?
Tenemos la reacción del público mexicano cuyas carcajadas contrastan con la perversión mostrada en la pantalla ¿será que después de tanto muerto estamos ¨curados de espanto”? Un espectador que abandona la sala pasada la media hora, no por la provocación ni la temática sino por las evidentes carencias de la trama.
Tenemos la carne, una película de grandes aspiraciones pero de mediocre ejecución. Un sueño chaqueto del director que succiona a mansalva de las chichis de sus cineastas predilectos. Un filme que se hunde en los fluidos de su propio cuerpo. Una cinta que nos hace replantear hacia dónde se dirige la condescendiente e ilusoria “industria” del cine mexicano.
Gerardo Herrera
Guionista, cofundador y editor de Zoom F7
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