El eclipse: el no tan discreto encanto de la burguesía

Por: Gerardo Herrera
La riqueza consiste más en el disfrute que en la posesión.
-Aristóteles
A Michelangelo Antonioni el reconocimiento le llegó tarde; el hombre cano patilargo pertenecía a una clase acomodada que le permitió emplear su tiempo en el renaciente quehacer cinematográfico de la Italia de posguerra. Su movimiento se califica de único, y al cineasta se le tiene entre los grandes en la historia del séptimo arte. Una trilogía lo consolidó y la cereza de ese pastel fue El eclipse, protagonizada —ni más, ni menos— que por Alain Delon y Monica Vitti.
La verdadera ruptura del director con respecto a sus antecesores no proviene de una genialidad fílmica; su quiebre fue simple, abandonó el movimiento neorrealista cuyo fin último era retratar la vida cotidiana (comúnmente del marginado) del pobre que debía enfrentar peripecias simples, pero titánicas, aunque cabe destacar que dicho movimiento estuvo comandado por realizadores que poco tenían que ver con esa forma de vida. A los ojos de cineastas como Visconti esos miserables eran materia perfecta para impresionar a la burguesía cinéfila.
Antonioni se desprende al proponer los temas dentro de la vida del burgués; de aquél que tiene los recursos para invertir millones en la bolsa y de paso amar de vez en cuando. Esa es la trama de El eclipse, una pareja de posición acomodada vive un amorío brevísimo y fugaz, resultado de una vida material por encima de la propia riqueza espiritual.
En el caso del italiano fue un hombre quien estuvo detrás de la supuesta genialidad por la que se le conoce. Asevero, afirmo y sostengo que Michelangelo le debe en parte su grandeza a una de las plumas más brillantes en el cosmos fílmico: Tonino Guerra, quien colaboró con directores de la talla de Fellini, Tarkovsky y Angelópoulos —sólo por mencionar algunos—. En El eclipse construye el guion con base en el silencio, importan los diálogos, pero viniendo de donde vienen, sólo pueden sonar superficiales. Es en la omisión donde el drama se potencia, es en las acciones ambiguas de su protagonista donde Guerra exhibe el vacío, la banalidad de la construcción emocional de sus personajes. En la cámara de Antonioni se reafirma su condición pudiente, cuadrada, recta y finalmente trivial.
La pareja protagónica es una delicia, Delon llena la pantalla con su carisma, sin embargo el terrible doblaje le resta a la interpretación. Por otro lado, el personaje de Vitti es una adelantada a su tiempo: es por momentos un arquetipo de la mujer posmoderna, deslumbra en la quietud, pero también cuando explota y sonríe. El contraste entre carisma y apatía contribuye a que la decisión final retumbe en el corazón de los espectadores.
“Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección”.
Ernesto Sábato
Sólo hay un atisbo de la brillantez en Antonioni, una luz en la oscuridad que curiosamente se presenta en el desenlace del filme. Para llegar ahí, el cineasta italiano elabora con sutileza a partir de un montaje sobrio y frívolo, nos presenta locaciones en donde el amor en apariencia se desarrolla, pero que a lo único que contribuyen es a registrar momentos, la pasión se desborda, la alegría invade a Vitti y Delon, el espectador es testigo de los lugares, ahí donde la pareja fue y dejará de ser.
Lentamente al público se le representa una obra cuyo remate es una relación; sin embargo, el director nos demuestra que la imagen última del amor son dos personas andando en dirección contraria, o en el caso que nos atañe: dos ausencias. La secuencia final es la demostración de que el hombre cano y patilargo sabía algo del tema, que a día de hoy es imposible de replicar. El burgués parco de nombre Michelangelo Antonioni vino a develar un instante de perfección en la historia de la cinematografía mundial, un momento que ya le trascendió y resonará por siempre.
Gerardo Herrera
Guionista, cofundador y editor de Zoom F7
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