Fences: una pieza cinematográfica

El hombre, por lo común, sólo sabe reconocer su felicidad
en la medida de la desgracia que ha experimentado.Muslih-Ud-Din Saadi.
Del teatro al séptimo arte surge Fences de August Wilson, obra ganadora del Pulitzer en el lejano 1987. Ya recomendaba Hitchcock en la brillante entrevista que le realizara François Truffaut que el diálogo es el último de los recursos en la narrativa cinematográfica. A Denzel Washington, –director de la película– le importa poco cuando de construir a sus personajes se trata; el filme se desglosa única y exclusivamente con base en la palabra entre el hombre cotidiano y los seres que le rodean. Las frases desarrollan el drama en una pieza cuyo conflicto recae en la crisis familiar a partir de las decisiones de Troy Maxson, su protagonista.
La década de los cincuenta es el escenario; Troy era un excelente jugador de béisbol que abandonó el deporte y ahora se dedica a recolectar basura en compañía de su fiel amigo Bono. Rose es la esposa que se sacrifica en aras de cohesionar a la familia. Viola Davis es el personaje, sus intervenciones abnegadas y a veces explosivas le hacen acreedora de cuanto reconocimiento se le otorgue, navega con naturalidad y sencillez en un papel que le demanda ambos atributos. Denzel Washington como Troy es imponente, el marido pasivo-agresivo, el padre opresor, el cincuentón en crisis existencial: el hombre común.
En el filme se respira el racismo inherente a la época; comparación necesaria en una presidencia que se destaca por una supremacía blanca en términos de discurso. Es el discurso la herramienta principal de Wilson el escritor de la original para –en palabras del libreto– representar la vida del Negro, adjetivo prohibido pero de uso común entre los personajes para referirse a sí mismos. Jamás en el metraje se observa a un blanco, sólo se le refiere, siempre en una posición de poder. ¿Alusión a la resolución dictatorial del electorado estadounidense?
La trama usa la construcción de una cerca como herramienta temporal, se erige la bardita para mantener unida a la familia al tiempo que es durante su elaboración el momento en el que surge el conflicto. La valla divide: al amigo, a la esposa, al hijo. Troy debe hurgar fuera de ella para encontrar una razón para seguir con su incipiente existencia. En épocas de muros, el cine interviene para demostrar en un drama íntimo los alcances de la división, siempre funestos.
Como director, Washington es obsesivo con sus histriones. Absolutamente todos congenian con su personaje, el carisma de cada actor pone de manifiesto la mano del afroamericano para obtener lo que desea de cada uno de sus talentos. Es una incursión interesante de quien ya ha obtenido el galardón de la Academia, lamentablemente no todo brilla en el filme.
Es un dilema trasladar miles de palabras a la pantalla sin caer en la repetición, se requiere de inventiva para convertir la palabra en imagen. El ejemplo ideal del traslado de un guión sobredialogado a la narrativa cinematográfica es Red Social (2010), del siempre eficaz Fincher. El cineasta debe transformar una historia con una sola locación –el patio trasero– en un relato con diferentes escenarios y más importante aún, trasladar las conversaciones al ámbito audiovisual.
Es en las discusiones donde Fences se torna repetitiva y su duración a la postre juega en contra del filme. Sobretodo si se considera mirarla con subtítulos, para quien no comprende ciertos slangs costará trabajo habituarse a la velocidad de las charlas al tiempo que se intenta leer los subtítulos.
A pesar de ese negrito en el arroz Fences construye con profundo detalle una crisis partiendo de una pieza que en términos cinematográficos no aporta lo suficiente, sin embargo el texto es tan interesante que la película termina por ser un cautivador ejercicio de interpretación, con un reparto a la altura de las exigencias del libreto.
Gerardo Herrera
Guionista, cofundador y editor de Zoom F7
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