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La calle de la amargura: anacronía fílmica

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 A través de la historia la Ciudad de México ha brindado relatos que superan fácilmente a la imaginación de cualquier escritor, en sus calles se estructuran tramas de brutal complejidad, sus edificios son escenarios de anécdotas surreales; a los dramaturgos les basta con trasladar los hechos tal cuales fueron al papel para desarrollar el drama. Tal es el caso del guión escrito por Paz Alicia Garcíadiego, sustentado en un incidente real: el doble asesinato de la Parkita y Espectrito jr. El cual una vez más dirige su colaborador y marido, el legendario Arturo Ripstein.

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El filme se configura a partir de dos vertientes: la de las víctimas y la de las victimarias. Es así como presenciamos la relación incestuosa de los luchadores gemelos; liliputienses acomplejados por su condición, siempre apoyados por su madre quien les ama con locura enfermiza. Del otro lado, están un par de asesinas dependientes: la una de un marido homosexual y travesti, la otra de una vagabunda que halló quiensabedónde. La mesa de la sordidez ripsteiniana está servida.

La bronca de tan exótica y mexicanísima mezcla se encuentra en la repetición de la fórmula. A Ripstein le bastaba en los setenta presentar este conflicto para provocar al conservador de la época; quien conoce su cine se hallará ante un drama que ha presenciado hasta el hartazgo y no sólo eso, también lo encontrará edulcorado, bajadito de tono y lo más importante, con notables fallas en un guión que no trasciende por sus lagunas, contradicciones y sobre todo por su anacronía.

Y es que el cineasta le es fiel al periodo que lo vio florecer, se aferra a su época de oro. Repite a los personajes en un contexto desfasado. Nos presenta un acontecimiento con diálogos y acciones setenteras en los tiempos del smartphone. El director es resultado de su tiempo, sí, el problema es que echó raíz y ahí se quedó.

Se destaca sin embargo la fotografía en blanco y negro, la cual acentúa las sombras y las líneas a la usanza del expresionismo alemán, aquí no se  necesita reconstruir escenarios para ejemplificar la psicología de los personajes, las vecindades y calles del centro de la ciudad se conjugan a la perfección con la cámara de Alejandro Cantú.

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El reparto hace honor a su trayectoria con interpretaciones acorde con lo que el guión les permite, si bien los actores gozan de gran talento no lo es así el papel. A nivel técnico, el sonido es el principal error, para escuchar a los enmascarados se sobrepone voz doblada a las acciones de los personajes, esto es evidente hasta para el espectador casual y saca constantemente del drama ya que uno puede percatarse del truco.

La sordidez que en algún momento destacó a la dupla conformada por Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego se transformó en una fórmula repetitiva y desabrida. Ellos tocaron el firmamento cinematográfico nacional, pero hoy se encuentran en la calle de la amargura.

Gerardo Herrera

Guionista, cofundador y editor de Zoom F7

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