Kubo | Crítica

Cuando retornamos a aquellos lugares en donde fuimos felices con las personas más importantes de nuestra vida, la familia, y ésta ya no se encuentra, la ausencia pega como un mazo directo al estómago, la garganta se entrelaza y la mirada se humedece. Las memorias son lo único que quedan, pocas o muchas nos hacen revivir los momentos que marcaron el camino como mapas que nos han guiado para ser lo que somos.
Al estar en la sala de cine, experimenté una carga sentimental interesante, que sólo logran algunas películas. Kubo (Travis Knight, 201) llega al corazón porque recurre a las experiencias, a lo vivido, a los aprendizajes; destaca el mensaje de la familia y la importancia de la niñez. Y con esto logra estremecer al público. La regresión es inevitable, miles de imágenes, recuerdos y sentimientos se juntan en mi cerebro y me hacen recordar a mis padres, a mis hermanos, mi niñez, la fantasía de aquellas memorias un poco ya desdibujadas por el paso del tiempo.
Laika, el estudio a cargo de la cinta, apostó bien; sus aciertos son desde el guion hasta la realización, casi artesanal. El ensamble de todas las piezas convergen en una gran historia con espectacular atractivo visual.
La trama tiene lugar en el épico japón, con dioses y mortales. Kubo es producto del amor entre la hija del dios de la luna y un poderoso samurai. La traición sentida por el dios Luna lo lleva a querer deshacerse de la nueva familia, incluso de su propio nieto. Kameyo, madre de Kubo, lucha por salvarlo. Éste se gana la vida en la plaza del pueblo: con los acordes de su banjo cuenta historias para los demás. El guion no deja huecos y justifica cada elemento de manera inteligente. Cuenta con bromas sencillas y entrañables, con excelente timing. La construcción de los personajes es limpia y clara, todos actúan de acuerdo a sus motivaciones y son coherentes con lo que se plantea durante toda la película. Se presentan transparentes, nos vemos y vemos a otros a través de ellos.
La odisea de Kubo lo pondrá a prueba tanto como a su familia. Los espíritus de la madre y el padre se manifiestan en formas muy singulares. En la lucha por la supervivencia, la familia encuentra la destrucción, pero al mismo tiempo Kubo recibe el mejor ejemplo que unos padres pueden darle.
El trabajo de animación es otro de los puntos por los cuales Kubo tiene una importante posición en las realizaciones de este año. La técnica es stop motion, y gracias al meticuloso trabajo de los artistas involucrados, en ciertos momentos es difícil definir qué es en 3D y qué se ha hecho cuadro por cuadro; los movimientos son más fluidos y los gestos cada vez más reales. Se puede disfrutar del detrás de cámaras en internet para darnos una idea del nivel de elaboración que conlleva este tipo de tareas. Los estudios ya habían impresionado con Coraline, pero esta vez rompen las barreras. Las expresiones de los personajes van desde las 8 mil diferentes facciones hasta poco más de las 11 mil, sin contar otros movimientos.
Kubo and the two strings recupera la importante función de la familia que parece disolverse cada vez más fácil. Asimismo enaltece la infancia dentro del mundo fantástico de Kubo, un mundo que muchos conocimos cuando éramos pequeños.
Fan Valdés
Pedagoga de formación pero cineasta por convicción, artista plástica en el tiempo libre.
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