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Recuerdos: Anatomía del cine para abuelitas

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Por: Rodrigo Garay Ysita

Como preámbulo a la temporada de premios y nominaciones, que muchas películas como la que aquí está por ocuparnos a usted y a mí seguramente nos traerá, la tercera entrega como director del histrión francés Jean-Paul Rouve, Recuerdos (Les souvenirs, 2015), llegó a la cartelera de la Ciudad de México y puede decirse, en primera instancia y sin miedo a errar, que es una muestra casi intachable de lo que muy afectuosamente denominaremos “cine para abuelitas”. “Cine para señoras” suena más despectivo y está desprovisto del encanto dominguero feel good para compartir en familia.

les_souvenirs-556357133-largeSi nos ha demostrado algo el éxito de plumas como Deepak Chopra, Paulo Coelho o John Green (análogo al de estos amigables melodramas en los estantes del Gandhi), es que hay una audiencia hambrienta de historias de superación personal. El cine para abuelitas enfrenta a las más nobles almas contra los enemigos más injustos: el cáncer en La decisión más difícil (My Sister’s Keeper, Nick Cassavetes, 2009), la sordera en La familia Bélier (La famille Bélier, Eric Lartigau, 2014) o la esclerosis lateral amiotrófica en La teoría del todo (The Theory of Everything, James Marsh, 2014). El chiste es ver triunfar a los bondadosos.

En Recuerdos, el gran tope en el camino es la vejez. Adaptando al best-seller de David Foenkinos, el filme presenta a Madeleine, cercana a los 70 años de edad, y a su nieto perfecto Romain. La mujer pierde a su marido (es decir, lo sobrevive) y, a consecuencia de esto, sufre las egoístas negligencias de sus tres hijos, despistados padres de familia en proceso de calvicie que, como buenos europeos que ya no saben qué hacer con sus viejos, la obligan a vivir en un asilo y venden su departamento.

Estos vástagos malagradecidos no son, de ninguna manera, ecos complejos de la avaricia de las hijas del Rey Lear, que también se llevaron entre las patas a su progenitor. Los personajes en Recuerdos son más bien estereotípicos, individuos planos que representan lugares comunes y no seres humanos completos: la mujer aburrida de su matrimonio, el joven aspirante a escritor, el amigo tontín (papel que una vez más se le adjudica a una etnia minoritaria), el hombre domesticado que es capaz de recuperar su virilidad con tan sólo musitar esas palabras mágicas que abren el corazón de su esposa, porque “cuando el presente ya no anda, hay que echarle gasolina al pasado”. No podían faltar, tampoco, las citas facebookeras.

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Sin posibilidad de establecer una conexión con las ambiciones, miedos y sueños de un protagonista de verdad, el cine para abuelitas tiene que recurrir a las lágrimas a como dé lugar. Para lograrlo, explota la debilidad humana ante las enfermedades de cuerpo y mente, que sólo a través de la solidaridad será superada. Y no es que el abuso de la compasión sea tramposo, pero las duplas en desventaja que generalmente contrastan a un viejo y a un joven extravagante (o enfermo), como en El octavo día (Le huitième jour, Jaco Van Dormael, 1996), Amigos (Intouchables, Olivier Nakache y Erik Toledano, 2011) o Guten Tag, Ramón (Jorge Ramírez Suárez, 2013), son igual de efectivas para hacer llorar a la gente que cuando se mata al Richard Gere del tierno Hachikō.

Por mucha sacudida que este género quiera darle a nuestros corazones, vuelve invariablemente a la comedia para que no se le tome muy en serio. Ni los eventos más catastróficos ni las familias más disfuncionales están ahí para ser diseccionados en textos de 5 mil caracteres ni para purgar las culpas de nadie, como decía Aristóteles, sino para relajar y favorecer el escapismo con chistes y referencias infinitas a la cultura popular en un intento de no perder relevancia. Los guiños a Pokémon, 24, Twilight (como las interminables menciones al Dr. House en Hipócrates: el valor de una promesa [Hippocrate, Thomas Lilti, 2014]) son destellos de la curiosidad extranjera, en este caso, por el estilo de vida norteamericano.

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Además, el cine para abuelitas tiene una visión infantil del primer amor, en donde no hay tal cosa como el contacto sexual. Aquí no es nada extraño, por lo tanto, que el evidentemente veinteañero y bien parecido Romain se encuentre en una búsqueda virginal por “la mujer de sus sueños”, implicando esa “espera” que enamoraba a las mujeres hace 70 años y una inocencia que raya en lo marciano cuando acude a un cajero de tienda de autoservicio por consejos del corazón (en uno de los varios y bastante vergonzosos intentos humorísticos del guion de Foenkinos).

recuerdosA fin de cuentas, el amor platónico de la juventud es sólo una rama de la complacencia automática de los dramas para toda la familia, que lo que quieren es pintar ese final feliz en donde el amor lo puede todo, el amor rompe barreras, el amor trasciende todas las dimensiones y el amor nos hará completos a pesar de la muerte del perrito o de las atrocidades del cáncer. Es siempre una muestra de fe en la juventud; esperanza en Cameron Diaz para que salga adelante luego de la muerte de su pequeña Kate, en que el joven con síndrome de Down nos cambie la vida, en que los loquitos consentidos de este Hollywood que nos tocó vivir ganen la competencia de baile y en que Romain encuentre a esa bella mademoiselle a la que pueda tratar con la gentileza con la que trata a su abuela.

A pesar de que Recuerdos sigue las reglas impecablemente, hay un pequeño detalle a considerar antes de meter a sus ancianas a esa sala de cine. Evite que las cosas se pongan incómodas y considere que, si la audiencia tiene que ser conmovida hasta el llanto en una cosa como ésta, ya todos sabemos lo que le va a pasar a la viejecita Madeleine al final de la película.

Ficha técnica

Dirección: Jean-Paul Rouve

Guión: David Foenkinos, Jean-Paul Rouve

Producción: Maxime Delauney, Romain Rousseau

Edición: Christel Dewynter

Dirección de fotografía: Christophe Offenstein

Reparto: Michel Blanc, Annie Cordy, Mathieu Spinosi, Chantal Lauby, William Lebghil, Flore Bonaventura

Música: Alexis Rault

País: Francia

Año: 2014.

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