Youth: Los necios limbos de la senectud

Por: Rodrigo Garay Ysita
Encerrarse voluntariamente en un limbo de elegantes piscinas, comedor blanquecino, masajes de barro y de piedras calientes, patio musicalizado en vivo con deleitables covers de Florence + the Machine, para disfrutar el retiro profesional y sufrir melancólicamente los estragos de la tercera edad. Así es la propuesta en Youth (2015), la más reciente obra de Paolo Sorrentino, que llega desafiante a retrabajar las mismas inquietudes presentes en su exitosa predecesora, La gran belleza (La grande bellezza, 2013).
Encerrarse bajo un gorrito pescador en la mente de Fred Ballinger, el compositor y conductor de orquesta retirado que interpreta Michael Caine. Taciturno, aburrido y diagnosticado con antipatía, se está cansando de hurgar entre sus recuerdos, de intentar ser buen padre y de creer en las virtudes ajenas. Está harto de que le pidan revivir su repertorio. Se está entregando al olvido.
Encerrarse para recibir verdades que ya se estaban tardando en llegar y mentiras dulcemente adivinadas de parte de aquellos que más queremos. Presumirle nuestra terca soledad a los que han sido nuestra compañía incondicional a lo largo de los años. Primero a ella, la hija que encarna Rachel Weisz, que con todo y el corazón roto no nos abandona. Luego a él, al mejor amigo Harvey Keitel, que aquí es un cineasta apasionado por la preproducción de lo que podría ser su última película y que representa al espíritu opuesto, ése que, a pesar de que su pasado le pesa más que su futuro, mantiene la cabeza en alto.
¡Encerrarse y descubrir al pambolero mágico nadando en nuestra alberca! Al santo Diego Maradona que se ha colado en la película para redescubrir, junto a nosotros, su mocedad perdida.
Encerrarse en la sala de cine durante dos horas (que parecen tres) con lo mejor y lo peor de Sorrentino: su montaje frenético ahora domado, su colaboración infalible con el fotógrafo Luca Bigazzi, sus ácidas críticas al arte posmoderno, sus inserciones más desvergonzadamente kitsch —una hilarante secuencia onírica-musical que exagera el uso de efectos visuales baratos para probar su punto y unas pantallas verdes tan contrastantes con la belleza visual del resto del filme que parecen fríamente calculadas— y su evidente explotación de referencias (unas forzadas, otras no tanto) que, así como había emparentado a This Must Be the Place (2011) con Paris, Texas (Wim Wenders, 1984), ahora queda enmarcada principalmente en las nostalgias más memorables de Federico Fellini. Otra vez.
Encerrarse porque sólo así, en una jaula casi surrealista repleta de inquilinos y empleados extravagantes y de niños convenientemente (o excesivamente) esclarecedores, nos podemos reflejar en los demás. Podemos encontrar el error en el prejuicio de nuestra supuesta sabiduría, verlo pavonearse reluciente y desnudo frente a nuestras narices. Humillándonos. Sólo así se encuentra a ese otro encerrado que empieza a recorrer el camino que ya anduvimos, y, sin darnos cuenta, podemos ahorrarle el terror de la vejez prematura al compartirle nuestras desgracias.
Este encierro es necio y redundante, sí, pero francamente necesario para reconocerse a uno mismo entre tanta arruga y chequeo de próstata. Pues ya que se está fuera de esa lujosa cárcel alpina y de vuelta en la tierra de los señores, no queda más que darse una oportunidad para intentar ser joven una vez más. Y si no nos da la gana, hagámoslo solamente por aquellos que sí buscaron la juventud pero que ya no están aquí para alcanzarla.
Trailer
Ficha técnica
Dirección: Paolo Sorrentino.
Guión: Paolo Sorrentino.
Producción: Carlotta Calori, Francesca Cima, Nicola Giuliano.
Edición: Cristiano Travaglioli.
Reparto: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano, Roly Serrano, Jane Fonda.
Música: David Lang.
Dirección de fotografía: Luca Bigazzi.
País: Italia, Francia, Reino Unido, Suiza.
Año: 2015.
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