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Ante la irremediable ausencia, seguir viviendo

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Por: David Ornelas (@DAVIDORNELASM) 

Seguir viviendo es una película de carretera, un viaje que inicia en una de las latitudes donde el México contemporáneo tiene una de las más grandes deudas de justicia: Ciudad Juárez. Con algunos elementos dolorosamente reales y con cierto sabor autobiográfico, Alejandra Sánchez realizó en 2014 su primera película de ficción después de dos largometrajes documentales, algunos cortometrajes y programas para televisión.

Dos trabajos previos de la directora, el cortometraje Ni una más (2001) y el largo Bajo Juárez: la ciudad devorando a sus hijas (2006), ambos documentales, se han convertido, por fortuna no en los únicos, pero sí en importantes referentes del acercamiento cinematográfico a una de las emergencias humanitarias sin solución en la que han muerto y desaparecido cientos de mujeres por razones de género, en manos de una macabra relación entre el estado, la iniciativa privada y el crimen organizado. Los feminicidios y la violencia generalizada en la norteña ciudad fronteriza, estratégica para el intercambio legal e ilegal de mercancías y personas, ha provocado el desplazamiento de un importante número de habitantes.

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Aquí empieza Seguir viviendo: Jade y Kaleb, estudiantes de secundaria originarios de Ciudad Juárez, se ven obligados a buscar refugio en la Ciudad de México tras un atentado sufrido por su abuela, Norma Alejandra, activista desde el asesinato de su hija Liliana Alejandra, madre de los menores. A petición del abogado, Kaleb y Jade viajarán por carretera con Martha, una periodista que ha perdido a su hijo en un accidente automovilístico y decide también abandonar la ciudad. El viaje inicia con la densidad e incertidumbre propias de tres almas desgarradas y temerosas. Pero al transcurrir de los días, kilómetro a kilómetro, con mimos y guiños, las almas parecen sobreponerse y la relación se suaviza hasta volverse entrañable.

Cuando Alejandra Sánchez rodaba Bajo Juárez…, que aborda la historia del asesinato de Liliana Alejandra, conoció a sus hijos, Kaleb y Jade, quienes, por cierto, se interpretan a sí mismos en la cinta. Cuando Norma Alejandra, la abuela, sufrió el atentado, la realizadora se reencontró con ellos y los recibió durante poco más de un mes en su casa de la Ciudad de México. Durante este tiempo debió gestarse la idea central de la cinta: después del miedo, el terror y las irreparables pérdidas, cómo se puede seguir viviendo.

Entrevistas a cuadro, recreaciones e imágenes de archivo, son algunos de los elementos documentales que utiliza Alejandra Sánchez para contrapuntear la historia de ficción, contrastándola, anclándola y estimulándola. Por otro lado, el relato de ficción sufre, si no de imprecisiones, sí de cierta fragilidad, y en algunos detalles de la realización se cuelan los indicios de lo quizá sea falta de pericia de la realizadora en el cine de ficción.

Más allá de esto, la cinta alcanza momentos de belleza y emoción auténtica. De un frío hospital en Juárez a la calidez de un cabaret en una playa, de la incertidumbre al camino compartido y del dolor a la esperanza de alivio, la cinta recorre parte del territorio mexicano, ambientada por una banda sonora destacable a cargo de Tareke Ortiz.

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Con una importante participación en el cabaret, Nora Huerta, quien interpreta a la periodista, debutó en el cine con su participación en esta cinta, lo cual le valió el Ariel por Revelación Femenina. Junto a Tito Vasconcelos, también reconocido cabaretero, soportan el momento climático y quizá el mejor de la cinta: el punto exacto en el que la vida decide que no hay vuelta atrás y se abre paso con besos y abrazos, gritos y llanto y algunas otras de sus mejores expresiones.

David Ornelas Trabaja en el departamento de difusión de la Cineteca Nacional y ha escrito sobre cine en algunas publicaciones digitales.

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