Sinsajo – El final: Tradicionalismo de closet

Por: Rodrigo Garay Ysita (@Rodrigo_Garay)
La leyenda cuenta que cuando los almorávides sitiaron Valencia en el año 1099, El Cid ya estaba muerto. Su esposa, Jimena, entonces responsable de defender la ciudad, vistió el cadáver de su marido con armadura, lo montó sobre su corcel Babieca y lo mandó al campo de batalla para levantar la moral de las tropas y aterrar a sus enemigos. Jimena comprendía que si los valencianos y los musulmanes se enteraban de la muerte del príncipe, la batalla estaría perdida y, por lo tanto, la falsificación era crucial. Las apariencias engañan, pero también le salvan la vida a uno.
Después de cuatro largometrajes y de la inevitable caída del despótico presidente Snow, podemos afirmar con suficientes argumentos que la travesía heroica de Katniss Everdeen estuvo relegada a quedarse entre bambalinas. Más ídolo propagandístico que guerrera de verdad, el personaje de Jennifer Lawrence es una analogía oportuna de la fachada en el discurso de Los juegos del hambre: crítica política por fuera, melodrama adolescente por dentro.
El engaño de la saga que ahora concluye (aparentemente) es presentarse como una historia que, aunque nace dentro de los confines de la young adult fiction, refleja temas geopolíticos serios y sirve de inspiración a su audiencia con una protagonista rebelde, fuerte en cuerpo y alma, pura de corazón, independiente y luchadora. Katniss, estandarte idónea del feminismo, Juana de Arco resucitada.
Sin embargo, la incapacidad de trascender las convenciones que hicieron a la saga de Twilight un éxito en la cultura pop se expone en Sinsajo – El final, más claramente que en las entregas anteriores. En una película de 137 minutos, hay más tiempo para la intriga sentimental del triángulo amoroso estelar que para la guerra tan cantada que desgarra los trece distritos de Panem.
Y es que la protagonista está en una situación incómoda para aquellos que busquen una resolución espectacular. Exactamente en donde nos dejó Sinsajo – Parte 1 (y demostrando una vez más que la tendencia de dividir la última película en dos partes es un suicidio narrativo), Katniss reside en los cuarteles del Distrito 13 esperando a tener una participación de impacto en la guerra, sin éxito. Su papel es de estrella de cine de propaganda: posar para las cámaras, moralizar a los ejércitos que sí están peleando las batallas fuera del cuadro.
Eventualmente, la arquera encuentra la oportunidad de llegar al Capitolio y buscar su anhelada venganza contra el presidente. Las pocas secuencias de acción del filme, ambientadas en una ciudad vestida de trampas para seguir la tradición de violencia televisada de Los Juegos del Hambre, son una muestra efectiva de lo que pudo haber sido una función más emocionante. Editadas, eso sí, convenientemente para no asustar a nadie y conservar la clasificación B que mantiene a la gente en sus butacas.
Cuando por fin se resuelve el conflicto dramático, se hace evidente que el clímax de la trama no es el mismo clímax que en realidad le interesa a la película. La verdadera tensión de Sinsajo, creada por el ritmo de los two-shots y los close-ups telenovelescos, está en las escenas en las que Katniss habla con Peeta, Katniss besa a Gale, Katniss le miente a Gale, Katniss se enoja con Peeta, Katniss se enoja con Gale. Y entonces lo que queremos al final es saber con quién se queda.
Bajo ese criterio, Sinsajo – El final cumple. Termina lo que comenzó en Los juegos del hambre como un melodrama redondo con un ligero esbozo arquetípico de heroísmo renuente. Porque a final de cuentas, la ganadora de los 74 Juegos del Hambre no resultó ser una encarnación de la guerrilla ni un mártir para nutrir a la épica. Juana de Arco se inmortalizó en la hoguera y si nuestra heroína sólo encuentra su realización en el matrimonio y en la procreación de bebés regordetes, entonces el mensaje de independencia femenina que nos vendieron, así como El Cid en su última batalla por Valencia, está muerto debajo de la armadura.
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