El principito, del papel al celuloide

He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.
-Antoine de Saint-Exupéry
El tema de la adaptación provoca recelo en la mente puritana de quien se esfuerza en comparar innecesariamente cine y literatura. La forma difiere, el fondo no. En la literatura permea la reflexión, se permite el monólogo interno página tras página, en el caso del séptimo arte el personaje es un hacedor, es acción. El principito, filme dirigido por Mark Osborne retoma la esencia de la obra homónima escrita por el inmortal Antoine de Saint-Exupéry, añade personajes nuevos y una interpretación amigable para todo tipo de audiencias.
El primer acierto se encuentra en la animación que luce principalmente por la variedad de técnicas. No es una demostración gratuita, las secuencias que exhiben a los personajes en cartón (una mezcla entre el stop motion y animación 3D) nos adentran en la entraña del texto, en las citas que hicieran del libro una experiencia única; presentan a los personajes y fungen como una semilla que dará pie al conflicto por resolver durante el tercer acto. El uso de dicha herramienta luce fugaz, se consume rápidamente y de inmediato el espectador (como la niña protagonista) deja a un lado el material de origen para priorizar en el drama cinematográfico.
El principito en su versión fílmica cuenta el viaje de una niña por recuperar su infancia, perdida a causa de la madre, recobrada gracias al aviador, testigo y narrador fiel de la peripecia del príncipe. Dicha solución argumental contribuye de manera significativa con respecto a la relación espectador-autor, la niña al igual que el público devela con el paso de las escenas el misterio alrededor de la figura del soberanito, descubre además a los personajes que le acompañan y las enseñanzas de cada uno, el aviador es el incidente que provoca, la niña el propósito y el libro el vínculo.
Crear una línea paralela implica un riesgo, algún sacrificio debieron ejecutar los guionistas, es así que el cierre del segundo acto se siente flojo e inconexo, las piezas no terminan de acomodarse. El conflicto se traslada a un lugar grisáceo, rígido e inverosímil. Dicho con simpleza, los autores de la versión cinematográfica traicionaron el mundo planteado con el fin de alcanzar un buen final, sin embargo para llegar ahí los asistentes a la sala deberán superar un instante de tedio.
El diseño de producción se destaca, en concreto en lo referente a los personajes, cada uno posee una característica sobresaliente, un rasgo físico que se complementa con un color en particular, el naranja para el zorro, el verde para el príncipe y el amarillo para el aviador, son ejemplos claros que no sólo permiten una identificación sencilla, sino contribuyen a delinear la personalidad, El principito es un arcoiris visual digno de mirarse.
Escucharla en su idioma original es complicado en los complejos nacionales. A pesar de ello el trabajo de doblaje es sobresaliente, en concreto la interpretación del aviador a cargo de Manuel “El loco” Valdés, quien dota a su personaje de un carácter afable y divertido. También luce la labor de José Gilberto Vilchis, quien presta voz al zorro, criatura enigmática y sobresaliente dentro de la convención literaria.
La música es otro cantar, se utiliza como elemento narrativo, en esa vieja tradición de potenciar el drama, aunque el tema de los créditos (principal en el soundtrack) perdura al terminar el filme.
El principito es un ejercicio arriesgado que establece un puente artístico entre el papel y el celuloide, el dibujo y el 3D. Emplea las citas esenciales y crea a un personaje pequeño e inocente que bien puede ser el público virgen que no ha leído el libro. El cine al servicio de una de las obras más reconocidas en la historia de la literatura.
Gerardo Herrera
Guionista, cofundador y editor de Zoom F7
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