The wolfpack (Lobos de Manhattan) | Crítica

Prudente padre es el que conoce a su hijo.
-Willam Shakespeare
Hay ocasiones en las que la realidad se come al cine. El contenido del plano es tal que le supera, la imagen revienta y no le alcanza para abarcar todo aquello que pretende. A veces, hay que recomendar un filme no por la calidad de la fotografía o por el manejo narrativo, sino por el acercamiento que nos brinda al otro. The wolfpack (2015) es una película de éstas.
El documental de Crystal Moselle cuenta el periplo de una familia conformada por siete hermanos, quienes crecieron en un apartamento en el corazón de Nueva York, aislados del resto del mundo por su padre. La única ventana al mundo exterior es una colección de miles de películas, las cuales representan para divertirse y el encierro termina cuando uno de ellos decide salir.
Se nota a leguas que la directora ama a sus personajes, quiere al público cerca; constantemente emplea el close up para escucharles y sentir la reclusión en la que viven. La cámara en mano se mueve de un cuarto al otro en las entrañas del departamento, siendo testigo de las recreaciones que los muchachos hacen de cintas como Reservoir dogs.
Poco importa si cada plano está perfectamente compuesto o no, inclusive los elementos fuera de foco en pantalla son una constante, sin embargo, aquí destacan las relaciones, el cine como catarsis a esa prisión impuesta por el padre y el séptimo arte actúa como la motivación principal de los adolescentes para seguir viviendo.
El desarrollo no tiene una delimitación en actos clara debido al abordaje de cada uno de los temas, de la cinefilia a la relación madre/hijos. Éste es quizá uno de los principales aspectos negativos; cuesta trabajo distinguir quien de los jóvenes está hablando (poseen un gran parecido físico), además los conflictos son tan abundantes que hay cabos sueltos, ideas que se tocan “de pasada” y cuestiones que sólo se mencionan, sin profundizar en ellas.
El final resulta esperanzador. El padre, a pesar de su particular manera de educarlos, logra su cometido y el extremo que eligió está completamente justificado dentro de su cosmovisión, la forma es cuestionable, no así el resultado.
La realizadora es inteligente y nos deja de manifiesto su postura con una brillante secuencia de montaje en la que miramos el éxito de cada uno de los miembros de la familia, mientras que observamos al padre en material de archivo grabado por su esposa. Dichas grabaciones forman parte constitutiva del relato: se ve al papá a cuentagotas, oculto en su siniestra habitación, en ocasiones acariciando a sus hijos y besándoles con devoción, otras tantas en trance, bailando, sonriente y demostrando un talento histriónico que tuvo la fortuna de heredarles. Un personaje que cuestiona y nos hace pensar en cuál es el límite entre lo bueno y lo malo.
La madre es otro cantar, una sumisa soñadora que se casó con el hombre equivocado (o no). Es un personaje pivote, desata las acciones de sus co-protagonistas, les conduce al conflicto y mantiene la cordura en casa. Ella padece no sólo el dolor propio, también contiene el sufrimiento de los hijos, les invita a imaginar y crear con los elementos que tienen a la mano, impulsa la creatividad de los muchachos y todo a través de una pasividad enfermiza.
Al ser su ópera prima, Moselle no merece más que aplausos. Eligió un tema conmovedor, ominoso y divertido; su realización estuvo cerca de ser magistral, The wolfpack es una gran obra, no maestra, pero extraordinaria.
Gerardo Herrera
Guionista, cofundador y editor de Zoom F7
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