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Cuando Orson Welles llevó a la pantalla grande a Kafka

el proceso

pleca luis

Es 1962. La legislación, el poder y la ley son algo inquebrantable que más temprano que tarde alcanzará a todos. Al parecer, un mundo sin ellas sería inconcebible, por lo menos dentro del pensamiento griego antiguo occidental, en el que su ejercicio tácito posee la naturaleza de generar una organización coherente con una intención noble, pero la codicia del hombre le ha llevado solamente a una apropiación más del poder. Esta es la afirmación de Orson Welles en El proceso (The Trial 1962); joven brillante que tomó la obra de otro admirable: Franz Kafka.

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No sucedía desde Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) quizás, pero El proceso se convirtió en una de las obras maestras de este grande del séptimo arte, en la cual la introducción es una sublime animación directa de la literatura, donde fotogramas aislados representan implícitamente lo que es el hombre ante la ley.

Todo comienza con la puerta, aquella que permanece inmóvil con su guardia por delante. Un hombre llega y después de que el guardia se niega a dejarlo pasar, le pregunta si puede permanecer ahí sentado hasta poder ingresar. El guardia accede. Tras día, lluvia y noche, el hombre se vuelve un anciano. Justo antes de morir hace una última pregunta ¿por qué nadie más se presentó aquí si el hombre siempre intenta alcanzar la ley? El guardia le responde: «esta puerta fue hecha solo para ti, y ahora que morirás la cerraré».

El mítico Anthony Perkins interpreta al sugestivo Josef K. quien se escabulle entre un montón de enigmáticos individuos para esclarecer las misteriosas razones de su inevitable juicio. El compás del Adagio de Albinoni en sol menor acompaña en todo momento las fases de ambigüedad y de tensión, que se conjuntan abrazando al personaje con sus actos en una especie de marcha fúnebre. La consecución de escenas no siguen un montaje coherente, aunque la narrativa tiene un diseño interesante, ya que transcurre como tiempo real; sin embargo, el espacio es irreal: no por su dimensión, sino por su síntesis.

Rodado como un filme clásico, está plagado de extensos planos secuencia en líneas de perspectiva y enorme profundidad. Todos tienen una intención, que en razón de la tesis, denotan la rara soledad, el camino sin salida y el interminable limbo donde se encuentra divagando el hombre.

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Josef se hallaba en su apartamento cuando su soñolencia es interrumpida por tres detectives que lo hacen trastabillar tras informarle de su arresto abierto. El enigma de su culpabilidad es presumiblemente descubierto cuando se presenta ante su jefe, quien le informa sobre su supuesta fechoría con su propia prima. Posteriormente, el protagonista acude a una sala de audiencias completamente repleta, donde burlado por la comedia e ironía de sus espectadores, falla al tratar de esclarecer los hechos y la declaración de su exoneración. Después es llevado por recomendación de un familiar con un abogado peculiar, Hastler, interpretado por el mismo Orson Welles, quien sólo recibe a sus clientes en su lecho y son puestos a prueba con la promiscua enfermera que les atiende.

the trial 2

Josef intenta eludir al prepotente abogado, pero sus pretensiones son fallidas: por el nerviosismo, sus verdaderos valores como hombre y su arrogancia quedan expuestos. Así, Hastler se da cuenta de la importancia de la culpabilidad, mostrando que todos somos culpables de algo en algún momento, y aduce que Josef, quien tiene un aura enigmática de misticismo, es culpable.

En el embarque de las acciones, Josef es recomendado con un artista que tiene influencias en los tribunales, y después de atravesar un tramo surrealista, en el que alimentado por su propia paranoia se ve perseguido por un montón de niñas autómatas, logra zafarse y llega a la casa del pintor; sin embargo éste no le ofrece ninguna resolución definitiva. Entre tanto, el artista lo invita a salir por una puerta trasera que lo llevará directamente a los tribunales, nuevamente.

Josef K. se encuentra atrapado, y expresado en montaje, el corte de una escena a otra tras atravesar una puerta se convierte sencillamente en un laberinto sin salida donde queda expuesto ante una nueva situación a confrontar. Todo esto es una analogía de la pesadilla en la que se ha convertido la burocracia.

La banalidad de los momentos que se vuelven en un sueño revertido, en el cual todo comienza en el instante del despertar. La realidad parece más bien una pesadilla absurda (al puro estilo de Kafka) que sólo terminará al momento en el que se le revela su fatídico epílogo. Josef es consciente ahora, se detiene ante el sacerdote y después con Hastler entiende la historia del hombre y el Guardia, y de que todo es absurdamente inevitable en su búsqueda de aquel inalcanzable precepto. La pesadilla que terminará ante sus nuevos captores al llevarlo a una fosa, donde la muerte por mano propia es la última y única muestra de bondad. No hay vuelta atrás, solamente el dogma que asesina a Josef K.

Luis Zenil Castro 

Productor audiovisual y dibujante.

 

Un comentario sobre "Cuando Orson Welles llevó a la pantalla grande a Kafka" Deja un comentario

  1. Para los seguidores de la obra de Welles e interesados en las materias reflejadas en El Proceso, yo recomendaría el libro «Orson Welles. El poder y la ley», de Abelardo Ortolá. Desarrolla bastante estos temas analizándolas en todas las películas del director.

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