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Ida o (La inesperada virtud de una novicia rebelde)

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Sólo Dios sabe por qué hace las cosas.

Las premiaciones y el ruido que generan tienen una consecuencia fundamental: permitir que las películas se disfruten en más regiones del orbe. Tal es el caso de Ida, flamante ganadora del premio de la Academia (Óscar) en la categoría a película extranjera. Es sencillo hablar “a toro pasado” pero también lo es detectar los gustos del autoproclamado “norteamericano”, la fórmula se reduce a: Judío más holocausto es igual a estatuilla.

Ida es una novicia enclaustrada prácticamente desde su nacimiento y quien además está por asumir sus votos, previo al ritual decide encontrarse con su tía, mujer madura, jueza exitosa e intransigente comunista judía. Juntas emprenderán un viaje que incluye el cuestionamiento religioso, las relaciones familiares, la vida, la muerte, el amor, la introversión y la extroversión y finalmente la búsqueda de los cuerpos de los padres de Ida, asesinados durante la guerra.

Ése es el mayor defecto del filme, la trama avanza en múltiples direcciones perdiendo el camino, diluyendo absolutamente todos y cada uno de sus andares, manteniendo como base el cuestionamiento religioso. El director busca cual camaleón mirar hacia distintos lugares al mismo tiempo, errando en el intento.

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Condensando; el conflicto de la muchacha es su convicción católica en contra de su judaísmo “innato”, la tía funciona como personaje antitético, recordándole constantemente a la protagonista los vacíos y defectos de la creencia que profesa. Sin embargo Pawlikowski destaca con el manejo simbólico, la mayoría de los planos contienen cuadros y representaciones de ambas doctrinas, enfatizando el dilema, lo externo motiva lo interno.

Las actuaciones cumplen, Agata Trzebuchowska interpreta a una Ida que se parece más a un maniquí que a un ser de carne y hueso, la dirección rememora la postura de Bresson (realizador francés): la actuación se hace en el montaje. El resto de los personajes ejecuta sin esfuerzo, siendo el carácter más destacado el de la jueza.

 Ahora bien, hay un departamento que eleva la obra, la hace memorable pero no por ello disfrutable. La fotografía otorga imágenes que podrían enmarcarse sin problema alguno, planos perfectamente compuestos e iluminados, una armonía en escala de grises prolífica. El diseño de producción es maravilloso, empero en esta ocasión es un “valor agregado” a tan extraordinario trabajo detrás de la cámara. Destaca la toma fija y de larga duración, lo cual no es problema, permite la admiración visual, empero aletarga el nulo avance dramático. Dicho tratamiento provocó en algún momento de la proyección el ronquido de algún espectador, quien hizo reír al resto del público, esa manifestación fue la más escandalosa durante la función.

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En conclusión, Ida intenta crear un dilema religioso sin éxito, busca en las cenizas del holocausto un conflicto que no trasciende y cuando arranca se inician los créditos finales, es interesante contemplarla por el sublime tratamiento visual, la pregunta es ¿vale la pena ese derroche técnico cuando se tiene tan poco qué contar? Al parecer, según la gente que sabe, sí.

Gerardo Herrera

Guionista, cofundador y editor de Zoom F7

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