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Leviathan: el pueblo ruso atrapado en la reinvención

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 Andrey Zyvagintsev mantiene una esencia común del cine ruso, aunque muchos se han atrevido a compararlo con Tarkovksy, empero pueden sus influencias ser notorias, no obstante el semblante de Sukúrov se impone todavía por sobre los demás. Sus planos están llenos de vida, tercios, y aunque ocupan la pantalla con un montaje más rápido por el ritmo de la cinta, la estética del cuadro es perpetua. Aquella dónde parece que Zyvagintsev no se preocupa tanto por alargar lo contemplativo y repara más en desarrollar la narrativa.

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Zyvagintsev debutó con series de televisión y después incursionó en el cine. Desde su opera prima, El regreso (2003), que obtuvo gran éxito, ya mostraba cierta resistencia hacia lo existencial y lo representaba con preguntas. Zyvagintsey mantiene una sencillez narrativa en sus planos generales, que por antonomasia se vuelven breves o parecen serlo por la fluidez de los diálogos. Una convención normal del cine ruso, y jugando al borde de los ejes, (sin pasar al close up como lo haría el tradicional montaje americano) sino a otra acción en igual escala, pero más veloz.

La cinta del mejor guión en Cannes es ágil y las metáforas se sustituyen con las preguntas ingenuas que son las preguntas básicas de la filosofía, aquellas que desnudan el verdadero entramado de la realidad. Dado esto, la narrativa se vuelve ríspida con los personajes y está llena de matices. Koyla (Interpretado por Aleksey Serebryakov) funge como el padre autoritario del hogar, en reflejo del poco control que tiene en realidad sobre su propia vida. Aquel personaje que lucha por no perder su patrimonio, empero es impulsivo, aquel que nunca admite sus equivocaciones ni sus debilidades.

Leviathan

Este es el punto exacto de la trama, la metáfora, el hombre ruso que representa a la clase trabajadora, aquel que se intenta sobreponer pero que a la postre se vuelca a la inevitable perdida de sí mismo ante el eje de los poderes. Leviathan no se vuelve, se mantiene y en todo momento se conserva en desenmarañamientos de emociones para cada personaje. La película nos sumerge un poco en el matiz de la arbitrariedad de la justicia en un país como Rusia, y del poder que el clero está ejerciendo. Los errores del hombre y su inevitable caída son sólo una sátira del exagerado poder arbitrario del delegado, que se convierte en el mejor pretexto constante.

Un conjunto de desenlaces crueles que tiene como fuente el primero; el personaje, aquel ansioso que por su apego al alcohol y su pobre entendimiento de la realidad, llega al clímax caótico. Lo más cruel es la esperanza de superar los obstáculos, pero la relativa brillantez se esfuma al primer golpe de efecto con el tacto del objeto preciado: La Mujer. Manteniendo esa especie de autocrítica del pueblo ruso, atrapados en una reinvención de sí mismos, de una nueva condición quizá. Una especie de limbo atado entre su autoridad, su pasado, incapacidad, brutalidad, y sus propios errores humanos.

Luis Zenil Castro 

Productor audiovisual y dibujante.

 

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