¿La industria inexistente? El cine de ficheras en los 80

Por: Jesús Ferreiro
A finales de los ochenta el panorama de la industria fílmica nacional era para muchos desolador, la mayoría de las películas que se producían eran demasiado pobres en contenido estético e intelectual y clasificarlas es sumamente complicado, porque los conceptos y las categorías que existen en los géneros cinematográficos tienden a poner énfasis en los logros estéticos y técnicos.
La historia del cine es, para la mayoría de los críticos, el de las películas que logran trascender por la excelente factura de su fondo y de su forma, las demás quedan al margen y fuera de los estudios “serios”. Tales películas rechazadas por la historia oficial tienen en su contenido una tendencia estética que responde a diversos factores como los bajos costos de producción, poco tiempo para ser filmadas y una lógica de mercado en el que se invertía poco para obtener cuantiosas ganancias.
En la actualidad a esta serie de películas se les conoce como cine de ficheras, sexy comedias o cine de albureros, comedias blancas y cine fronterizo, las cuales respondían a una necesidad industrial, cierto, pero también a una necesidad social. Estos géneros cobraron fuerza en la década de los ochenta. pero en latitudes muy distantes.
El cine de ficheras encontró una fuerte aceptación entre los sectores populares de las urbes, mientras que las comedias de la “India” María generaban excelentes ingresos en las taquillas del interior de la República, el cine fronterizo también, pero encontró su mina de oro en el norte del país y el sur de los Estados Unidos[1]. Todos posibilitaron que la industria cinematográfica mexicana no colapsara y siguiera contando con una cifra aceptable de películas durante la década tal década.
A estos filmes se les ha acusado de estáticos y pobres, pero si nos remitimos a su origen nos da las características técnicas y actorales que desarrolló a través de su historia y que guardan en su interior su propia lógica.
El cine de ficheras tomó su estilo del teatro. El actor Eduardo de la Peña (Lalo, “el mimo”) convenció al productor Guillermo Calderón, quien venía de un rotundo fracaso con una película sobre la Virgen de Guadalupe, de incursionar en un mercado totalmente inédito para el cine mexicano. Fue así que el actor llevó al productor a ver la comedia “Las Ficheras” de Víctor Manuel Castro Arozamena (“El Güero” Castro) al Teatro Principal; había sido un éxito teatral con 2 mil 500 representaciones consecutivas. Algunas autoridades impidieron que la película tuviera el mismo título que la obra de teatro, así que la cinta se exhibió como Bellas de noche en el cine Roble; fue un éxito y tal fue el aforo que se decidió exhibirla en 34 salas [2].
Fueron exitosas y rentables, como La pulquería de Víctor Ugalde, que recaudó en taquilla cien veces más de su costo original, pero más allá de la estadística curiosa, se debe reparar en la significación de este fenómeno, ya que habla de una necesidad ávida por parte del espectador de verse proyectado en pantalla, aunque su representación fuera sólo una simulación distante de lo que vivía en la vida cotidiana, pero que de algún modo se parecía demasiado a sus deseos y anhelos.
Las continuas crisis económicas que tuvo el país condicionaban a los productores que no querían ver arriesgado su capital y continuar con películas rápidas sin detenerse mucho a pensar en el proyecto o el concepto estético con el fin de recuperar pronto la inversión. “La grave crisis que azotó a México desde 1982 y que impuso graves restricciones presupuestarias al cine”[3] fue la constante en la década de los ochenta.
Pero ¿por qué la insistencia de los bajos costos en la producción de película? El cine, antes de los noventa, seguía siendo un espectáculo netamente popular, considerado incluso dentro de la canasta básica, los precios no representaban mucha diferencia porque se encontraban regulados a través de la Compañía Operadora de Teatros S.A. (COTSA), que era la cadena de exhibición del Estado donde se presentaban el grueso de las películas mexicanas. La gente, sin importar el rango dentro de la escala social, podía acudir a las salas de cine. Los productores de los ochenta, temerosos de ver afectada su inversión, apostaban por las temáticas que les pudiera llegar a los sectores más populares.
Los protagonistas representaban al grueso de la población proletaria de las ciudades, a diferencia de los italianos y el neorrealismo, en la que ellos son agentes de cambio o vehículos para alguna crítica social[4], “los albureros” no intentaban cambiar al mundo, y las películas ponían énfasis y exaltaban los valores que predominaban en los barrios del México urbano como: El machismo, la prioridad por la diversión y el hedonismo, el rechazo a la jornada laboral, la aspiración de obtener dinero con un mínimo esfuerzo, convertirse en el centro de atracción de las mujeres, ser la envidia de los demás al obtener una posición social más alta, la admiración por los personajes de la televisión y convertirse en el rey del albur.
Las mujeres que participaban en las películas eran un mero fetiche, un instrumento que ayudaba a remarcar la sagacidad de los hombres del barrio. La obviedad no se puede esconder en El sexo me divierte (1986), que desde el título impone el sello con el que fue filmada, tiene un doble sentido como el de todas: Bellas de noche (1974), Chile Picante (1983), Macho que ladra no muerde (1984), Ah que viejas canciones tan calientes (1985), Las novias del lechero (1989), sólo por mencionar algunas. El uso literal no es el importante, sino el que subyace detrás del título en el que la alusión sexual se encuentra en el centro.
Satanizar al cine de ficheras es simplificar una posible explicación del fenómeno complejo de la industria cinematográfica mexicana a finales de los setenta y los ochenta y sus conexiones que tuvieron con otros aspectos como el económico, el social, el cultural y el político; pero también reivindicarlo desde una perspectiva kitsch sería apreciarlo con una mirada anacrónica su significado dentro de un contexto determinado. Tratar de comprender su lógica y las condiciones que posibilitaron este cine es regresar a este periodo su significado dentro de la industria cinematográfica mexicana, que la mayoría de las veces se le ha intentado negar.
[2] López, Hernández Francisco. http://www.tva.com.mx/detalle1249.html. Consultado el 21 de febrero de 2009.
[3] Op. cit., p. 330
[4] José Luis, Sánchez Noriega, Historia del cine, Madrid, Alianza, 2002.
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tenemos que tomar en cuenta que no fue el único cine que se hizo en la década, así también tener presente que en los 80 llego de nuevo la apertura para nuevos cineastas, y que en ese tiempo se hicieron bastantes festivales de cine independiente, cortometrajes y muchos filmes buenos, como ejemplo tenemos a Paul Leduc, Arturo Ripstein y algunos más. Abría que revisar algunos datos ya que en los 80 se volvió a invertir en cine y no solo de ficheras, para así darle entrada al “Nuevo cine mexicano”