El cine televisado

Por: Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Lo último que supimos de Woody Allen fueron los lamentos desesperados por la producción de su primera serie. Atraído por el novedoso esplendor de los seriales distribuidos online, el prolífico realizador se embarcó en la colosal tarea de crear un programa para Amazon (venida a más por los Globos de Oro de Transparent). El autor de Blue Jasmine es el último -de una larga lista de directores- refugiado en la televisión -salida de emergencia de la pantalla grande-, donde se exploran nuevos lenguajes, tópicos y formatos. La “TV” (de cualquier tipo) es el pequeño laboratorio de cineastas que embellecen estéticamente un género menor: las series.
EL BOOM DE LA TELEVISIÓN FILMADA
El tiempo/metraje siempre ha sido el peor obstáculo para el cine de autor. Nuestros padres fueron “sometidos” a eternas funciones dobles de más de cinco horas en CinemaScope; hasta la estandarización del cine en cómodas sesiones de 2 horas. En la actualidad, un largometraje de más de 120 minutos es todo un suceso y un seguro bajón en las ventas de taquilla. Las restricciones en postproducción y distribución han llevado a algunos directores a buscar nuevos formatos que den libertad narrativa a sus proyectos. La principal solución comenzó a tener su auge a finales del siglo XX: series o películas filmadas para TV.
Aunque la televisión tiene su propio lenguaje, la incursión de destacados realizadores ha generado un alza en la calidad de contenidos y la demanda del público de propuestas arriesgadas. A diferencia del consumidor de cine –quien se ha convertido en un yonki del Hollywood Style-, el espectador televisivo ha evolucionado del homo videns a un mordaz crítico audiovisual. Un pequeño paso en falso de las cadenas puede llevar a una serie de la gloria a la burla generalizada (el mejor ejemplo es Homeland). Para hacer frente a un declive creativo, los productores motivan la inmigración de realizadores -100% nacidos en cine- para desarrollar en TV los proyectos que las casas productoras bloquean.
El siglo XXI trajo un nuevo cambio para la perspectiva del teleconsumidor: el servicio de streaming, que desbancó a los canales Premium. El pionero fue Netflix con House of Cards y recientemente Amazon ha saboreado la gloria de ser la principal ventana comercial. Whit Stillman fue de los primeros en medir el nuevo campo de batalla. El experimento The Cosmopolitans falló, pero en 2015 Trascendent logró pegar por todo lo alto. Es aquí donde aparece Woody Allen abrumado por la grandeza de la naciente televisión del futuro, acariciada en el pasado por emprendedores como Spielberg o Gus Van Sant.
LOS PIONEROS EN PANTALLAS DESCONOCIDAS
La pantalla chica ha sido terreno experimental de muchos realizadores. Son tres los grandes “amos” televisivos: Alfred Hitchcock (su faceta más popular), Ingmar Bergman y Rainer Werner Fassbinder. La obra del sueco es el ejemplo perfecto de la simpatía entre ambos formatos. Secretos de un matrimonio (1973) fue en origen una miniserie de seis capítulos que el mismo autor redujo a tres horas para cine; sucedió lo mismo con Fanny y Alexander y Las Mejores intenciones (guión de Bergman y dirigida por Bille August). En el caso de Fassbinder, su cine debe bastante al lenguaje televisivo. Locaciones acartonadas, actuaciones rígidas y escaso movimiento de cámaras, todo fue una crítica a la hipócrita sociedad capitalista. Su aportación máxima al “aparato entorpecedor” fue Berlin Alexanderplatz (1980), una “serie” considerada el título de mayor duración (más de 15 horas).
Los británicos dieron un giro temático al cine televisado. Durante los 60, la BBC permitió el debut de jóvenes realizadores, con libertad creativa para producir capítulos en programas unitarios (donde emergieron nombres como Mike Leigh). En 1966 Ken Loach dirige el famoso episodio Cathy Come Home sobre los homeless británicos para The Wednesday Play. El impacto y la conmoción fue tanta que el capítulo logró cambiar las leyes de vivienda y seguridad social en Reino Unido. El realismo social auspiciado por la televisión pública influenció a una camada de realizadores activistas en búsqueda de la revolución social mediante el cine; algo imposible, mientras exista una industria que controla y restringe ciertos tópicos.
En las últimas décadas de celuloide y posterior a la magistral pieza El Decálogo de Kieslowski (referencia necesaria), los autores encontraron un terreno libre de obstáculos. En 1990 David Lynch emprendió el proyecto de la obra maestra Twin Peaks (nueva temporada anunciada). Con el mismo surrealismo y suspenso fílmico, el director potencializó un concepto original que puede ser prolongado sin límites de forma exitosa. Más tarde, Von Trier creó El Reino (1994). Igual que Lynch, el danés respetó su estilo más puro para contar en cuatro episodios una terrorífica comedia ambientada en un hospital. La segunda parte fue filmada tras el boom de Rompiendo las Olas (1997) y quedó inconclusa con numerosas incógnitas abiertas. Ninfomanía (2013) llegó a ser planeada como serie y Zentropa ya prepara su siguiente trabajo por entregas: The House That Jack Built.
Con Ángeles en América (2003) los límites de la creatividad llegaron a tope. En la era de Queer as Folk (1999), la serie de Mike Nichols estableció el punto de partida para la producción y distribución de nicho por los principales canales de pago (y así ampliar la gama de espectadores). Directores van y vienen. Top of the Lake de Jane Campion (con su clásico y hostil universo femenino) y True Detective de Cary Fukunaga (gran perdedora de los Globos de Oro) son dos grandes éxitos recientes. Con menor público, también se encuentran P’tit Quinquin (2014) de Bruno Dumont (Mejor “Película” del año por Cahiers du Cinéma) y Misterios de Lisboa (2011) de Raoul Ruiz.
La televisión ha sido infravalorada en comparación con el cine, pero la “nueva” distribución hace cada vez más delgada la línea entre la pantalla grande y chica. La aparición de Amazon y Netflix son el inicio de nuevas alternativas de lenguaje audiovisual, muy distantes de los convencionalismos del siglo XX, donde la única diferencia estará marcada por la creatividad, la originalidad y las estrategias de marketing.
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